UNA PALABRA

“Cuando uno se aferra tanto a un perro, es impresionante lo que puede transmitir”


En una nueva edición del ciclo de entrevistas de ANSL, la oficial principal María José Álvarez, una de las primeras mujeres certificadas a nivel nacional en búsqueda de personas junto a su perro Milo, repasa su historia de vocación, resiliencia y amor. 

En la División Canes de la Policía de San Luis, el sonido de las pisadas sobre el pasto y el aire que corre entre los árboles son parte del escenario cotidiano. Allí trabaja la oficial principal María José Álvarez, una de las primeras mujeres en la historia de la fuerza provincial en obtener certificaciones nacionales en búsqueda de personas.

Su compañero inseparable es Milo, un perro al que entrenó desde cachorro y con quien creó un vínculo que, según ella misma define, va mucho más allá del trabajo: “Cuando uno se aferra tanto a un perro, es impresionante lo que puede transmitir”.

Su camino en la Fuerza no fue sencillo. Hija única, ingresó a la Policía en 2009, apenas terminó el Secundario, en búsqueda de un futuro estable. “Mis padres querían que estudiara y fuera alguien en la vida, y lo más seguro era la Policía”, recuerda. Su papá estaba feliz; su mamá, en cambio, temía que su única hija se expusiera a los riesgos de la profesión. Pero María José siguió adelante.

Pasó por una comisaría en El Trapiche y por el Comando Radioeléctrico, años de patrullaje en la calle. Allí, dice, descubrió que la clave era el respeto: “Siempre creí que si uno va con respeto, va a recibir respeto. Gracias a Dios nunca tuve una falta de respeto en la calle”. Su desempeño le valió reconocimientos, como cuando logró reducir a un ladrón que había entrado a la casa de una mujer mayor. “Eso reconforta mucho”, afirma.

El verdadero giro en su vida llegó cuando fue destinada a Canes. “Fue mi sostén, donde resurgí”, confiesa. Y también donde apareció Milo. Su jefe le entregó un cachorro de 60 días y le dijo que durante seis meses debía criarlo en su casa para fortalecer el vínculo. En ese hogar convivían ella, su hijo pequeño y un perrito que sería parte fundamental de ambos mundos: el profesional y el afectivo. “Mi hijo es perrero igual que yo. Los dos se volvieron locos con Milo”.

La oficial principal, durante la entrevista, señala un concepto muy interesante: “El perro de trabajo es el perro de trabajo, no es el perro de casa, y tenés que saber separar. Mi hijo supo manejar eso, también supo entender que ese perrito era del trabajo, que se iba a ir en algún momento, no iba a estar siempre en casa”.

Pero el vínculo se templó en el dolor. A mitad de un entrenamiento para la certificación nacional, Milo se descompensó. El diagnóstico fue devastador: virus de la garrapata en su fase más grave. “Fue muy duro verlo con el suero, verlo mal todos los días, sin comer, sin tomar agua. Yo le daba agua con una jeringa para que no se deshidratara”, recuerda con la voz quebrada.

Las expectativas no eran buenas. Ella pensó lo peor. “Recién empezábamos a entrenar para la certificación y el pronóstico no era alentador”. Todas las noches rezó a San Roque. Su hijo, al verla llorar, se sentó a su lado y le dijo: “Yo te ayudo a rezar”. Era un momento de fragilidad compartida. 

El tratamiento especial que le aplicaron —tres sesiones que reforzaban las defensas del perro— marcó un antes y un después. “A la segunda sesión ya estaba más animado, comía, era otro perro”, cuenta emocionada. Cuando finalmente volvió a entrenar, sintió que ambos renacían: “Fue verlo de cerca y decir: acá estamos de nuevo, vamos con todo. Empezamos todos los días a entrenar, que él siguiera su ritmo de trabajo, sus tiempos en búsqueda, que permaneciera, que mejoraran en sí, que era lo el objetivo”.

Hoy Milo está certificado y es uno de los perros entrenados para búsqueda en grandes áreas. Su trabajo implica disciplina, sociabilización y entrenamiento constante en campos abiertos y zonas rurales. “En cada búsqueda él cree que la persona que busca tiene su juguete. Ese es su premio. Así entiende su trabajo”, explica con ternura.

María José lleva con orgullo cada uno de sus logros: “Soy la primera mujer en certificar un can a nivel nacional, la primera en hacer el curso básico de Canes, la primera en participar de actos oficiales en la agrupación. Para mí es muy fuerte, es un orgullo”.

Su vida, admite, no siempre fue fácil. Madre soltera, con largas jornadas fuera de casa, muchas veces depende del apoyo de sus padres: “Cuesta, cuesta mucho pero tengo que seguir por mi hijo, para que vea que nada es fácil y que valore lo que hago por él”.

Su sueño profesional ahora es ser convocada a una búsqueda nacional y lograr un resultado positivo con Milo. Su sueño personal: “Tener mi casa, que mi hijo esté bien, y que siga sintiéndose orgulloso de la mamá que tiene”.

Y cuando llegue el momento del retiro del perro, no tiene dudas: “Si llega bien a sus años de servicio, me lo voy a llevar a casa. No lo voy a dudar.”

Al final del camino, sintetiza su filosofía con la claridad de quien atravesó pruebas difíciles y salió fortalecida: “Perseverancia y sacrificio. Mucho trabajo. Nunca dejar de creer que sí se puede”.

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