TENGO MI CASA

“Esta es la casa que mi papá esperaba”


En el barrio 400 Viviendas, Ayelén Carrizo abre las puertas de un hogar que no solo simboliza presente y futuro, sino también memoria y gratitud. Allí vive con su esposo, Erich, y Ezra, el hijo de ambos, rodeada de la certeza de que los sueños, aunque tardíos y dolorosos, pueden cumplirse.

La historia de Ayelén está marcada por la fortaleza. Hija única, acompañó a sus padres en las enfermedades más duras: dos cánceres de su papá y una dolencia crónica de su madre. Entre tratamientos, viajes y renuncias, incluso dejó su carrera de nutrición para cuidarlos. “Me quedé con la tranquilidad de haber estado con ellos en todo momento, y detrás mío siempre estuvo mi esposo, mi gran compañero”, cuenta con emoción.

La casa que hoy habita tiene un significado profundo: fue la que su padre soñó y comenzó a pagar años atrás. “Esta era la casa que mi papá esperaba. En esta casa hay muchas de sus cosas, que él compraba de a poco para ir armando un hogar. Él nunca perdió la esperanza, hasta el último momento seguía creyendo que un día íbamos a tenerla”, recuerda Ayelén.

Ayelén y su pequeño hijo Ezra, jugando en el comedor de su casa.

Durante años, su padre reclamó respuestas: envió notas y hasta consultó con un abogado para entender por qué la vivienda se demoraba tanto, pero en el gobierno de Alberto Rodríguez Saá nunca fue escuchado. Esa espera cambió de rumbo con el anuncio de Claudio Poggi, quien al asumir dispuso que las primeras llaves en entregarse serían para las familias que habían quedado postergadas. Fue entonces cuando el sueño de su padre comenzó a materializarse en las manos de su hija.

Ese anhelo se transformó en legado. Cada cuota que su papá abonaba, cada electrodoméstico que compraba para el futuro, se convirtió en un puente entre generaciones. “Mi hijo la siente como la casa que le regaló su abuelito”, dice con lágrimas que mezclan tristeza y orgullo.

El 7 de junio recibieron las llaves, justo una semana antes del cumpleaños de Ayelén y del Día del Padre, fechas que volvieron aún más simbólico el momento. “Para mí fue como un mensaje de él, desde algún lugar acompañando nuestra felicidad”, confiesa.

Hoy, la vida cotidiana se llena de pequeñas celebraciones: comprar una cama para Ezra, ver crecer el pasto del patio, decorar las paredes con amor. “Llegamos y decimos: qué lindo, es nuestra casa, es nuestro hogar. Eso se siente muy especial”, resume.

Después de tanto dolor, Ayelén encuentra en estas paredes la recompensa a su entrega y la confirmación de que la vida devuelve lo dado. Su hogar es un refugio de amor, una herencia invisible de su padre y un regalo compartido con su familia.



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