UN DÍA COMO HOY
Nacía el escritor argentino Osvaldo Soriano
El 6 de enero de 1943 en Mar del Plata vio la luz por primera vez. Fue periodista de reconocidos diarios argentinos Primera Plana, La Opinión, Confirmado y Página 12. Decía de sí mismo que no era escritor pero se dedicaba a escribir.
Era fanático del cine y del club San Lorenzo, lo apodaban “el Gordo”, fue dueño de un estilo que caló hondo en su generación y en las siguientes, pese a que la crítica académica local le fue casi siempre esquiva.
Escribió la novela “Triste y solitario final” en el año 1973, la cual fue traducida a 12 idiomas. En el año 1976, por los sucesos que se vivían con la dictadura en argentina, se trasladó a Bélgica y luego Paris; regresó a nuestro país en 1984. De su estadía en Europa se desprende la novela “No habrá más penas ni olvido”, de la que se realizó la película que fue dirigida por Héctor Olivera.
También publicó “Cuarteles de invierno” en 1980, sobre la cual se publicaron seis ediciones en 1983.
A lo largo de su carrera, vendió más de un millón de ejemplares de sus novelas. Fue un fumador empedernido y militante de los partidos de izquierda de la época. Algunas curiosidades lo pintan de cuerpo entero: escribía de noche hasta las ocho de la mañana, para posteriormente dormir hasta las cuatro de la tarde. Le fascinaba internet y el mundo de la informática y sentía devoción por los gatos.
Murió el 29 de enero de 1997 en Buenos Aires, víctima de un cáncer de pulmón. Fue sepultado en el Cementerio de la Chacarita. Legó un mundo de extraños perdedores pueblerinos y de inolvidables historias tristes; es decir aquellos guiones cotidianos de gente común que algunos menosprecian.
Fragmento de su libro “Triste y solitario final”
Entró sin hacer ruido. Se había vuelto cauteloso y no supo el porqué. Ante él había una pequeña sala de espera con dos sillones y una mesa muy baja sobre la que estaban tiradas algunas revistas viejas. Se sentó. Dejó el sombrero sobre la mesa y tomó una de las revistas, pero sus ojos miraban la habitación. Las paredes estaban absolutamente despojadas y no habían sido limpiadas en los últimos años, aunque alguien se encargara de pasar, de vez en cuando, un plumero que nunca había alcanzado el techo. Stan fijó sus ojos en la puerta entreabierta que tenía frente a él. Inclinó el cuerpo, pero no alcanzó a ver el interior de la oficina. Alguien abrió la puerta por completo.
-Pase, señor Laurel.
Marlowe era un hombre de unos cincuenta años, un metro ochenta de alto, cabello castaño oscuro, aunque las canas lo habían blanqueado demasiado. Sus ojos, también castaños, tenían una mirada dura pero melancólica. Vestía un traje gris claro al que hacía falta planchar.
Stan, pequeño y desgarbado, entró en la oficina. La habitación estaba iluminada por el sol que entraba a través del ventanal. Marlowe se acomodó en su sillón, tras el escritorio viejo y oscurecido por el polvo y el hollín. (…)
Nota: Marina Menseguez.
Foto: Web.
Corrección: Mariano Pennisi.
Contenidista:Marina Menseguez