EL CALVARIO DE UN PUEBLO ORIGINARIO
martes, 02 enero de 2024 | 13:21

“A ese señor no se le podía decir nada, era todo maltrato”

Ana Escudero vive en el Pueblo Ranquel desde su fundación e incluso fue elegida lonco (jefe) en algún momento. Hoy confía en que la intervención del Gobierno termine con años de negocios oscuros a espaldas de la comunidad. Denuncia que fueron ninguneados por Sergio Freixes, que los hacía trabajar en muy malas condiciones.

 

Una vez que la delegación del Gobierno que intervino en el Pueblo Ranquel y le devolvió la libertad que le habían quitado, Víctor Baigorria, el lonco repuesto al lugar que le había dado su comunidad, les pidió a los funcionarios que lo acompañan al barrio donde viven los integrantes de la comunidad originaria.

“Necesito que vengan conmigo, no es lo mismo que sea yo el que les diga que terminó la situación en la que vivíamos a que lo hagan ustedes”, le pidió con toda lógica a Facundo Endeiza, el ministro de Gobierno, quien había llegado acompañado por Juan José Laborda, el escribano del Gobierno, y una comitiva en la que también estaba Lorena Domínguez, la directora de Personas Jurídicas y arquitecta legal de la resolución que terminó con el ilegal reinado de Sergio Freixes en las 67 mil hectáreas que se extienden por las inhóspitas tierras del sur provincial, en cercanías de Batavia.

Entonces la comitiva recorrió los cinco kilómetros hasta el barrio, que está coronado por una plaza y cuenta también con un hospital y una escuela que supieron de tiempos mejores. Hoy el centro de salud sólo cuenta con sus paredes, no hay camillas, medicamentos ni insumos básicos. El único enfermero hace milagros para mantener la atención. En la escuela, según los testimonios de los vecinos, pasa algo similar: este año los chicos casi que no recibieron útiles y el abandono se hace patente en paredes y techos.

La primera casa del casco urbano dispuesto en forma de ‘U’ alrededor de la plaza es la de Ana Escudero, quien salió presta a recibir a Baigorria y sus acompañantes. Enterada de la nueva situación en el Pueblo Ranquel, mostró con su sonrisa de costado una mezcla de alivio y desconfianza, un sentimiento palpable en la mayoría de los ranqueles y que el lonco tendrá que revertir a fuerza de trabajo y hechos concretos. “Ojalá todo cambie, así no podíamos seguir. A ese señor que mandaba a todos (por Freixes) no se le podía decir nada, era todo maltrato”, se quejó Ana, mientras su marido asentía en segundo plano.

 

Ante tantos oídos dispuestos a escuchar, enseguida se soltó con el listado de quejas. “Acá las mujeres trabajamos en negro, cuidando la escuela y el hospital. ¿Así cuándo nos vamos a jubilar? Nunca”, se contestó, y agregó que necesitan capacitación para salir adelante. “Los hombres se van al campo, las mujeres trabajamos en el barrio, pero los negocios los hacían otros, para nosotros no quedaba nada”, cerró la mujer, quien como el resto de los que le ponen el pecho al viento y la arena de esas tierras que habían ocupado con ilusión, antes que un grupo de aprovechados del Estado instalaran un nicho de corrupción y se arrogaran poderes que nadie les confirió.