Cumpleaños 40
Tarde de libros en la feria
Una mirada puntana sobre uno de los eventos culturales más convocante de Latinoamérica.
Una vez al año, en Buenos Aires, de la noche a la mañana emerge una ciudad de libros para que durante tres semanas, millones de personas de múltiples idiomas, la habiten, recorran y hurguen sin piedad.
Padres que se multiplican ante cuentos infantiles, curiosos que apenas aparece un cartel con ofertas abandonan su caminata lunar; la metrópolis literaria en La Rural embriaga.
Aunque hace dos años el informe internacional PISA señaló que los adolescentes argentinos tienen bajos índices de comprensión lectora, aquí, en el pabellón azul de la Feria del Libro, hay jóvenes que distinguen entre diferentes obras de Vargas Llosa- varias a $20- y otros que hacen cola para conseguir lujosos ejemplares de la revista El Gráfico o autógrafos de escritores. Más acorde, en cambio, adentro de esta enorme página cuarenta de exhibición cultural escrita durante el jueves, resulta la última Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura: el 67% de la población lee sólo en papel. Un alivio para los amantes del olor a libro y un revés para algunos fanáticos del ebook, quienes profetizaban que un invento tan antiguo, sobreviviente a innumerables prohibiciones, quemaduras y manchas de café, correría la misma suerte que el vinilo. Si bien el catálogo digital (tupidamente novelero) crece, según señalaban los stands especializados, aún corre tinta por los párpados lectores. A pesar de la queja ambientalista.
Además de la apertura regalada por Quino, dibujante de Mafalda, el intercambio epistolar entre J. M Coetzee, premio Nobel de Literatura 2003, y Paul Auster, premio Príncipe de Asturias 2006, más la “chatura conceptual” contra la que expuso el escritor español Arturo Pérez Reverte, durante el megaencuentro hubo saraus, círculos de poetas y músicos, ecos de zonas marginales en San Pablo, Brasil. Y no sólo en el predio, también la cultura paulista ha grabado, y talla todavía, por los edificios porteños, el arte callejero de los pixaçãos, radicales símbolos poéticos, que se mezclan con grafittis y farolas naranjas, evocadoras de tangos o Borges. Es que la literatura en Capital Federal, resbala de las páginas hasta latir, por ejemplo, en aforismos tuiteros de sobrecitos con azúcar o entre las escaleras del subte. Todo acá habla. O es ruido de colectivos que llevan detrás, pegadas, las sonrisas de Tinelli o Lanata. Por eso al que llega desde las sierras le cuesta detener en su cabeza tanta supervivencia urbana, a menos que aparezca, como ocurrió durante la presentación de “Historia de San Luis”, la clara voz de Antonio Esteban Agüero: “Y ese tenue rumor inadvertido/que llega a mí sobre el silencio blando/del aire montañés con la sorpresa/ de son de mar en caracol guardado/¿Y esa música azul? ¿Y esos cristales/ suavemente tañidos y vibrados?/ ¿Y esa flauta de acentos campesinos/ que murmura detrás de los collados?/ Son los arroyos de mi tierra, el cielo/ que ha preferido descender cantando/ por arterias de cerro y de llanura,/ líquido cielo musicalizado./ Como el indio yacente que ponía/ la oreja en tierra para oír caballos/ galopantes y ariscos a lo lejos, / y acertaba su número, y sus pasos,/ y su rumbo también, yo me reclino/ en la dura colina, sobre el pasto, /para oír los arroyos cuyas voces/ hacen vibrar este país serrano.”
Desde la sala Victoria Ocampo, la escritora Paulina Movsichoff citó ese fragmento del “Digo al arroyo”, en el ámbito donde literatos, asociaciones, editoriales, distribuidores, universidades, religiones, medios, países y provincias argentinas negocian sus ejemplares entre tintas y anhelos. Así, referido, “El Capitán de Pájaros” prologó la reedición de la obra publicada por San Luis Libro, perteneciente a Juan W. Gez, a quien Movsichoff comparó con pensadores del Renacimiento capaces de abarcar diferentes campos culturales y científicos. El auditorio no disimuló su conmoción tras oír a Esteban Agüero. “Paulina hizo una síntesis notable de la historia sanluiseña y en prosa poética. Nos embelesó”, dice Susana Pacheco, escritora que trabaja en la “Casa del Poeta” hace 9 años. Y filosofa: “Cuando uno ha viajado mucho por el mundo aprecia más el silencio de la montaña”.
Al revivir una voz literaria que trae noticias de otros tiempos y sensibilidades, o mientras voltea páginas, cada lector imagina, con las fibras orquestadas, mundos posibles, paralelos, redentores.
Nota: Matías Gómez
Foto: Héctor Videla