MALVINAS, EL LEGADO
miércoles, 03 abril de 2024 | 13:38

De una navegación protocolar a la guerra, sin escalas

Luis Mario Rodríguez nació en Justo Daract. El 25 de marzo de 1982 emprendió junto con 1.900 compañeros un recorrido normal a mar abierto, sin saber que en unos días les confirmarían su integración obligatoria a la guerra de Malvinas. Sin opción, sin despedida de la familia y con la vida misma envuelta en un manto de incertidumbre, el excombatiente puntano hace un recuento de lo que le sucedió hace 42 años.

El portaaviones ARA 25 de Mayo partió con rumbo a las Islas Malvinas en una navegación protocolar el 25 de marzo de 1982. Los tripulantes que abordaron el buque desconocían que, en cuestión de días, iban a estar inmersos en una guerra feroz contra Inglaterra por la disputa de la soberanía de las islas. Luis Mario Rodríguez, nacido en Justo Daract, integró la delegación de esa nave hace 42 años, aunque lo recuerda como si fuese ayer.

“El interior era como una ciudad”, explica el veterano en alusión a los más de 1.900 tripulantes que compartieron el espacio. Ninguno de ellos tuvo la oportunidad de contarles a sus familias la misión que iba a emprender, ni tampoco de realizar una despedida acorde a la magnitud del contexto. También se acuerda que las primeras sensaciones al enterarse del objetivo fueron de euforia y emoción, pero solamente porque pensaban que se trataba de un movimiento estratégico para avanzar sobre la vía diplomática de recuperación.

No fue hasta el hundimiento del crucero General Belgrano que Luis y sus compañeros entendieron los alcances de la situación que vivían. “Tengo más de 30 amigos que murieron en el Belgrano, muy amigos, hacíamos de todo juntos”, lamenta el excombatiente. Para él, la experiencia en el portaaviones traza un paralelismo con una persona ciega que puede ser atacada en cualquier momento y no tiene forma de prevenirlo. “Mirabas para arriba y era azul, a los costados era azul y para abajo también. No sabías qué podía pasar”, murmura.

Cuarenta y dos años después, ya sin esos temores diarios pero aún soportando una mochila muy pesada sobre sus hombros, Luis afirma que la única forma de apaciguar el desgaste es compartiendo sus historias con el pueblo argentino. “Tenemos que hablar, contar qué nos pasó, qué tuvimos y qué nos faltó”, se propone con firmeza.