TENGO MI CASA
Con el amor por sus hijos como motor, Carla Segovia cumplió el sueño del techo propio
Su historia de vida está colmada de situaciones que pondrían a prueba la fuerza de voluntad de cualquier ser humano. Y Carla es clara, muchas veces sintió que perdía la pulseada. En esa incertidumbre, fueron Lucas, Leonela y Juliana, sus tres tesoros, quienes sirvieron como faro constante para, tras años de pelearla, por fin despertar cada mañana en el hogar de sus sueños.
El pasado 1º de agosto, cuando Claudio Poggi le entregó la llave de su casa en un acto que reunió a varios vecinos de Quines, Carla Segovia hizo todo para contener las lágrimas y no llorar “frente a tanta gente”. Ese mismo día, ella y sus hijos mayores mudaron sus colchones y algo de ropa de cama para pasar su primera noche. El sábado, al despertar, finalmente pudo soltar su emoción. “No lo podía creer. Cuando miré por las ventanas, de mi casa… despertarme, no sé, es una sensación que no podés explicar. Mi hija me pedía ‘mami, no llores por favor’, y les dije ‘no se imaginan lo que sufrí por tenerla, y ahora que la tengo me siento bien. Es alegría’”.

Carla nació en Quines, en el seno de una familia numerosa. Ella, sus padres y sus nueve hermanos crecieron acostumbrados a arreglárselas con el espacio y los recursos que tenían. A los 18 años tuvo a su primer hijo, pero lo perdió de una manera sumamente violenta en 2005. Tanto la marcó ese hecho que pasaron años para que pudiera volver a quedar embarazada.
Si bien ésa es una herida que quizás nunca cierre, la llegada de Lucas, que hoy tiene 17 años, de Leonela, de 15, y de Juliana, que cumplió 7 años el pasado martes, volvieron a inundar su vida de felicidad.
Pero igual su vida no era fácil, principalmente por la falta de techo propio. Cuando los dos mayores aún eran niños, ella y su entonces pareja vagaron por varias propiedades del pueblo hasta que, por falta de trabajo y de un lugar donde vivir, decidieron mudarse a Salta a la casa de su suegro, en 2014. “Los alquileres estaban caros en ese tiempo. Y bueno, donde estábamos nos pedían que desocupáramos así que no sabíamos qué hacer”, recuerda.
“Para mí fue feo porque a mí me criaron en familia, siempre familia, y encontrarme sola allá, en un lugar que no conozco, con gente que no conocía, fue bastante feo. Y más que para mis hijos era todo prohibición, ‘no toques, no hagas’, esas cosas. Fue encontrarme allá, sin trabajo, sin nada, porque no teníamos nada, vivíamos de lo que nos daban los abuelos de mis hijos”. Esa realidad le pesó tanto que regresó a su Quines natal en 2015, antes de que se cumpliera un año de haberse ido, nuevamente sin pareja, sola con Lucas y Leonela.
El destino fue la casa paterna, donde en ese entonces, vivían sus padres y su hermano menor con sus hijas. A ella y los niños les tocó ocupar una precaria construcción en el fondo. “Era un techito. Lo tenía con apuntalado con varas porque se venía para abajo. Cada vez que llovía se mojaba todo adentro, entonces ya no podía seguir”. Fue en ese momento en que conoció al papá de Juliana, con quien decidió encarar un nuevo proyecto familiar.
La madre de él les ofreció su casa para vivir porque la mujer decidió mudarse a Córdoba, y a pesar de que sus condiciones mejoraron, en Carla persistía el pesar de no tener un lugar propio. Aun así, allí permanecieron hasta hace poco más de un mes, cuando el sueño de tener su vivienda se cumplió.
Otro arduo camino paralelo
Como mujer, pero sobre todo como madre, Carla tiene el peso por no haberle dado a sus hijos un hogar propio cuando eran chicos. Al proyecto y el anhelo lo tuvo siempre, por eso se inscribió, en 2011, en el plan de viviendas ‘Progreso’. “Pagaba (una cuota de) 500 pesos, que en ese momento era mucho para mí. Con mucho sacrificio lo pagaba y lo seguía pagando, hasta que en el 2017 dijeron, ‘damos de baja la casa y no pagan más’. Me acuerdo que a la interventora que entró le dije ‘¿Cómo que no voy a pagar más en mi casa?’: ‘Ay, pero si esa plata ya no vale’, me dijo”.
Cuando regresó de Salta, tras acomodar sus cosas en la casa de su madre, lo primero que hizo al día siguiente fue viajar a Casa de Gobierno por respuestas y “no había respuesta. Me decían ‘volvé mañana; volvé la semana que viene’, y así me tuvieron. Yo decía ‘por cansancio les voy a ganar’, pero no, ni así. No se hacían cargo de nada. Cada vez que iba salía llorando y volvía llorando a los brazos de mi mamá. Ella me decía, ‘Ya está Carlita, ya va a pasar, ya vas a ver que ya va a pasar’. Ella siempre tenía la esperanza de que un día me iban a dar mi casa”, recordó.
A pesar de que nunca bajó los brazos, sus esperanzas flaquearon a lo largo de los años. En el transcurso, logró recibirse de cosmetóloga y comenzó a forjar su propio futuro laboral. A ella, que siempre le gustó trabajar con sus manos, le decían en el pueblo ‘la chica de los atrapasueños’, así que con el tiempo no dudó en montar un negocio de artesanías que aún tiene en un local y que sueña con trasladar a su nueva casa apenas puedan encarar una ampliación. “Empecé a trabajar casa por casa y así saqué a mis hijos adelante”, se enorgullece.
Lamentablemente, ni su mamá ni su papá lograron verla con la llave de su nueva casa en la mano, pero confía que, donde estén, están contentos por ella y la cuidan. “Sé que desde el cielo ellos también me iluminaron porque tenían mucha esperanza de que yo tuviera mi casa. Ellos vieron mi sufrimiento cada vez que iba (a reclamar) y cada vez que terminaba llorando en mi casa, con mi mamá, porque no podía darle el techo que les prometí a mis hijos”, pero se hizo justicia, dijo entre lágrimas.
Y a esa justicia de la que habla se la atribuye, en gran parte, a Claudio Poggi. “Los otros (adjudicatarios que fueron dejados de lado) también pensaron lo mismo: cuando él entrara iba a hacer justicia, iba a cumplir su palabra. Lo hizo y lo va a hacer de nuevo”, aseveró.
De a poco, Carla y sus hijos hicieron la mudanza, aunque resta trasladar un par de cosas. Los proyectos ahora son hacer el cierre de la vivienda para que el gato y las dos tortugas de la familia puedan estar tranquilas y seguras dentro de la propiedad. También empezar a trabajar en su tan ansiado jardín con las plantas que le gustan y, apenas sea posible, encarar la construcción de su local.
El viernes, Carla cumplió 42 años en un 2025 que conlleva el inicio de una nueva vida, bajo un techo propio y definitivo, con cientos de otros sueños por concretar. Y vuelve a mencionar a sus niños: “No se imaginan cuánto es para mí darles un techo en este momento. Voy a pelear por este techo, que mi mamá y mi papá me dijeron que iba a tener. Y ahora el Gobernador me lo dio”.