MALVINAS, EL LEGADO
jueves, 04 abril de 2024 | 10:36

Eduardo Frezzi: “Vieja, quedate tranquila que no me voy a una guerra”

El excombatiente fue convocado al Ejército a sus 26 años, cuando cursaba una carrera universitaria y daba clases en una escuela técnica. Había partido muchas veces de su Córdoba natal, pero cuando se fue al servicio militar, su madre lloró por primera vez.

En 1975, Eduardo Frezzi dejó La Carlota, su pueblo natal en el sur de Córdoba, para estudiar la carrera de ingeniería química industrial en Villa Mercedes. Recuerda que el país vivía épocas difíciles y confiaba en que los estudios superiores le darían un futuro mejor. A sus 26 años, con su formación ya avanzada y trabajando en una escuela como profesor, recibió una carta del Ejército Argentino, a fines de 1981: la misiva lo convocaba a sus filas como parte del servicio militar obligatorio. Su madre lo había visto subirse a varios colectivos después de las visitas a su hogar, pero cuando se subió al que lo llevaría para sumarse a las filas de las Fuerzas Armadas, la mujer lloró por primera vez. “Tengo tan presente haberle dicho: ‘vieja, quédate tranquila que no me voy a una guerra’, y bueno, el destino parece que estaba anunciado. Y mamá lloraba por algo”, cuenta hoy, 42 años después del conflicto del Atlántico Sur.

El 2 de febrero de 1982, Frezzi  se incorporó al Ejército y un día después fue trasladado a Colonia Sarmiento, en la provincia de Chubut, su destino como soldado conscripto. “Desembarqué en Malvinas el 2 de abril a las 9 de la mañana y volví al continente el 21 de junio, a Puerto Madryn, como prisionero de guerra. Estuve todo lo que duró la guerra hasta la rendición. Los últimos siete días como prisionero en un buque inglés”, contó.

La función que le tocó cumplir, las misiones que llevó adelante, lo que vivió, sufrió y tuvo que sobrellevar no fueron tema de la entrevista. A eso, como sus compañeros, lo revive en cada juntada con otros excombatientes y en cada charla que dan a quien quiera escucharlos. Interesaba saber cómo llegó a reconstruirse para ser lo que es hoy en día: esposo, padre, abuelo, practicante de la fe (uno de sus grandes pilares, confesó) y miembro activo de una asociación de veteranos que buscan dejar un legado.

“Para mí la posguerra fue muy dura. Creo que para muchos fue una situación muy difícil de sobrellevar. Tal es así que hay más muertos por suicidios en la posguerra que víctimas de la guerra propiamente dicha, eso da un importante dato de lo que fue el después”. ¿Qué es lo que nos costó entender a los veteranos? Aceptar por qué no nos entendían. Y no nos podían entender porque no vivieron nunca lo que nosotros vivimos. Ese entendimiento nos llevó a algunos 10 ó 15 años, a otro menos; otros no lo lograron”, contó con una entereza admirable.

Tras la guerra, sin anuncio, Eduardo llegó a su casa paterna en La Carlota. La puerta estaba abierta porque en el pueblo no era necesario cerrarla. Su madre, que dormía, volvió a llorar, pero de alegría. Él le colgó en el cuello el mismo rosario que ella le confió cuando partió a Malvinas. En 2016, cuando regresó a las islas junto con un grupo de excombatientes, la mujer volvió a dárselo, “y ése es uno de los cierres que me gusta contar: cuando volvimos a San Luis el pueblo nos dio la bienvenida que nunca tuvimos en esa época. Yo no sabía, pero mi mamá esperaba entre la multitud y como ya había hecho, volví a colgarle su rosario en el cuello. Es lindo, ¿no?”.