LITERATURA PUNTANA
sábado, 01 agosto de 2015 | 11:43

Élida Vallejo, la poeta viajera

La escritora nacida en El Pedernal ha recorrido Panamá, Ecuador y Colombia. A los 83 años, con 6 hijos, 18 nietos, 18 bisnietos y varios premios, prepara un libro de cuentos. El amor a la naturaleza y los sueños son la savia de su sabia vocación literaria.

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Élida, la poeta que escribe desde su infancia y terminó la secundaria a los 55 años.

“La indiscreta luna/ abre una ventana/ en la cándida nube/ que viene detrás/. Juegan las luciérnagas/ entre los jazmines, /bañan las estrellas/ las olas del mar”. La resonancia borgeana impacta en este poema enclavado en el ahora. Su dueña tiene 83 años, 6 hijos, 18 nietos, 18 bisnietos, terminó el secundario a los 55 y escribe desde la infancia. Ella se presenta mejor: “Al verse preludiar mi adolescencia/ con mirada gélida,/ surgió la poligrafía de los sueños/ y con fuego grabó mi nombre ¡Élida!”.

Su historia parece salida de una ficción. “Nací el 4 de junio, en El Pedernal, en el departamento Belgrano, cerca de Villa General Roca y El Médano. Una vez pasó un arriero y sintió llorar a un niño en el corral de las chivas. Se volvió a preguntar por qué tenían al bebé ahí. Y era yo. Mi madre estaba empleada en una casa de familia, yo supongo que me llevaba al corral para que estuviera calentita y lejos de la familia para que no molestara mi llanto. El arriero me pidió y me llevaron a los dos meses. Me crió esa familia hasta los seis años pero quedé con el apellido Vallejo, de mi madre. Era la única nena entre cuatro varones, así que era regalonísima”, se emociona.

El poeta tunecino, Youssef Rzouga le escribió: “todavía no…/ todavía no ha acabado su poema de luz/ un poco más/ para verla venir hacia el Mediterráneo/ un poeta huérfano como ella/ quiere saber el secreto de Élida Vallejo/ y la sabiduría de su río que sigue corriendo”.

Élida pasó su infancia en Lomas Blancas, luego vivió 7 años en San Luis y a los 20 se fue a Villa Mercedes donde estuvo otros 20 abriles. “Mi madre, Dérminda Vallejo, desapareció de mi vida y no la pude encontrar más, hasta casada la seguí buscando. Le pregunté a los vecinos por qué me tenía en el corral y ellos decían que porque me quería mucho, por eso me cuidaba”, agrega.

De pequeña, Élida devoraba los manuales de lectura y garabateaba poemas, pero sostiene que desde 2003, cuando comenzó en el taller literario “Silenciosos Incurables” de Viviana Bonfiglioli, se dio cuenta que podía escribir bien.

Temprano leyó a Amado Nervo, Olegario Andrade, Ricardo Gutiérrez y Almafuerte. “A Bécquer lo conocí después, cuando ya le tomé gusto a la vida”, aclara sonriente. “Por ahí, mis poesías se relacionan con ellos que hablan tanto de la naturaleza, los árboles, el viento. Para que me quede a mí algo palpable, porque eso de hablar del alma, capaz que conozca la mía pero no puedo escribir respecto de lo que usted piensa o desea, porque eso es algo muy privado e íntimo. Así que no me gusta escribir esas cosas del corazón o del alma”, indica. Cada tanto, desde el patio hasta el living, llegan los chillidos de cuatro cotorras y pollitos durante la mañana invernal. Una copita de licor de menta sobre la mesa ratona invita a calmar el frío.

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“Todo lo que miramos es poesía”, sostuvo Élida.

-¿Cree que con tanta lectura y escritura ya conoce su alma?

-Sí, la conozco, la veo inquieta, distraída, siempre volando. (Ríe). Soy idealista, no sé si puse los pies en la tierra alguna vez, a lo mejor, para criar a los hijos.

A Vallejo le florecen poesías. En 2009 publicó “La poesía viajera” y prepara un libro de cuentos, que están “todavía medios verdes”. Su pasión literaria ha germinado en algunos de sus hijos y nietos. Con almácigos compara a sus bisnietos; por teléfono, antes de la entrevista, explica que su casa es la que tiene en la entrada una cala y pensamientos; asegura que el amor brota y sus poemas están sembrados hasta en Google.

Además le gusta estar al tanto de las noticias y es hincha de River Plate. Con prolija manuscrita, sobre un cuadernito escolar, escribe todas las noches, a veces, hasta las dos de la mañana, o desde las cinco, en la cocina o la cama. Durante ese ritual jamás toma mate. Reflexiona luego: “Uno tiene que portarse bien en la vida porque sino vive amargada la vejez. Veo a gente de mi edad enferma porque no han sabido vivir”.

-¿Qué sería saber vivir?

-Es alimentarse correctamente y disfrutar de los placeres de la vida, pero no exageradamente porque el organismo sufre. Y tratar de compartir la vida con los demás, y no exagerar con nada, ni con la fiesta, ni con la vestimenta. Cada cosa a su tiempo. La violencia también es parte de la mala vida que se lleva. Hay que ser moderado para todo. En algunos hogares falta amor, cariño, porque los padres trabajan a full.

-¿Cómo definiría, a los 83 años, el amor?

-¡Es tan amplio! Es lo más lindo de la vida. Los otros días me compré diez pollitos porque quiero volcar todo mi cariñito en eso bichitos y salir de este pozo de pesimismo que me había tomado hace unos días.

-¿Y qué otros caminos cree que tiene el amor en su vida diaria?

-Dedicarme a mis nietos y bisnietos. Y a los hijos grandotes que tengo porque siempre van a necesitar algo. Eso es el amor que brota con todo lo que uno tiene para cada persona. Es innato, alguien necesita algo, y aunque no sea de la familia, ahí estamos. Dar y recibir, es un trueque que no merece la pena. ¡Es tan lindo, dar sin recibir!

“¿Qué será el amor?- escribe- ¡No lo entiendo! La ternura sabe a éxtasis, sentimiento en conmoción, paliativo de la angustia, lágrimas de emoción”.

Durante los últimos años, para diferentes encuentros literarios, Élida ha viajado a Panamá, Ecuador, Colombia, Mar de Ajó, Córdoba, entre otros paisajes, y proyecta más viajes. “Esos congresos son un tónico para nuestro pensamiento. Hay distintas ideas pero es muy fructífero todo. Hay muchísima amistad, es como si nos conociéramos de siempre. Todos participan, somos todos iguales”, señala la poeta viajera.

Sentada en un sillón, Vallejo dice que en Ecuador los poetas llevan sus ideas hasta las escuelas. “En cambio en San Luis no hay comunicación entre nosotros, estamos separados”, opina la lectora de Antonio Esteban Agüero, Polo Godoy Rojo, Liberato Tobares, Sábato, Borges y Neruda.

Durante la charla, Élida comparte un cuento inédito titulado “El hombre y las siete ruedas”. Después de leerlo, expresa: “Le falta arte. Tendría que ser un poco más llamativo. Me parece algo insulso. Mis muchachos también leen lo que escribo, a veces me dicen `mamá esto está muy seco´”.

-¿La vida tiene poesía?

-Todo lo que miramos es poesía, esa puerta, este cuadro.

-¿Pero qué distingue a la mirada del poeta de alguien que tal vez mira el mismo objeto?

-El poeta le da otro matiz.

-¿Y cómo describiría esa mirada poética?

-Es un mirar desde el corazón, desde adentro de nosotros mismos. Porque todos nosotros estamos volcados hacia los objetos para hacerlos poesía. Lo llevan a uno a mirar las cosas de otra manera. El poeta tiene un mirar total, de todos los ángulos, con unos ojos que miran lo más bonito que hay.

“Armar el pájaro su nido/ perlar la flor el rocío/ colmar el alma de dicha,/¡Eso es poesía!”, escribe.

-¿Y para que sirve todo esto?

-Para transmitirlo, para alargar la vida nuestra, porque es tan lindo vivir, sacar lo más triste y quedarse con lo más llamativo, lo que puede llenar el corazón.

-Pero, a veces, escribir no implica también acampar en ese dolor, para ver si puede salir algo mejor, como parte de un proceso. Es decir, ¿o sólo usted escribe cuando está bien de ánimo?

-No, no, se escribe en todo momento. Y uno cuando está triste escribe triste. Pero la poesía también es irreal, porque hay sueños que no se cumplen o no se pone énfasis para que se cumplan.

En su premiado poema, “El salitral”, Élida presenta un desolador panorama: “No hay árboles pájaros ni agua,/ no es pampa, médanos ni arenales,/ solo salitre que brota festoneando/ el húmedo contorno de las calles./ Esta tierra reseca y blanquecina/ donde habita el esqueleto sepultado,/ de sencillos moradores del espacio/ que legaron sus cuerpos dislocados./ El sol reverbera y encandila/ acosa la espera del resignado jume,/ mezquina sombra de predio triste,/ careciente de color y de perfume./ Solo el latido de esta valiente tierra/ prosternada para orar a lo imposible,/ bajo un cielo doloroso y terco/ se enseñorea de resistir lo terrible./ Quizá guarda una historia el salitral aislado,/ quizá fue mar furioso que replegó sus aguas…/ o quizá un gran ejército de valientes,/ que sepultó su cuerpo inerte y mutilado.”

Élida además tiene claro que escribir no siempre implica arrancarse y, ante lo nuevo, darse a la poda.

-¿Cree que la palabra poética tiene el poder para crear sueños?

-Si señor, y para llevarlos a la realidad también.

-¿Qué sueños se le han cumplido con la poesía?

-Todos. Amigos, viajes, los hijos que salieron buena gente.

Nunca enumera sus premios en otras ciudades o el primer puesto en el concurso Jaquematepress. Al final de la nota, humildemente, pide que escriba poco sobre su historia.

-¿Considera que actualmente la poesía tiene un espacio en la sociedad?

-Sí, recién empieza a tomarse en cuenta. Porque antes quedaban herrumbrados por ahí los libros de los grandes poetas. Y de repente se empezó a tomar conciencia de lo que significa escribir poesía. Ahora admiramos a los poetas anteriores, han aflorado.

-¿Por qué esta toma de conciencia o revalorización ahora?

-Porque se desvalorizaron otras cosas. La televisión, en primer lugar, o algunas noticias nocivas para los chicos.

-Es decir, que para usted la poesía surge como una respuesta a esa violencia…

-Claro. Es una bonita respuesta para todas las cosas negativas. La cultura tiene que volver a ser real, no perniciosa como la que tenemos ahora.

-¿Por dónde pasa la raíz de nuestra cultura?

-Por la lectura de buenos libros. Enseñarles a las criaturas desde pequeñas a leer, para que se formen bien.

Élida revela que parte del secreto para escribir es tener la ingenuidad de los niños. Por ejemplo, ella durante su infancia creía que el viento habitaba en los árboles o que la luna era igual adentro de todas las casas. Esas anécdotas cristalizaron en sus textos. Pero también, escribir es pulsear contra el tiempo. “A la mañana, por ejemplo, abro los ojos y está ahí justo lo que tengo que decir”, expresa cubriendo su mirada, como si la cegara el sol. “Y a medida que voy escribiendo se me olvidan las palabras”, dice preocupada. Su cara se suaviza al sonreír cada vez que contempla los misterios de la poesía y sus manos viudas parecen alas cuando cuenta cómo inició a sus hijos en el amor por la literatura. “Siempre desde chiquitos, cuando han empezado a entender las cosas, les he contado cuentos. Sentaditos ahí- explica mientras escala con su palma una hilera invisible de niños- en el campo sobre un tronco les contaba cuentos. Es lo que más le ayuda para la imaginación. Así no matan a los pájaros, no hacen daño a los vecinos, no les pegan a los perros, no rompen los focos de la calle. Con los cuentitos se evita todo eso”.

Nota y foto: Matías Gómez.

Corrección: Berenice Tello.