LITERATURA
Iluminar palabras desde la noche perpetua
Cuatro escritores ciegos comparten sus experiencias unidas por la insistencia. Tempranamente la ceguera fascinó la literatura y modificó a plumas famosas.
Los signos en la página abren universos múltiples, posibles, pero como dice el escritor Ricardo Piglia, “en la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor”.
María, Omar, Paula y Pablo dan fe. Aunque están ciegos, escriben. Sus textos son huellas de sus modos de leer, con sus tácticas y desviaciones, con modulaciones insomnes, soñadoras y territoriales. Cristalizan un anhelo profundo, y redentor también para muchos.
“Las mañanas de Santiago/ son soleaditas y llenas/ de rumores de vidalas/ y ritmos de chacareras,/ que se anidan en la sangre/ y galopan por las venas/ y estallan en las gargantas/ hechas manojos de estrellas/ que alumbran las esperanzas/ del campesino que siembra”, poetiza en sus textos María Cejas.
La escritora nació en Santiago del Estero el 2 de abril de 1949. Es la sexta de diez hermanos. Ha participado en múltiples concursos, recibiendo menciones y selecciones para antologías.
Actualmente jubilada, María fue profesora en Lengua y Literatura en el nivel medio. Ahora sigue con las letras pero privadamente.
“Nací en un rancho rural. Por razones que ignoro, se produjo una infección ocular bilateral, la que dejó como saldo ceguera en ambos ojos”, contó.
“Comencé a escribir a los dieciocho años, al poco tiempo de haber aprendido a leer y escribir. No podría precisar el motivo primigenio de la escritura. Sin que yo lo advirtiera, se me impuso”, indicó. La literatura le regaló entonces:
“La inefable alegría de dar rienda suelta a los sueños y quimeras que desde temprana edad se agolpaban en mi alma”.
Entre sus autores preferidos Cejas enumeró a María Elena Walsh, Francisco Luis Bernárdez, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y “una larga fila de nombres que abultarían enormemente estas líneas; nombres estos que hicieron las delicias de mis horas de infancia”, dijo.
De los clásicos, destacó a los griegos y latinos, a los poetas y escritores de la literatura universal (Edad de Oro española) y a los grandes de las letras inglesas, alemanas, francesas, entre otros.
Su libro preferido es la novela “En el tiempo de las mariposas” de la dominicana Julia Álvarez. “Cuando la leí, sentí un desconocido caudal de emociones y sensaciones imposibles de poner en palabras”, expresó.
Omar González nació en Lanús y tiene 58 años. Vive como jubilado junto a su esposa, Vilma, y Rosalito, su gato guía.
Con su cuento “Un perfecto desconocido”, González obtuvo el primer lugar en el concurso “La rosa blanca”, organizado por el Rotary Club en 2003. Y por su cuento “Como si nada” consiguió el segundo puesto en el primer concurso literario provincial para autores ciegos, organizado por la Asociación de Ciegos para la Defensa y Promoción del Instituto “Román Rosell” y la Asociación Civil “Caminando”, en el 2008.
Desde su infancia, garabatea Omar. Sin embargo su afición por contar historias se remonta al comienzo de su ceguera. “Mientras veía normalmente, mi vocación y profesión fue la de actor. Al sobrevenir mi discapacidad, imposibilitado de seguir disfrutando de aquello para lo que creía haber nacido, mi amor por la literatura me llevó intentar escribir historias de ficción”, indicó.
“Fue tan así que a mi primer cuento -y el primero que fue premiado-, lo escribí en el 2003 mientras aprendía braille”, agregó.
González mencionó a casi 40 escritores preferidos pero subrayó dos libros que lo transformaron. “El primero es una novela de Herman Hesse que me llegó creo yo en el momento justo, a mis 18 años, y se titula “Siddharta”. El segundo se titula “Alexis Zorba, el griego”, de Nikos Kazantzakis. Más que una novela, yo diría que es toda una experiencia vital que nadie debería dejar de realizar”, sostuvo.
En su prosa Omar maneja con destreza el suspenso y los detalles. Sabe graduar, preparar los anzuelos. “Prefiero los textos dinámicos y fluidos, por eso me disgusta el abuso de los adjetivos. También me gusta la sabia dosificación de la información. Que se guarde algún secreto en la manga, que despierte inquietud en el lector. Creo que la intensidad del relato debe ser creciente, siempre de menos a más, y que el final, si es sorprendente, mucho mejor, pero ante todo debe resultar coherente. Digo esto porque uno suele encontrarse con finales que, por querer impactar, descuidan la credibilidad del mismo”, discurrió.
La ceguera y la literatura
Borges perdió la vista a los 55 años, pero regresó a la poesía, ayudado por la métrica y su prodigiosa memoria. En “Elogio de la sombra”, resuena: “Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;/ el tiempo ha sido mi Demócrito./ Esta penumbra es lenta y no duele; /fluye por un manso declive/ y se parece a la eternidad./ Mis amigos no tienen cara,/ las mujeres son lo que/ fueron hace ya tantos años,/ las esquinas pueden ser otras,/ no hay letras en las páginas de los libros./ Todo esto debería atemorizarme,/ pero es una dulzura, un regreso./ De las generaciones de los textos que hay en la tierra/ sólo habré leído unos pocos,/ los que sigo leyendo en la memoria,/
leyendo y transformando/”.
Milton, Pérez Galdós, Joyce, Groussac son también otros famosos escritores ciegos. En su conferencia titulada “Ciegos literarios”, la escritora mexicana Guadalupe Nettel recuperó a tres figuras más. La primera es la francesa Berthe Galeron de Calonne, nacida en París en 1859, quien perdió la vista a los seis años y el oído cerca de los treinta. Sin embargo, estudió Filosofía gracias a novedosos métodos de enseñanza adaptados y combinados con el braille. Su texto “Mis reflejos”, expone: “¿Por qué negarme la necesidad de imágenes?/ Puesto que mis ojos vieron, todo puedo concebir;/ mi mente ha conservado el hábito de ver,/ en el alma tengo reflejos, no vanos espejismos./ Mi lejano recuerdo, mágico espejo/ donde aún veo rostros queridos sonreír,/ es atravesado, a veces, por bruscos paisajes,/ que me alumbran, como a la salida de un túnel negro./ Sería volverme completamente ciega/ renunciar a las palabras que hablan de la luz (…)”.
La segunda se llama Angéle Vannier (1917-1980) quien perdió la vista a los 22 años y describía la ceguera como una “zambullida en el distanciamiento”. “Su obra está llena de imágenes fantásticas y coloridas”, detalló Nettel, quien nació casi ciega del ojo derecho.
El tercero se trata de Evgen Bavcar, fotógrafo ciego de origen esloveno, cuya obra a menudo hace referencia a la literatura. “Solo cuando imaginamos, existimos”, asegura en su obra Bavcar. “No puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino a mi propia manera. La imagen no es necesariamente algo visual: cuando un ciego dice que imagina, significa con ello que él también tiene una representación interna de las realidades externas, que su cuerpo también media entre él y el mundo”.
Acerca del vínculo entre literatura y ceguera, Nettel dijo que surge por la fascinación que ejerce la persona ciega al estar excluida del mundo de las apariencias y que cuenta con más tiempo para la contemplación interior.
“Nos ilumina desde su oscuridad, enfrentándonos sistemáticamente a nuestras propias tinieblas, a aquellos puntos opacos de nuestra existencia que sin la ayuda de sus palabras y sus reflexiones, probablemente nunca nos atreveríamos a ver”, concluyó.
Una pareja de escritores ciegos en San Luis
Pablo Castañeda se quedó ciego por un accidente laboral en el 96, cuando tenía 38 años. Es el primer usuario puntano de Tiflolibros, una biblioteca digital para personas ciegas que recientemente fue premiada por la Organización de los Estados Americanos. “Hay vida después de la ceguera, más allá de que al principio se parece bastante a la muerte”, aseveró Pablo quien además escribe poesía. “Cuando estaba ‘depre’, un cable a tierra era escribir”, compartió Castañeda que trabaja como auxiliar docente en el Instituto de Formación Docente.
Su esposa, Paula Slemenson (46), padece ambliopía. Perdió la visión, el equilibrio y la sensibilidad en las manos por un accidente de tránsito. Antes se recibió como licenciada en Sistemas y luego de abogada. Paula se apasiona cuando habla de libros. “Leo desde muy chica y cuando perdí la vista creí que se iba a acabar el mundo. Por suerte no fue así y hoy con la tecnología puedo leer como cualquier persona”, describió.
“Mi vocación literaria es sobre todo como lectora, porque como escritora soy solo eventual”, aclaró la abogada nacida en La Plata que vivió en Bariloche y hace cuatro años se mudó a San Luis.
“Empecé a escribir haciendo un taller literario como una manera de desarrollar otras áreas de mi pensamiento. Allí conocí a gente maravillosa”, contó Slemenson cuyas lecturas predilectas son las novelas policiales y la divulgación científica.
“Pedro es un excelentísimo pintor pero no entiende nada del mundo comercial y, ella, al revés, tiene cero talento para el arte pero es un lince con los negocios”, con ese atrapante inicio Paula desarrolla una de sus tantas ficciones breves, actuales y con éticos dilemas.
“Nunca olvidará las palabras de su abuelo: ‘Como pasa en la vida: las truchas y las oportunidades son escasas, siempre hay que tratar de no dejarlas ir’”, cierra en otro texto.
Insistir
Para resumir su vocación literaria, Omar González necesita una palabra: gusto. “Yo escribo, simplemente, porque me gusta hacerlo”, señaló. En cambio, la poeta santiagueña elige tres: pasión, libertad, refugio.
Ambos carecen de rutina para escribir. “En lírica, que es lo que yo escribo o pretendo escribir, no puede haber rutina, por lo menos para mí no la hay. Se impone cuando ella quiere y gobierna la pluma”, dijo María. En este sentido, Borges enseña que en la poesía prima la música antes que el sentido visual.
Qué es un lector se le pregunta a la escritora. “Según mi experiencia, es alguien ávido de conocimiento, que viaja por donde cada lectura lo lleve, sin importarle la hora de partida ni de regreso”, contestó. Para Omar es “todo aquel que disfruta entregándose en cuerpo y alma a lo que está leyendo”.
Cada tanto, entre los lectores videntes, merece tener presente la cruenta parábola que noveló José Saramago, Premio Nobel de Literatura, en su obra “Ensayo sobre la ceguera”: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
Aparte, en los textos de los cuatro escritores ciegos se descifra perseverancia. “Porque siempre habrá manera de recrear lo aparentemente dicho y la forma peculiar de cada creador le imprimirá su magia personal y se convertirá en una nueva criatura”, explicó María. Por qué insistir con la escritura cuando parece todo ya contado, se le consultó al cuentista de Lanús y redobló: “No mi amigo, en eso no estoy de acuerdo. Yo creo que todo está aún por contarse”.
Nota: Matías Gómez.
Fotos: Gentileza.
Corrección: Mariano Pennisi.
Contenidista: Jorge Scivetti.