LA ESCUELA, MI CASA
Silvia Kalczynski: heroína silenciosa de la ruralidad
De niña siempre soñó con ser maestra y hoy transita casi 100 kilómetros por caminos de tierra para llegar a la escuela del paraje Las Lagunitas, en el árido departamento Belgrano. Una historia de entrega, esfuerzo y mucho cariño.
Cada día, Silvia Kalczynski, maestra de alma, llega a la escuela rural N°360 ‘Maestro Jacinto Pérez’ en Las Lagunitas luego transitar casi 100 kilómetros. Su viaje comienza en El Volcán y la lleva por caminos de tierra que parecen interminables, entre animales que forman parte del paisaje. Con la polvareda del trayecto y la brisa de la mañana, inicia su jornada, dejando atrás el bullicio de la ciudad para adentrarse en la serenidad del entorno rural que le ofrece este rincón del departamento Belgrano, a apenas cinco kilómetros del río Desaguadero, que marca el límite con Mendoza.
Desde los 12 años soñaba con ser maestra rural. Creció, estudió y se recibió en Buenos Aires aunque siempre buscó ir hacia el sur, enviando su currículum incluso para enseñar en la Antártida. A los 20 años se trasladó a Cinco Saltos, Río Negro, donde trabajó como maestra de grado y profesora de inglés y, años después, volvió a Capital Federal.
El amor por la docencia lo heredó de su familia: primero de su abuela, quien siempre soñó con ser maestra, y luego de su madre, Olga, quien falleció a los 53 años mientras estudiaba el profesorado. “Ser maestra, en mi familia, era lo máximo que se podía lograr”, confesó Silvia, que con perseverancia alcanzó lo que tanto deseaba.
Actualmente, a sus 55 años, la vida la encuentra siendo la directora de la escuela de Personal Único ‘Maestro Jacinto Pérez’, una institución con 108 años de historia y que reúne a niños de nivel Inicial hasta 6º grado. Es ella quien, con paciencia y dedicación, organiza las actividades, va de grupo en grupo y le da a cada uno de sus 20 alumnos el tiempo que necesita.
El día de Silvia comienza a las 5:00. Una hora después parte junto a otros docentes de escuelas cercanas y con Paula, coordinadora del Circuito Rural N°1, para llegar a Las Lagunitas a las 7:50.
El edificio cuenta con un playón deportivo, un tobogán y a unos pocos metros, una huerta que Daniel y Karina se encargan de embellecer. Este trabajador a veces llega a caballo, acompañado de sus hijos Luciano y Rodrigo, quienes disfrutan del trayecto con alegría y llegan con entusiasmo a las clases de Silvia. En este entorno, la sencillez del campo se transforma en un escenario de experiencias profundas de aprendizaje y convivencia.
Silvia también cuenta con el apoyo de ‘Cacho’, el ordenanza, siempre dispuesto a dar una mano con los chicos. Es un entorno apacible donde los días transcurren sin prisa y donde cada mirada refleja asombro y curiosidad, con una inocencia preservada del bullicio urbano.
La ‘dire’, aunque a ella le gusta que le digan ‘seño’, observa a sus alumnos llena de orgullo y aunque su mañana sea larga y su esfuerzo se extienda de pupitre en pupitre, sabe que cada sonrisa y cada abrazo de esos pequeños son su mejor recompensa.
Los días en la escuela no siempre son fáciles. Hay jornadas de sol, lluvia, frío intenso y el camino a veces se vuelve desafiante. Sin embargo, Silvia permanece allí, tan firme como el mástil de la bandera en la entrada. Incluso si debe quedarse a dormir para organizar actividades, lo hace. Su compromiso va más allá de la enseñanza: en cada acto, en cada izada del símbolo patrio, en cada cuento que lee, siente que está dejando una huella en el corazón de esos chicos que luego ellos replicarán.
La ruralidad es desafiante pero también es noble, y en su silencio guarda historias que marcan. Una de ellas es la de aquella vez en que uno de sus alumnos, al verla triste, se le acercó y le dijo: “Seño, hoy creo que vos necesitas un abrazo”, lo que la hizo estallar en lágrimas.
Es común encontrarla a la sombra de un chañar junto a sus estudiantes compartiendo alguna fruta, mientras los más grandes leen cuentos a los más pequeños para luego continuar ella. Todos unidos por el aprendizaje, la cercanía y el cariño que surge de compartir en la tranquilidad del entorno.
Además de ser docente es hermana de Vanesa, Sergio, Gisela, Perla y Karen; esposa de Marcelo, (con quien lleva 35 años de amor compartido); madre de Lucas e Iván (junto a sus nueras Gisela y Natalia); y orgullosa abuela de Pedro y Lola. Le apasionan tejer a telar, la huerta, las artesanías, y disfruta de pintar y dibujar. A futuro se imagina teniendo tiempo para dedicarse a estas actividades, aunque considera que nunca podría desprenderse del todo de la docencia y anhela, una vez jubilada, ser narradora de cuentos en escuelas rurales.
Sobre lo que pensarían sus padres, Olga y Juan, si estuvieran vivos, expresó: “Estarían felices; siento que mi mamá me acompaña siempre mientras doy clases, aprendí a enseñar con ella. A mi papá le encantaría el lugar, estaría aquí a mi lado y conversando con los chicos”.
Silvia también ayuda a la comunidad, ya sea comprando remedios o pañales para quienes los necesitan, especialmente para aquellos que no tienen acceso al transporte. Es mucho más que una maestra; es una compañera, una mano amiga que se extiende cuando se necesita.
Al final de cada jornada, al ver el horizonte y despedirse de ese paisaje calmo, Silvia sabe que su esfuerzo valió cada kilómetro recorrido, y que los frutos de su labor no se verán solo en sus alumnos, sino también en ella misma, como una prueba de su vocación y de un amor incondicional por enseñar, donde marcó vidas y sembró el conocimiento.