Cómo es el derby madrilista
Ir al Bernabeu, como ir al teatro
Vivir el derby de Madrid entre el Real y el Aleti, una experiencia única. Conocé de qué se trata. Una película muy diferente de la que vivimos en los estadios argentinos.
La señora de las cuatro décadas, con tacos altos y vestido de noche, camina por las veredas y parece que va camino a una ópera, pero en realidad está a punto de entrar a una cancha de fútbol. No es la única. Las mujeres, la mayoría vestidas como si fueran a desfilar por una pasarela, son muchas. Sobre todo más que las que podemos ver en los estadios de Argentina. Ellas ponen el toque de glamour dentro de un concepto de espectáculo que domina este contexto deportivo. El partido, por momentos, parece ser un pretexto. Todo está montado para que la gente disfrute más que de tacos, pases y goles. Compras, música, moda… Ir al Santiago Bernabeu se parece más a una salida al teatro que a lo que nosotros conocemos como “ir a la cancha”. Para todos es un disfrute y no un esfuerzo, una aventura, como tanto nos pasa en la Argentina.
Es distinto desde la previa. Los hinchas llegan en masa sin banderas y con pocas de las típicas bufandas europeas (claro, estamos en verano) pero todos enfundados en distintas camisetas merengues: blancas, negras, distintos modelos con tonalidades del azul y hasta una rosa. Al ver tantas de ese color, sobre todo mujeres, uno entiende la idea de Angelici en Boca. Pero, claro, Argentina es Argentina y el rosa no es tan valorado como en España… El Real, por caso, tiene una industria montada con la venta de camisetas en el mundo. Es uno de sus principales ingresos. Por eso es clave cambiar los modelos y hasta los jugadores para que los fanáticos se entusiasmen con la nueva ropa o ídolos y corran a las tiendas a comprarlas. Todas tienen nombres que reflejan idolatrías. La 7 de Ronaldo es la más vista, pero muy cerquita la 4 de Sergio Ramos. Luego hay de todo: de Pepe, Xabi Alonso, Bale, Benzema, Casillas, Isco y Arbeloa. Ya están las nuevas, como la de Kroos, Chicharito y James. Y algunas viejas, como la de Raúl. Sorprende no ver ni una, en casi dos horas, de Di María o Higuain, quienes ya no están. Sobre todo de Fideo, a quien los hinchas recuerdan con mucha cariño y no pueden creen como el Real no retuvo. Sí pasa un veterano con la 9 que dice Distefano. Un honor a la Saeta.
Los hinchas disfrutan del antes. En grupos, discuten de fútbol: si Casilllas debe seguir, que la defensa necesita mejorar ya, que si tantas estrellas es lo mejor, que si Florentino Pérez debe dimitir… El alcohol es un protagonista importante. La gente lo compra en los comercios de la zona pero más que nada lo trae en bolsas desde su casa. La Policía nada tiene que decir al respecto. Pero sobra la mucha paz en las afueras. Cada tanto pasa algún hincha del Aleti, incluso junto a otros del Real (parejas y amigos), pero nadie le presta atención. Cero violencia y clima de clásico, al menos de como lo conocemos en nuestro país. El pituco barrio Chamartín apenas se ve alterado. Las tiendas de ropa, muchas top, mantienen las puertas abiertas, sin miedo a robos o actitudes bandálicas. No hay corridas ni emboscadas. Los vecinos caminan sin miedos y los autos no corren riesgos de pedradas.
La gente llega con tiempo, pero el ingreso a la cancha es lento y a último momento. Nada de colas ni de policías tirándote el caballo encima. Eso sí, nadie trata de colarse o busca ingresar por la fuerza. Ya dentro de la cancha, lo primero que llama la atención es el césped, un billar. La música, bien variada, hace que el estadio parezca una disco por momentos y los hinchas bailan en la grada. Por supuesto que, además, avasalla lo bello e imponente que es el Bernabeu. En el derby estuvo repleto, 81.000 personas sentadas que, en realidad, parecen más. La cancha no es expandida como el Monumental sino más vertical, tipo la Bombonera, aunque más alta y linda. Son cuatro bandejas. Hermosa para ver el partido (se ve bien de todos lados) y para alentar porque un mínimo techito le permite ser una caja de resonancia. Pero, claro, los hinchas no lo aprovechan. Salvo un grupo minúsculo, de 600/700 hinchas que forman la barra (vestidos de blanco, con banderas, se ubican detrás de un arco y en lo más alto del estadio), el resto no canta. Nunca. O casi. Aplauden, gritan, insultan y hasta silban (varios se la agarraron con Casillas). Pero no meten presión al equipo visitante ni empujan al suyo. Muchos argentinos lo calificarían como una “amargura”. Ese grupito canta en un 90% canciones de las hinchadas argentinas, algunas igualitas, otras adaptadas. “No me importa lo que digan, yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más”, gritan. Y Sorprende escuchar “este no es un golero, es una puta de cabaret”. Y hasta llama la atención la versión madridista del “Brasil, decime qué se siente”.
Si hay que hablar de fútbol, las conclusiones son dos: que nunca (o casi) un grupo de grandes figuras serán más que un equipo. El Aleti del Cholo, un equipo muy bien trabajado, resignó la posesión del balón, ocupó bien los espacios y controló (salvo un rato del PT) a las estrellas rivales. Salvo en los últimos 30 minutos del primer tiempo, supo cuando defender y cuándo dañar. En la segunda mitad, con mucho oficio y un solidísimo, puso al partido en el freezer y dañó con los ingresos de los incisivos Arda Turan y Griezmann.
El Bernabeu se vistió de gala una vez más. Pero la fiesta fue del Aleti.
