LITERATURA PUNTANA
César Rosales, el vate de San Martín
Cargados de erudición y mitologías, sus poemas testimonian una generación marcada por el romanticismo; la influencia de Lugones en el noreste puntano; contraste y coincidencias literarias con Antonio Esteban Agüero.
“El poetizar y el profetizar eran, para los antiguos, facultades si no sinónimas, tan semejantes que se concebían inseparables de la persona dotada del don supremo de la palabra como instrumento transmisor de visiones e intercesor, a la vez, entre lo divino y lo humano. De aquí deriva, pues, la voz griega de vate; de aquí, también, la noción que identifica al vate con el poeta, noción que llega hasta nuestros días, aunque desfigurada, es verdad, por el uso mecánico del lenguaje y el desprestigio de las categorías que, en el orden poético, corresponde a las voces gemelas de poeta y de vate”, explica César Rosales en su libro “Los orígenes mágicos de la poesía”.
El historiador Jesús Liberato Tobares, un coterráneo del poeta, sostiene que Rosales día tras día puso en tensión su sangre, su cerebro y su alma con tal de crear.
“Para ser artista como Rosales es preciso prescindir de instancias materiales. Esto explica porqué sus sentidos no prestaron nunca atención al utilitarismo. Su capacidad de asombro le vedó siempre las metas pragmáticas porque sus ojos estaban hechos para ver el resplandor del misterio y su oído apto para percibir el susurro de las alas. Por eso cuando le llegó la hora de morir sólo tenía en sus manos música de grillos, lumbre de luciérnagas, rocío de eternidad”, señala Tobares quien apunta que Rosales formó parte de la Generación del 40, cuyo tono lírico puede caracterizarse a grandes rasgos por cierta propensión a la melancolía, a la tristeza, a la celebración de los símbolos más puros, en su tránsito hacia la destrucción y desaparición.
Aturdido por la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, y las bombas nucleares el poeta de San Martín optó por el canto elegíaco y el romanticismo. Aquí contrasta con Antonio Esteban Agüero quien era más celebrante en sus estrofas. Ambos son enormes cauces por donde fluye literatura puntana.
Tobares detalla las peripecias existenciales del poeta: “La pérdida de sus padres siendo niño y adolescente, la pérdida de los bienes patrimoniales de su familia y fundamentalmente la pérdida nunca reparada ni reparable de su solar nativo, de la tierra de su nacimiento, a donde volvió ya solo para abrevar su sed de cielo, de silencio aquerenciado, sabiendo que nunca volvería a habitar su comarca azul, el solar de la edad de oro donde los nombre de doña Salomé Agüero, de aquella Farsi, de Don Rufino Martínez, de Doña Rosa Godoy, habitan la dimensión inalcanzable de la eternidad”.
Influencia de Lugones
Liberato tiene un cariño especial por Rosales. La biblioteca del folclorólogo está repleta de libros del poeta. La casa que habita actualmente en San Martín fue el solar de Leopoldo Lugones. En el artículo titulado “De la aldea donde nació César Rosales”, Tobares rescata un recuerdo del periodista local Humberto Ortiz: “He nombrado a Lugones. Venía de Córdoba la nebulosa. Era amigo y compañero de aquellos dos grandes espíritus que fueron Zenón Torres -el único hermano varón de mi madre- y Ciro Fernández que cursaban con él estudios en la docta. Así entró en San Martín Leopoldo Lugones, como ha entrado pisando en tierra suya, con paso de rey natural”.
En “Inventario de una poesía erudita”, Esteban Gil señala que entre Leopoldo Lugones, Zenón Torres y Ciro Fernández existieron por mucho tiempo, misteriosas correspondencias que permanecieron toda la vida en el terreno de lo mágico y astrológico. “Tanto Ciro como Zenón eran poetas y espíritus independientes, habían participado de la revolución que tuvo lugar en San Luis el 26 de julio de 1893. Así, Tobares, sobre el final del artículo citado apunta: ´En el viejo Rincón de los Rosales, en esa tierra del norte tocada por la magia de Lugones e iluminada por el ideal de Ciro Antonio Fernández y Zenón Torres, en la tarde del 28 de marzo de 1908, los ojos de César Rosales se abrieron asombrados a la vida´. Nacía otro poeta… ¿Herencia o aprendizaje? ¿Genes o entorno? Probablemente ambos”, expresa.
El historiador comparte que en su vivienda actual vivió el abuelo materno de Rosales, don Lázaro Fernández. “Lugones era amigo de Ciro Antonio Fernández. Se conocieron en el colegio Monserrat de Córdoba y venía a visitarlo. Estuvo acá en este solar. Yo siempre quería hacerme la casa acá porque estuvo Lugones pero además pensaba que tenía que haber dejado algo acá, un hálito de poesía. Aunque nunca pude captarlo pero siempre me hice esa ilusión”, cuenta sonriente.
La visión del poeta
En “La obra poética de César Rosales”, Delia Gatica de Montiveros, señaló que el poeta adquirió conocimiento de los clásicos griegos, latinos, renacentistas y modernos. “La frecuentación de la literatura española le facilitó, entre otras cosas la posesión de un notable instrumento lingüístico. Pensamos que su trato con los clásicos le ayudó incluso a penetrar el mundo de la naturaleza, a descubrir sus misterios, a encontrar formas adecuadas para celebrarlo líricamente. Al leer a Rosales sentimos que nos aleja de tanta antinaturaleza como nos rodea, y que nos indica el camino para el goce de las cosa naturales en su encanto y fuerza elementales”, indica.
Su amigo León Benarós amplía al respecto: “Rosales no se propone lo superficialmente folklórico, si no lo trascendente. Enraizado en su solar, pero con visión ecuménica y aún cósmica la presencia en su canto de ejemplares diversos de la flora y la fauna aborigen constituye con todo, más que notas de color, pues ayudan al clima del poema y lo sitúan geográficamente.”
En el prólogo a “La patria elemental”- donde su poesía adquiere la más alta irradiación-, Benarós lo describe como “hombre de gestos pausados y continente austero, pero no negado a la sonrisa, y aún a la eventual chanza. Ordenado, serio, responsable, metódico en sus papeles, amantísimo en la vida hogareña, pudo cantar al hijo recién nacido (inclinado también después a las letras), reclamando a la esposa (poeta, como el padre): Amada, ven, contempla la hermosura.” Su enérgica voz contrastaba con su delgadez y regular estatura.
León dice que la poesía de Rosales tiene mucho de convocación, y aun de conjuro. “Sabe que en el límite del misterio está lo prohibido, el riesgo de la propia inmolación. Arriesga, porque se sabe un señalado. Sus poemas son himnos graves, aún los escritos en el humilde octosílabo del romancero”, apunta.
“Sin proclamarlo, su poesía importa una ética, una especie de ambición ecológica, como si la adoración que expresa por ese mundo prístino exigiera el paralelo deber de no contaminarlo con los desechos del consumismo”, agrega. En aquella época el magisterio de Pablo Neruda para los poetas era ineludible, pero Rosales, “supo acertar con su propia voz, depurando de lo excesivo y barroco la incitación posible”.
Profundidad le corría por las venas y era fiel a ese llamado que, a veces, también lo laceraba. Agonía y éxtasis.
Aunque reniega de las encorsetadas definiciones, Rosales, quien también cultivó el ensayo, elige dos definiciones para su vocación. “Benedetto Croce, resumiendo un pensamiento de Vico expresando en su Scienza Nuova, preceptúa lo siguiente: La poesía es producida no en virtud de un mero capricho placentero, sino a causa de una necesidad natural. Tan lejos se halla de ser superflua y eliminable, que sin ella el pensamiento no hubiese podido avanzar: es la actividad primaria de la mente humana. El hombre, antes de llegar a la etapa en que forma ideas universales, forma ideas imaginarias. Antes de que logre reflexionar mediante una mente clara, aprende por medio de facultades confusas y perturbadas; antes de que pueda articular, canta; antes de que hable en prosa, habla en verso; antes de usar términos técnicos, usa metáforas, y el uso metafórico de las palabras le es tan natural como a nosotros los que llamamos natural”, dice.
“Tal vez- continua Rosales- influido por el pensamiento de Vico, o coincidiendo con él, Herbert Read escribe en ´Forma y poesía moderna´: La diferencia de tensión entre poesía y prosa corresponde, en realidad, a una diferencia en la evolución histórica del lenguaje. La poesía es un modo más primitivo de expresión que la prosa; es por ello que el lenguaje de los pueblos primitivos nos parece a menudo poético. Pero recordemos también que Hegel, en su Poética, enuncia un pensamiento similar cuando dice que .la poesía es más antigua que el lenguaje en prosa artísticamente trabajado y la primera forma bajo la cual el espíritu llega a la verdad”.
Agüero y Rosales
Esteban Gil tomó un ejemplo de la diferencia entre ambos poetas. “Digo a los arroyos” de Agüero, concluye: “¡ Oh, los arroyos de mi tierra!/ Sangre leve y azul de mi terruño amado;/ musicales arterias de la roca/ donde se escucha el corazón puntano/.”
Rosales cuando se dedica a los ríos incluye lo misterioso lúgubre. En “La Patria Elemental”, en la última sección, poetiza: “Allá he visto los ojos de la medusa muerta,/ sus cabellos malditos/ cayendo en la lluvia de glaciales helechos/ sobre inocentes formas/ petrificadas…/ Ciervos de Luz, Oh! Ríos allá tejen las lianas/ su infernal paraíso.”
En el vate de San Martín vibra la melancolía de un ocaso cuyo Edén es la infancia. Pero leerlo es leerse. Se enarboló de lo más creativo aun sabiendo que sus ojos no conocerían el panteón que hoy integra en la literatura puntana. Testimonio es de una decadencia y de una mitológica añoranza, por esto también imperioso.
Agüero habló de una vida en poesía, Rosales estudió los orígenes mágicos de la poesía. Aunque con tonos y vivencias diferentes, los dos coincidieron en un autor: Rainer María Rilke. El “Capitán de pájaros” recomendaba a quien quisiera iniciarse en la poesía leer “Cartas a un joven poeta”. Rosales estrofó una oda para el austríaco.
Quizás, por estar rodeado de tanta hermosura natural, Agüero fue más afirmativo. En cambio la temprana lejanía a Rosales le trazó un pantanoso paisaje interior. Los dos vivieron con una bella urgencia: expresar lo indecible.
Legado
Su larga residencia en Buenos Aires, donde entre otros logros, fue colaborador del diario La Nación, pesó entre los lectores locales. Sin embargo su profusa cosecha literaria es evocadora del terruño puntano. “Por eso yo no creo/ en nada que no venga de una ráfaga viva, /en nada que no sea/ intuición y misterio, pasión y sufrimiento/”, dice en “Los morteros de piedra”.
Benarós dijo que Rosales estuvo injustamente ausente de no pocas antologías de la poesía argentina contemporánea. “Con todo, ha cosechado juicios laudatorios de prestigiosas figuras de crédito mundial, como el del poeta español Vicente Aleixandre (Premio Nobel), con quien mantuvo correspondencia”, lo defiende y enseña: “Regresar a las páginas de este admirable poeta -tan sanluiseño como universal- es sentir que, por la magia de la Belleza, participamos en la unidad del Todo”.
Nota: Matías Gómez.
Fotos: Web.