TENGO MI CASA

“Todos los días me vuelvo a enamorar de mi casa”


Después de 14 años de lucha y perseverancia, Teresa de Lourdes Molina disfruta en paz junto con su hija de la cosecha de su esfuerzo y esperanza inquebrantable, envuelta en el confort y el calor de su nuevo hogar, ese que será para siempre.

Teresa disfruta de su nuevo hogar. En el aparador, fotos de sus sueños cumplidos.

Hace apenas tres meses que Teresa de Lourdes trasladó sus pertenencias a su nueva casa en El Trapiche, pero la disposición de fotos, decoraciones y el aroma que ronda por el aire ya le otorgan una impronta propia. El paso constante de ‘Fantasmín’ y ‘Chiara’, el gato y la perra que juegan y pelean como cualquier par de hermanos, terminan por darle un tinte distintivo a lo que hace unas semanas era una vivienda más y ahora ya es el hogar de una familia.

Teresa nació en San Francisco, pero hace más de 26 años que desarrolla su vida en El Trapiche. Son dos décadas en las que el pueblo del departamento Pringles se convirtió en su segunda casa, aunque la ironía del destino marque que son apenas meses en los que su casa está allí. “Soy parte del Plan de Inclusión, trabajo en el hospital y aparte me desempeño como empleada doméstica”, se autopresenta la flamante adjudicataria, que transita su semana laboral en solitud pero comparte los sábados y domingos con su única hija, María Celeste.

Con su set de mate de por medio, que adquirió en el paseo de artesanos de la localidad, y con el fondo con los recuerdos fotográficos de distintos momentos de su vida compartida con su hija, como el egreso o la recepción de las llaves del hogar, Teresa rememoró parte del camino que transitó hasta descansar en la comodidad de su casa. Si bien el presente es uno que celebra, el mero recuerdo de un pasado atravesado por el abandono de un Estado ausente y la frustración del sueño familiar, son suficientes para tensar la voz de Teresa y modificar el brillo de sus ojos.

“Yo me anoté con toda la ilusión en 2011. Era un momento difícil de mi vida, estaba pasando por el duelo del fallecimiento de mi hermano, mi hija era chica, no tenía ayuda y la situación económica era complicada. El último día de la inscripción pensé ‘voy a intentarlo, uno nunca sabe, hay que tener fe’. Siempre estaba pensando en mi hija, en que el día de mañana tuviera un techo. Eso era lo que yo soñaba para ella y ese sueño nunca se borró”, indicó la vecina, con un titubeo particular que sólo puede salir de quien vivió en carne propia esa situación.

Como indica su testimonio, Teresa nunca dio el brazo a torcer con su anhelo. No importaba cuántas veces le dijeran en las oficinas de Vivienda que “ya estaba” o que retire su dinero, ella continuó apostando por lo que le dictaba su corazón, que todavía había una ilusión de la cual aferrarse. Eso no quiere decir que fue sencillo, de hecho cada día, semana, mes y año que pasaba la fueron golpeando y esa llama que mantenía encendida amenazó con apagarse reiteradas veces. 

Tal es así que cuando el gobernador Claudio Poggi anunció en el Ave Fénix que el sueño sería realidad, ella lo sintió lejano. “Sonaba raro, porque tantas veces nos tuvieron con vueltas que me costaba caer. Hasta cuando hicimos la primera visita de obra pensaba ‘¿cómo puede ser?’. Era raro porque la peleamos mucho, la sufrimos, entonces llegaban momentos en el que pensábamos que ya estaba”. Por eso, Teresa optó por no asomarse durante los meses de construcción a ver los avances de la casa. “Quería que me sorprendiera”, destacó.

La vivienda propia tiene muchos beneficios, entre ellos la liberación de sentir que no hay barreras para ampliar, decorar o planificar a antojo, o el hecho de desistir de pagar un alquiler y poder volcar esos recursos en otras facetas de la vida. En el caso de Teresa, la necesidad de abonar una suma de dinero mensual para vivir llegó a ser un impedimento para el estudio de María Celeste. 

“Es muy feo tener una hija chica que vos querés que salga adelante y tener que andar de un lado para el otro. Me pasaron muchísimas cosas. Cuando ella se anotó para su carrera, llegó un momento en el que no le podía pagar el viaje a San Luis. Le tuve que decir que no iba a poder seguir estudiando”, recordó entre lágrimas. Justamente, ante esa noticia, “nos largamos a llorar las dos porque yo quería que ella termine su carrera. Entonces le dije ‘no, aunque tengamos que estar a mate cocido, vos vas a terminar’. Y así fue, ella se recibió de maestra y ahora tenemos nuestra casa”, celebró.

María Celeste fue muchas veces el faro que guió cada acción de Teresa. En casi todo el proceso, sintieron que eran ellas dos contra el mundo. En los días en que una se levantaba más desanimada, la otra se hacía cargo de mantener la esperanza intacta. “Es todo para mí. Me saco el sombrero ante ella. Cuando me entregaron la casa me dijo ‘viste, los sueños se cumplen’. Por eso pedí que el Gobernador le colgara la llave a ella, porque yo siempre dije que la casa la quería sobre todo para ella, para que cumpla sus metas. Y ella lo logró, estoy muy orgullosa”, señaló, su rostro atravesado por una profunda admiración.

Ya con las penurias atravesadas para recibir la casa en un pasado que cada vez se aleja más, Teresa disfruta particularmente de los fines de semana, cuando María Celeste reposa de su trabajo en la Capital y comparte el espacio con su madre. “Tomamos mates, cocinamos, miramos tele, nos ponemos a tejer, estamos con los animalitos. Nos gusta estar en casa. Yo siento que todos los días me vuelvo a enamorar de la casa”, expresó.

En lo inmediato, tiene intenciones de lograr un cerramiento y volcar sus ahorros en mejorar su hogar, en “meterle cada día cosas nuevas”. Ese tipo de planificación es consecuencia de saber que cada semilla plantada es sobre un terreno propio, de tener la certeza que está ante las paredes en las que transitará la vejez. Luego su hija, si así lo desea, podrá heredarla y nunca más preocuparse por el techo propio. Es una tranquilidad que hace valer cada segundo de espera. 



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