LITERATURA
El hijo del nombrador de la luz
De visita por la provincia, Osvaldo Godoy comparte anécdotas de su padre Polo Godoy Rojo, una de las voces señeras de la Puntanidad.
A los 77 años, a punto de publicar su primer poemario, Osvaldo Godoy todavía escucha sobre sus hombros los consejos de Polo cuando pone el punto final en cada estrofa. “Eso es prosa, Osvaldo”, le marcaba.
Además de diestro novelista, Polo era un poeta luminoso -contemporáneo de Antonio Esteban Agüero-, exigente con la métrica y las rimas, que le salían de un tirón. En la lírica puntana de la generación del cuarenta reinaba el soneto. Algunas excepciones pueden encontrarse en César Rosales, con sus versos trenzados y eruditos, o en León Benarós, cuando dejaba la composición musical para atender las ebulliciones que el surrealismo provocaba en el Obelisco, o del otro lado de la Cordillera y del charco. Incluso la épica “Cantata al abuelo algarrobo” tiene melodías consonantes y asonantes, que hoy la estética moderna ha suspendido para atender a otras disonancias o armonías más fluidas. Aun así, vale la pena adentrarse en los sonetos puntanos donde el paisaje es pura inspiración.
“Aunque conozco toda la obra de él, siempre intento destacar su figura como ser humano. Era un hombre excepcional, un verdadero maestro; no sólo en el aula, sino en las cosas de la vida”, comparte Osvaldo, el primero de los cuatro hijos de Polo.
“El libro que curiosamente ha tenido más resonancia de él es ‘Donde la Patria no alcanza’. A mí me gusta más ‘Campo guacho’, porque utiliza una terminología del criollo que se estudia en la Universidad Nacional de Córdoba, como testimonio del lenguaje del paisano. Mi padre era muy cuidadoso de eso, muy estudioso. Ha vivido anotando todo lo que le llamaba la atención”, cuenta.
Polo nació en Santa Rosa del Conlara, el 26 de enero de 1914, y murió a los noventa años. Su experiencia como docente en la Escuela Provincial de Concarán, y luego en parajes como Monte Carmelo, en Balcarce y Pozo Cavado, lo empujó a llevar un diario, del cual germinará su trascendental obra “Donde la Patria no alcanza”, laureada con el primer premio de la 1ª Bienal Puntana de Literatura, y con faja de Honor de la SADE.
Entre cuentos, poesías, novelas, relatos para niños y obras de teatro, el autor sumó 28 publicaciones. Con “Campo guacho” obtuvo el Premio Emecé, en 1960. El diario La Prensa lo ubicó, entonces, “entre quienes continúan la senda por la que transitaron Hernández, Payró, Sánchez, Güiraldes y Linch”.
Aunque Polo es un poeta matinal, y no sólo porque acostumbraba a escribir temprano, Osvaldo distingue dos momentos en la vertiente lírica: “Primero, cuando él va a enseñar a Monte Carmelo y ve el sufrimiento que están pasando los niños con hambre, desnudos, en condiciones paupérrimas de vida. Es una etapa de profunda tristeza, que nunca lo va a abandonar en sus escritos. Después, la otra etapa que recuerdo es cuando fuimos a pasear a Villa Elena. Ahí, en ese paisaje tan bonito al pie de los Comechingones, con el ruido del arroyo que corría, lo veía con una libreta escribiendo, escribiendo, y ahí nació el nombrador de la luz. Eso lo tiene trasladado en un poema que se llama ‘Quebrada del Molino’, porque dice que así se llamaba Villa Elena antes”.
Para Clides, hermana de Polo, en el poema que titula además su libro “Nombro la luz” está el núcleo inspirador del escritor.
Polo vivió sus últimas cinco décadas en Córdoba, donde proliferaron sus creaciones sobre el papel. En esa provincia vecina, la escuela del barrio Ciudad de los Niños lleva su nombre, al igual que una plaza. En San Luis, la Universidad Nacional entrega los premios Polo Godoy Rojo y hay bibliotecas en honor al maestro rural.
“A veces en Córdoba no se le da la atención que noto en San Luis, en cuanto al aspecto de publicación”, asegura Osvaldo. “En San Luis Libro siempre se nos ha brindado todo el apoyo para las reediciones”, agrega.
A pesar de la distancia, su hijo indica que en cada presentación Polo homenajeaba la memoria de Antonio Esteban Agüero, con quien intercambió prólogos y correspondencia. “Estaba impregnado con la vibración de la provincia en toda su poesía”, expresa.
Osvaldo define a su padre como disciplinado al momento de escribir. Polo decía que la perseverancia le permitió ganar concursos nacionales. Su prosa hurga lugares y vivencias inhóspitas para abrir horizontes.
“Era católico, y de un humor muy contagioso y muy selectivo también. Me decía que con ‘Campo Guacho’, a la noche soñaba cada capítulo y al día siguiente lo escribía. Decía que evidentemente esto no era su capacidad, sino un don de Dios”, comparte su hijo, que actualmente está jubilado como bioquímico y reside en Córdoba.
Osvaldo ríe cuando se le señala el parecido físico con su padre y asegura que fueron muy compinches. “Él me enseñó a tocar la guitarra, y también fue arquero de fútbol en su juventud”, repasa.
Sin embargo, ante la poesía, padre e hijo se dividen. “Me advertía que yo era muy afín a escribir prosa. ‘Eso no es un verso Osvaldo, es prosa’, me decía”, cuenta entre risas. “Todavía lo escucho que me dice: ‘Eso es prosa, Osvaldo, pero igual lo voy a poner como verso’. Siempre nos alentaba a escribir”, sentencia a pura carcajada en Terrazas del Portezuelo, con la ciudad capital de fondo.
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Nota: Matías Gómez.
Fotos: Marcelo Lacerda/ Gentileza Osvaldo Godoy.
Video: Juan Moyano.
Edición: Martín Micali/ Fernando Testi.