Día del árbol
domingo, 31 agosto de 2014 | 01:44

Esculturas vegetales que religan tierra y cielo

El 29, hace 113 agostos, en Argentina se festeja el día de los pulmones verdes. Entonado por Antonio Esteban Agüero, el algarrobo, como símbolo de la puntanidad, fue bautizado catedral de los pájaros.

El Algarrobo Abuelo en Merlo. Cada 29 de agosto en Argentina se festeja el Día del Árbol.

El Algarrobo Abuelo en Merlo. Cada 29 de agosto en Argentina se festeja el Día del Árbol.

Nada es tan vital, en una tierra de Chorrillero, como el amparo de los árboles. Aunque durante eones infinitas semillas germinaron en la travesura natural del viento puntano, algunas, y cada vez más, encienden en las manos de alumnos o entre los callos de los trabajadores forestales.

En Argentina, Domingo Faustino Sarmiento, presidente desde 1868 a 1874, impulsó la actividad verde. En un discurso subrayó: “El cultivo de los árboles, conviene a un país pastoril como el nuestro, porque no solo la arboricultura se une perfectamente a la ganadería, sino que debe considerarse un complemento indispensable.” Y agregó: “La Pampa es como nuestra República, tala rasa. Es la tela en la que ha de bordarse una nación. Es necesario escribir sobre ella ¡Árboles! ¡Planten árboles!”.

Treinta años después, el 29 de agosto de 1900, el Consejo Nacional de Educación, en base a la iniciativa del Dr. Estanislao Zeballos, instituyó dicha fecha, en celebración al “Día del Árbol”, y cuyo festejo se concretó a partir de 1901.

Suecia, en 1840, fue el primer país que fundó el compromiso con el recurso renovable. Actualmente, en el mundo cada nación festeja según su calendario. Por ese motivo, la Asamblea General de Naciones Unidas instituyó al 21 de marzo como el Día Internacional de los Bosques, para concientizar sobre el verde que cubre un tercio de la superficie terrestre del planeta y alberga más del 80% de las especies animales y vegetales.

La literatura además regala una alusiva fábula: “El hombre que plantaba árboles”. Escrita por el francés Jean Giono en 1953. Narra la vida de un solitario pastor quien, tras enviudar y perder a su único hijo, se dedica a plantar encinos, hayas y arces en su región, sin más meta que forestar. Al principio, el autor dijo que el personaje era real, pero debido a la abrupta fama adquirida aclaró después que “Eleazar Bouffier es un personaje inventado”. “El objetivo de esta historia es lograr que se ame a los árboles o, más precisamente, que se ame plantar árboles (lo que después de todo, es una de mis ideas más preciadas)”, dijo acerca de la recomendable obra con tintes poéticos- ecologistas.

Más cerca, Antonio Esteban Agüero aún puede reverdecer paisajes internos. “Padre y Señor del Bosque,/Abuelo de barbas vegetales,/yo quisiera mi canto como torre/ para poder alzarla en tu homenaje;”, se presenta el poeta en “Cantanta del algarrobo abuelo”, ante la impotente estatua de follaje. Y luego parece abrazar su génesis: “Algarrobo natal/Abuelo mío/ Hace mil años la paloma trajo/ tu menuda /simiente por el aire/ y la sembró donde Tú estás ahora/ sosteniendo la Luz en tu ramaje/ y la Sombra también cuando la noche/ en larga lluvia de luceros cae./ Así naciste.”

Desde el instante, Agüero invita a celebrar la naturaleza puntana, donde el viento sopla en un poema creador que nunca finaliza, y a su paso, los árboles vibran como orquestas.

 

Nota: Matías Gómez