TENGO MI CASA

‘Casita Esperanza’: el sueño que resistió los embates de la desidia y hoy es una promesa cumplida


Como tantos otros, Vanesa Blumetti esperó mucho más de la cuenta para acceder a su vivienda propia en El Trapiche. Sin embargo, con mucha perseverancia y resiliencia, los planos que alguna vez dibujó a mano para empezar a soñar ahora se convirtieron en una realidad que disfruta a pleno junto con su familia.

“Estoy re orgullosa que tenés tu propia casa hija. Yo sufrí igual que vos, viendo cómo ibas y venías. Ahora te veo en tu casa y me pone re feliz. Te amo”. Las palabras de Rosa a Vanesa Blumetti actúan como el broche de oro ideal para cerrar la historia de la flamante adjudicataria de vivienda en El Trapiche, porque sintetizan en dos líneas el proceso que atravesó la familia hasta alcanzar la meta, 14 años después. El sufrimiento, la espera, la lucha, la resiliencia y, en última instancia, el orgullo y la felicidad por disfrutar las recompensas de jamás haber bajado los brazos.

Vanesa abraza con mucho amor a su mamá Rosa.

El camino de Vanesa empezó mucho antes, cuando tomó la decisión de inscribirse a los planes ‘Progreso’ y ‘Sueños’ en busca de darle un mejor futuro a su hijo Tomás, que había nacido un lustro atrás. “Andábamos de casa en casa, era difícil”, recordó la vecina, quien para 2011 estaba viviendo junto con su suegra en el barrio El Alto, en una habitación que les había prestado. “Ella nos apoyó mucho, siempre me decía ‘quedate tranquila que acá siempre vas a tener un lugar’ y yo siempre le voy a agradecer eso, pero esa no era mi casa”, expresó.

“Andábamos de casa en casa, era difícil”

En 2012, sonó el teléfono en la casa de Vanesa. La voz del otro lado traía una promesa. Parecía más que una buena noticia, era un indicio de que, por fin, la vida le empezaba a sonreír. “Felicitaciones, usted salió adjudicada para una vivienda en La Florida”, escuchó. La primera sensación fue de euforia, rápidamente el Gobierno le cumplía el sueño. Sin embargo, al pensarlo en detalle, decidió esperar un tiempo más para recibir una casa en El Trapiche, donde su familia ya había consolidado una vida laboral, educativa, de relaciones personales y demás.

“En ese momento ya tenía dos hijos, porque había nacido un año atrás Zaira. Las escuelas de los chicos, mis trabajos, el laburo de mi pareja, todo estaba en El Trapiche. Encima estaba viviendo bien con mi suegra, entonces llamé de nuevo y agradecí la oportunidad pero preferí dejárselo a alguien que alquilaba y le servía más”, explicó Vanesa, quien tomó esa decisión pensando que a lo sumo postergaba su casa propia un par de años más.

Lamentablemente, la nueva gestión del Estado (2015-2023) optó por abandonar los planes habitacionales y dejar desamparadas a las familias que aún aguardaban su hogar. En El Trapiche, Vanesa fue una de los que habían quedado en la lista de espera. “No nos decían nada, por WhatsApp se comunicaron indicando que había que dejar de pagar las boletas porque no se iban a hacer las casas, pero yo nunca perdí las esperanzas y seguí pagando. Era una suma modesta, pero nos hacía falta. Alguna vez mi pareja me dijo que aceptemos la devolución del dinero pero yo de terca le decía que no”, recordó la vecina.

“Fue muy gratificante porque sentí que valió la pena toda la espera”

En 2014, Victoria se sumó a la familia como tercera hija de Vanesa. El núcleo familiar se expandía, aún a la espera de poder desarrollar la vida que habían soñado y diagramado. “Nos amoldamos como podíamos en la casa de mi suegra, cada vez más apretados y con nuevas necesidades, porque los más chicos iban creciendo. Estábamos en una casa de barrio y convivíamos seis personas”, explicó, reiterando nuevamente el pilar fundamental que fue la madre de su pareja en todo el proceso.

En julio del 2024 fue convocada en el Ave Fénix. Esa tarde, 11 años después de que le anunciaran que salió adjudicada, el Gobernador le comunicó a ella y otros cientos de familias que iba a cumplir con la palabra empeñada, que la promesa de su primer mandato se llevaría a cabo. “Me lloré la vida. Fue muy gratificante porque sentí que valió la pena toda la espera. Soy consciente que no es un regalo, porque uno lo paga con mucho esfuerzo. Pero sí es una oportunidad, la chance que nos dan de acceder a una casa. Son muchas cosas duras que pasamos en el transcurso hasta llegar a donde estoy ahora, en mi casa, pero valió la pena”, resumió la vecina.

Si bien recibió las llaves de su casa el 16 de mayo del 2025, Vanesa aún no logra mudarse definitivamente. Alterna la estadía en la casa con sus hijos, porque ‘Luli’, la perra que es una integrante más de la familia, no puede asentarse en su nuevo hogar hasta que cierren el perímetro del lote. “Si todo sale bien, el 1° de septiembre estaremos todos acá. No veo la hora de que llegue ese día”, aseguró.

Pese a no estar instalados definitivamente, el aroma al guiso de fideos que cocina Rosa y los portarretratos que cuelgan de las paredes o descansan sobre los muebles, ya imprimen el ambiente singular que tiene todo hogar. En el patio, los materiales para realizar el cerramiento empiezan a apilarse, mientras que a un costado se secan unas toallas al calor del sol.

En la galería de su teléfono, en una carpeta titulada ‘Casita Esperanza’, Vanesa tiene una recopilación documental de todo el proceso de construcción, además de numerosos planos dibujados a mano propia con diseños e ideas para expandir el hogar a futuro. “Todos contribuimos, mi hija me dice que quiere luces led en el contorno de su techo, mi varón que quiere incluir a la novia, mi otra hija que demanda una pieza específica”, detalló.

Vanesa es una persona que transmite una alegría eufórica y contagiosa, parece estar siempre contenta. Hace un recuento feliz de una historia que tuvo muchos momentos infelices, casi como si todo fuese una gran anécdota graciosa. Sin embargo, cuando para un minuto a reflexionar sobre todo el peregrinaje que emprendió junto con su familia, su semblante irradia una emoción más sombria y delata que el camino no sólo estuvo compuesto de risas y reivindicaciones, sino también de llantos, frustraciones, miedos, enojos y desesperación. Y, aunque sumamente injusto, tal vez eso vuelve aún más reconfortante el hecho de haberse mantenido de pie, de resistir la tentación de bajar los brazos y de gozar ahora de la tranquilidad que genera contar con el techo propio.

“No es fácil andar de casa en casa. Vivimos en muchas oportunidades en piezas precarias que fuimos arreglando con lo que teníamos. No me quejo, porque muchos nos ayudaron. Pero yo quería tener un gato y no podía. Quería pintar de colores mi pieza o sumar plantas y no podía. La cortina la quiero así o de esta otra manera, pero no es mi decisión. Ahora puedo, ahora decidimos nosotros”, concluyó.



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