CULTURA
Del reloj a la flor de loto
Con una mirada holística, la antropóloga e investigadora del CONICET, Ana María Llamazares, analiza los cambios científicos y culturales a la luz de un renovado crecimiento espiritual.
Ana María Llamazares es antropóloga (UBA) con formación de posgrado en Epistemología, investigadora del CONICET, profesora de la Maestría en Diversidad Cultural de la Universidad de Tres de Febrero y de la Maestría en Pensamiento Sistémico de la Universidad Nacional de Rosario, cofundadora de la Fundación desde América y colaboradora de la sección Opinión del diario La Nación.
Llamazares dictó clases y talleres en diversos ámbitos privados y oficiales, entre ellos, las universidades nacionales de Buenos Aires y Tucumán, las universidades del Salvador y Palermo, las universidades de Cambridge (Inglaterra), Autónoma de Barcelona (España), Autónoma de Occidente (Colombia) y el California Institute of Integral Studies (CIIS – Estados Unidos).
Actualmente, además de la docencia universitaria, coordina grupos de estudio y reflexión sobre el cambio de paradigmas, y talleres sobre chamanismo y simbolismo transcultural.
Ha publicado numerosos artículos especializados y periodísticos. Entre sus libros se destacan “El lenguaje de los dioses. Arte, chamanismo y cosmovisión indígena en Sudamérica” (2004) y “Del reloj a la flor de loto. Crisis contemporánea y cambio de paradigmas” (2011).
La antropóloga presentó su último libro en Merlo, en 2011. “Tengo muchos queridos amigos por allí… Por ahora estoy aquí en Holanda, pero con mi corazón por aquellos pagos también”, cuenta.
-¿En qué consiste el cambio de conciencia colectiva que, según usted, ya está en marcha?
-Cada época y cada cultura desarrolla sus propios sistemas de creencias y valores. Y Occidente hoy, más que una categoría geográfica o histórica, es un estado de consciencia que se ha globalizado. En la actualidad vivimos bajo la hegemonía cognitiva y vivencial del paradigma occidental moderno, de corte materialista, mecanicista y racionalista, el que si bien fue producto de la tradición europea, hoy rige la forma de pensar y actuar de la humanidad a nivel global, y como muchos autores hemos señalado, es el sistema de ideas que está en la raíz de gran parte de los problemas que constituyen la crisis de la sociedad contemporánea. En mi libro “Del reloj a la flor de loto” desarrollo en detalle cómo se fue construyendo histórica y epistemológicamente este paradigma, y también cómo entró en crisis sobre fines del siglo XIX, para dar lugar, a comienzos del XX, al surgimiento de nuevas teorías científicas y corrientes culturales, que permitieron la emergencia de otra forma de concebir la realidad, vista ahora como un sistema multidimensional mucho más complejo, sutil y dinámico, desde una perspectiva más orgánica y holística. Este es un nuevo/viejo paradigma, porque en muchos aspectos resulta coincidente con la visión del mundo de las más antiguas tradiciones de sabiduría, pero al mismo tiempo rescata lo más genuino de la Modernidad, que son los valores de aceptación de la diversidad, del respeto por la vida como valor supremo, de la libertad responsable y la búsqueda de la singularidad personal en alineación con la totalidad, como fuente de felicidad y prosperidad. Este cambio de paradigmas no es sólo un recambio de ideas, sino que en un nivel más profundo es un movimiento evolutivo de la consciencia, tanto a nivel personal como transpersonal, que por un lado, necesita superar las heridas por la fragmentación que inevitablemente impuso el desarrollo de la consciencia moderna, reintegrando aquellos aspectos que fueron reprimidos o cercenados –como la sensibilidad, lo orgánico, lo femenino, entre tantos otros aspectos- pero por otro lado, está señalando básicamente una búsqueda de la consciencia por desplegarse hacia niveles de mayor complejidad e integridad.
-¿En este momento estamos atravesando una crisis o una evolución?
-Ambas cosas son prácticamente sinónimos. No hay evolución sin pasar por alguna situación de crisis. Porque una crisis no es sólo el fin de un estado de cosas cuyo ciclo ya está terminando, sino la emergencia irresistible de lo nuevo. La tensión entre fuerzas contrarias es propia de los momentos de crisis porque siempre hay simultáneamente algo que se resiste a morir y otra cosa que viene empujando para nacer. Las crisis son momentos de “pasaje”. El transcurrir estos momentos es absolutamente natural y deseable, como lo es evolucionar. Sólo desde nuestro paradigma fijista y materialista, que en el fondo le tema a la vida, podemos tener la ilusión de lo permanente como algo posible y positivo. En verdad, la vida es dinámica, lo único permanente es el cambio, como ya sostenía Heráclito, y es muy benéfico poder acompañar las crisis sin resistirse a ellas, con lúcida comprensión y flexibilidad, penando todo lo que debamos sufrir, pero abrazando confiadamente la posibilidad de la renovación. De lo contrario caeríamos en el hechizo de creer que es posible detener el reloj, algo a todas luces imposible y que nos condena a una situación ilusoria de cristalización, muy vulnerable y peligrosa.
-Además del racionalismo reduccionista y el consumismo, ¿qué otros factores impiden el aprendizaje de un nuevo paradigma?
-El gran factor de fondo que impide el cambio es el miedo. Toda racionalización –y me atrevería a incluir en esta categoría a los más duros fundamentalismos de cualquier signo- se asienta sobre factores emocionales, que tienden a conservar lo conocido, por el temor a lo incierto, por el apego a la supuesta seguridad que nos brinda lo familiar. De esta manera, siempre se puede poner el poder y la autoridad en alguien o algo fuera de nosotros mismos, evitando el desafío de hacernos cargo de nuestra libertad, adulta y responsablemente. Este mecanismo regresivo y conservador del miedo está presente a todo nivel, dificultando el cambio personal, familiar, educativo, social, político y económico. En los niveles más macro, que dependen de decisiones gubernamentales o corporativas, también actúa un cierto cinismo, que en realidad se beneficia económica o políticamente con el statu quo.
-Usted asegura que “la base neuronal es una condición necesaria pero no suficiente para comprender la experiencia espiritual y religiosa en su multidimensionalidad”, ¿por qué?
-Porque en el nivel de lo humano ni siquiera los mecanismos orgánicos más básicos ligados a la supervivencia se pueden explicar exclusiva o linealmente por la base biológica. Menos aún algo tan complejo y sutil como la espiritualidad, la búsqueda de sentido existencial, la necesidad de trascendencia o de experimentar la unidad con lo desconocido. En todo esto interviene nuestra capacidad humana de simbolizar y la infinita condición de la imaginación creadora, que es lo que nos despega evolutivamente de nuestra base orgánica instintiva. Querer reducir estos fenómenos a un condicionamiento de la organización cerebral parece ridículamente simplista, un nuevo intento controlador del cientificismo hiperracionalista. Puede dar resultados interesantes, como lo demuestran actualmente los descubrimientos de las neurociencias, porque obviamente la base neuronal está presente en todos estos procesos. Pero no es lo único que entra en juego. Son fenómenos que operan en múltiples dimensiones simultáneamente, y no todas de forma material. Por eso, creo que para alcanzar una comprensión más profunda o amplia de ellos, es imprescindible ampliar la mirada, incluso la mirada científica, revisando los supuestos ontológicos y epistemológicos con los que pretendemos acercarnos a su explicación, y también, aceptar más confiadamente la incertidumbre y los límites del misterio.
-¿Las cifras de la espiritualidad siguen creciendo?
-Sin duda, esta es una tendencia mundial, como lo demuestran muchos estudios estadísticos. Recuerdo ahora una interesante nota de Nota Bär en el diario La Nación (21/11/2014, Las neurociencias de la fe: en busca de respuestas) que resume números realmente asombrosos. Pero, lo interesante es que no sólo crecen las cifras de creyentes en las diversas religiones, sino también los indicadores sobre buscadores espirituales por fuera de las doctrinas religiosas. Esto es lo más notable, la cantidad de personas que están en busca de otra forma de vida y de nuevas respuestas a sus inquietudes y que desean hacer su propio camino, a veces como síntesis de diversas doctrinas o tradiciones. Creo que en este sentido son muy elocuentes las ventas de libros de autoayuda y espiritualidad registradas en las últimas Ferias del Libro de Buenos Aires, por citar sólo un ejemplo de Argentina. Personalmente estoy colaborando con Awaken Foundation, un emprendimiento argentino relacionado con el desarrollo de una plataforma de contenidos espirituales en formato audiovisual (NetSpirit.tv) y la promoción de una red de personas y organizaciones comprometidas en promover el despertar espiritual (Awaken.Network), y vemos que el crecimiento de visitas y consultas es exponencial. No sólo me baso en la dinámica del crecimiento de estos sitios, sino en las tendencias de los últimos años de búsquedas en internet de temas relativos al despertar espiritual.
-¿Por qué cree que se menosprecia el sentido psicológico y existencial del sentimiento espiritual?
-Porque el paradigma racionalista moderno ha sobrevalorado los procesos cognitivos de orden racional, por sobre toda otra forma de conocimiento, considerando que la lógica de la razón es omnisciente y la única verdadera. Las emociones, las sensaciones, los sentimientos, la empatía, la intuición, los estados no ordinarios de consciencia y tantas otras formas de conocimiento no racionales se han considerado de segundo orden, engañosos, peligrosos y poco confiables, de consecuencias poco prácticas y funcionales para la adaptación al sistema imperante. Esto obedece también a la forma de legitimar un sistema social basado en el cálculo, el eficientismo y el rendimiento económico, donde lo único que constituye un valor social de prestigio es la posesión de bienes materiales o el capital simbólico que otorga poseer una alta racionalidad. Para ser eficientes en este tipo de sistema social, las inquietudes existenciales, psicológicas y espirituales parecían un obstáculo que nos podía hacer más débiles. Por suerte, esta visión tan lineal y errónea está cambiando.
-¿Qué movimientos sociales en el mundo o en Argentina cree que coinciden con este cambio de conciencia?
-Muchos, porque el cambio de consciencia toca muchas áreas diversas, pero interrelacionadas. Pienso no sólo en los movimientos espirituales propiamente dichos, sino también en los movimientos por la paz, en los ecologistas, en el eco-feminismo, en los movimientos de renovación dentro de las distintas iglesias, por supuesto también en el desarrollo de nuevas tendencias en cuanto a la alimentación y la salud, en la creciente aceptación de las técnicas de relajación y meditación –incluso en ámbitos empresariales y comerciales-, en el crecimientos de técnicas y terapias alternativas de sanación y de autoexploración, en el desarrollo de nuevas tecnologías, formas de cultivo y producción de energía limpia, en los movimientos de transición ahora en auge en Europa, en la migración hacia áreas no tan urbanizadas en busca de otras formas de vida que permitan un mayor contacto con la naturaleza. En fin, sería muy largo enumerar todos los movimientos que convergen o se inspiran en este cambio de consciencia…
-Ante esta revolución silenciosa, ¿cuál es la responsabilidad de cada ser humano?
-La propia transformación personal. Sin duda, nada puede hacerse afuera genuinamente, si antes no lo hemos incorporado en nosotros mismos. Hoy está cambiando también el paradigma respecto del cambio en sí mismo. Hace unas décadas se hablaba de “hacer la revolución”, de “cambiar el mundo”, pero nos olvidamos de cambiar nuestros propios mundos internos, y generalmente se intentaron formas violentas de forzar un cambio de estructuras. Creo que hoy esto se ha invertido. Se piensa que el cambio externo será una consecuencia natural del cambio interno y que lo más importante es actuar de manera coherente con lo que se piensa y se siente. La transformación personal es un camino de mucho compromiso, no es una mera salida hedonista. Y en determinado punto de ese camino, se hace imperioso volcar hacia los demás, todo lo que hemos logrado para nosotros mismos. Esa es la verdadera revolución silenciosa… sin violencias, sin aspavientos, sin engreimientos y sin esperar nada a cambio.
– ¿Qué pasos hay que dar para adaptarse a este cambio de consciencia colectiva?
-Yo no diría adaptarse, sino acompañar e integrarse a este cambio de consciencia. Esto es como una ola, mejor ir surfeando junto con ella. Es un movimiento que está sucediendo, que va a suceder con o sin nosotros, pero que paradójicamente, al mismo tiempo, requiere de nosotros. Así que es mucho lo que podemos y necesitamos hacer. No sé si se podría dar ninguna receta tipo paso a paso, porque cada camino es personal y único, y puede comenzar de formas tan diversas; y seguir, avanzar o estancarse, según tantas circunstancias, que es imposible generalizar. No obstante, creo que una cosa básica es desarrollar una lúcida consciencia de los patrones de pensamiento, de valoración y emocionalidad que operan automáticamente en nosotros, condicionando nuestras acciones, haciéndonos repetir viejas pautas de conducta. Como por ejemplo, cuando tendemos a ver todo en términos antagónicos y a convertir al otro en un enemigo, porque es diferente o porque no piensa como nosotros. Este es el patrón básico de la intolerancia y la violencia, que lo podemos encontrar multiplicado en infinidad de situaciones, desde los vínculos interpersonales, hasta las confrontaciones políticas y las guerras internacionales. Cuando solamente actuamos repitiendo los mismos patrones de conducta, nada cambia, sólo hay más de lo mismo con una apariencia diferente. Tomar conciencia de esto sería un primer paso imprescindible para el cambio. Luego, si somos realmente consecuentes, tenemos que hacer un alto cuando nos damos cuenta de que estamos repitiendo y permitir que algo nuevo ocupe su lugar. Desde mi perspectiva, la clave de todo cambio es la consciencia, pues es una función integradora y trascendente que actúa más allá incluso de nuestra voluntad consciente.
Llamazares trabaja en paralelo con varios proyectos editoriales. Algunos son actualizaciones de obras ya publicadas. “Estoy preparando un libro sobre chamanismo, arte visionario y espiritualidad, para una editorial española, que será un compendio de los materiales que doy en mis cursos y talleres, y de la perspectiva del chamanismo como camino espiritual y terapéutico dentro del contexto de la crisis contemporánea”, indica.
-¿Cómo ve el futuro?
-Con esperanzas, pese a todo lo que está sucediendo. Justamente porque veo que cada vez somos más las personas que estamos buscando un cambio profundo y que estamos genuinamente comprometidos con lograr mejorar el rumbo de las cosas. Creo que estamos viviendo un momento fantástico, agónico -como toda transición- pero de enorme potencialidad evolutiva. La coexistencia de fuerzas renovadoras junto a la inercia de las tendencias conservadoras, fundamentalistas o retardatarias del cambio es un hecho que nos habla de que estamos cerca de una encrucijada. En los momentos de máxima tensión es cuando surgen las soluciones más inesperadas y creativas.
Nota: Matías Gómez.
Foto: Revista Ñ / Gentileza.
Corrección: Berenice Tello.
Contenidista: Jorge Scivetti.