TESTIMONIOS
“En el otro gobierno me decían que vuelva mañana, que venga otro día, nunca me daban una respuesta”
Dora Elisa Ceballos golpeó puertas, viajó desde La Toma a San Luis en varias ocasiones con sus 83 años a cuestas, esperando una solución que jamás llegó porque fue víctima de la indiferencia burocrática del gobierno anterior, que ignoró durante años situaciones urgentes y humanas. Hoy, gracias a la cercanía y sensibilidad de una gestión que escucha, su casa finalmente lleva su nombre.

Durante más de dos décadas, Dora Elisa Ceballos sostuvo con firmeza un deseo: que la vivienda que habitaba en La Toma llevara oficialmente su nombre. Esa casa —que pertenecía originalmente a una hermana fallecida— fue desde entonces su hogar, y durante años asumió con responsabilidad el pago de impuestos y cuotas hasta cancelarla por completo. Sin embargo, la escritura nunca llegaba.
“Siempre me decían que ‘venga mañana’, que ‘llame por teléfono’ y no me daban solución. A veces no tenía ni el dinero para viajar a San Luis”, recuerda Dora, con 83 años y una lucidez llena de emociones contenidas. “Pero ahora sí, con esta gestión, todo cambió. Me escucharon, me atendieron enseguida… y en tres o cuatro meses tenía la escritura en la mano”.
La voz se le quiebra cuando menciona a quienes no llegaron a ver este momento: sus hermanas, ya fallecidas, y su nieta Camila, que por compromisos laborales no pudo acompañarla. Pero su corazón estaba lleno. “Ahora la casa está a mi nombre. Esto es muy importante para mí… porque no siempre me escucharon. Hasta me desalojaron una vez, con una hija chiquita, por eso esto es una bendición”, dijo entre lágrimas de agradecimiento.
La historia de Dora no es una excepción. Es una muestra concreta del impacto del programa ‘Escriturá tu Casa’, impulsado por el Gobierno de San Luis. Gracias a esta política pública, 3.829 familias ya accedieron a su escritura, dejando atrás años de incertidumbre para abrazar una nueva etapa de seguridad jurídica, tranquilidad familiar y dignidad.
Su nieto, testigo silencioso de esta lucha, resume el camino con admiración: “Mi abuela nunca bajó los brazos. Viajó decenas de veces a San Luis, gastando plata, y se volvía sin respuestas. Pero esta vez fue diferente. En esta gestión, todo se resolvió. Y ella, a su edad, pudo cumplir su sueño”.
Dora regresa a La Toma no con una promesa, sino con un derecho conquistado. La carpeta con su nombre es más que un documento: es el símbolo de una vida de esfuerzo que, por fin, encontró reconocimiento.