HISTORIA
Regreso a Cochequingán
Mediante la vida de una ranquel entregada, el historiador Daniel Gatica reconstruye el pasado de una tribu arrasada en el sur provincial, donde luego se formó un pueblo con más de 800 pioneros. Varios relatos orales de su familia iniciaron la investigación que le llevó casi una década.
Ángel Daniel Gatica nació en Nueva Galia, en 1949. Se recibió como maestro normal nacional en Villa Mercedes. Es licenciado en Historia de la Universidad Nacional de La Plata. Fue docente y director de escuelas de cárceles en el nivel secundario y terciario.
Actualmente como docente e investigador, Gatica estudia la tensión entre el pueblo ranquel y el estado argentino durante la época de su fundación. Son algunas de sus publicaciones: Orígenes de las familias Gatica de San Luis de Loyola; Los Conquistadores de San Luis; Cuarenta Granaderos y un Trompeta; Listado de la población de San Luis de 1778; Desarrollo poblacional de Verónica, Punta Indio, Buenos Aires; Población del pago de Magdalena de 1726; y otras.
En una de sus investigaciones, a través de la vida de María Ortega, quien era una ranquel entregada por un capitán al estanciero de Saladillo, don Silvano Gatica, se repasan diferentes acontecimientos durante la Conquista del Desierto y el establecimiento de las primeras poblaciones al sur de San Luis, en Cochequingán, una próspera tribu arrasada que, como pueblo llegó a tener más de 800 habitantes. Estaba ubicada a unos 10 kilómetros de Unión, junto a la Ruta N° 3. Hoy, dentro de la Estancia “La Estrella”, solo hay restos de la escuela, del cementerio, algunas ruinas y árboles de la plaza, según consigna el historiador, que pronto presentará su obra “Yo Quiero la Paz, Mariano Rosas y los Tratados de Paz del Pueblo Ranquel entre 1854 y 1880”.
“A la historia de María Ortega la contaba mi abuela Avelina López a sus hijos y ellos a mí”, indica Gatica. Su padre le pidió que averiguara si existió la estancia de Silvano Gatica. Aunque vive en La Plata, el historiador recorrió archivos civiles y eclesiásticos en Villa Mercedes y la ciudad capital. “Varios primos recordaban las historias que les habían contado sus madres sobre María Ortega y su regreso a Cochequingán”, describe. Pero la investigación iniciada en 2005 avanzó el año pasado. “Pude ir a La Toma para presentar una conferencia sobre Genealogía y el Centro de Estudios Genealógicos de San Luis (GenSanLuis) y consultar los libros de la iglesia de Saladillo. En un programa de radio me comunicaron con un homónimo (Daniel Gatica) quien muy amablemente me recibió y me comunicó con su padre que quería hablar conmigo. En la entrevista con este venerable octogenario me relató lo mismo que mis tías, pero desde el punto de vista de los que se quedaron en la estancia de Saladillo. No cabía en mi sorpresa. Era la misma historia. Él había conocido a su abuelo Octavio, hermano de Silvano, quien le había dicho que María Ortega era una india manceba de Silvano y que cuando pudo huyó con sus hijos y un amigo de Silvano y se llevó la caballada y mucho ganado de la estancia, como hacían los indios”, agrega el presidente del Centro Estudios Genealógicos de San Luis, y miembro del Instituto de Estudios Genealógicos y Heráldicos de la Provincia de Buenos Aires. “Silvano no los mandó a detener porque eran sus hijos y sentía que los había traicionado al casarse con otra de sus mancebas para recibir de su herencia”, puntualiza el investigador.
“Ahora cerraba la historia oral. Tenía los documentos, tenía las referencias históricas de la época. Tenía la confirmación oral de los descendientes de los protagonistas. Conozco las costumbres y cosmogonía de los ranqueles así que organicé la tarea”.
“El paso siguiente era escribir la historia de vida de María Ortega y me pareció que el mejor título era ese: Regreso a Cochequingán. En junio de este año se me autorizó copiar los índices del Registro Civil de Cochequingán con lo cual confirmé la cantidad de personas fallecidas y sepultadas en el cementerio de ese pueblo. Ese cementerio debe ser un monumento histórico a los pioneros del nuevo sur puntano, ahora está dentro de la Estancia “La Estrella” y espero que el Gobierno decida recuperarlo”, referencia.
_ ¿Qué detalles inéditos descubrió durante la investigación?
_ En primer término me sorprendió la poligamia encubierta de los estancieros puntanos (también los había en otras provincias). En mi trabajo menciono solo un testamento que se refiere a los Gatica en la que se reconoce a 14 hijos naturales, pero hay varios otros que tienen las mismas características.
En segundo lugar, en Villa Mercedes se encuentran algunos testimonios frescos de la utilización de los propios hijos de los ranqueles que fueron usados para destruir a su propio pueblo. Me recordó a la utilización que hizo Hitler de los judíos para tenerlos como carceleros y verdugos de su propio pueblo.
En tercer lugar, no se ha hecho todavía un estudio completo de la historia agraria de San Luis, por lo que no sabemos detalladamente quiénes se quedaron con los campos de los ranqueles, cuántas hectáreas recibieron, cómo las usufructuaron, etc. Hay mucho para trabajar.
Me sorprendió la rigidez de las autoridades tanto eclesiásticas como civiles y el retaceo de la información para fines historiográficos y/o genealógicos. Es una forma de ocultar la historia y de favorecer a los actores del pasado ocultando la realidad de la época.
El estudio de la genealogía nos brinda un concepto más claro de la identidad, pero el estudio de esta ciencia es casi imposible en San Luis, porque tanto el Estado como las iglesias no permiten a los investigadores fotografiar datos que permitirán realizar la organización de las familias.
Me llama la atención los “olvidos” como el ignorar que existió un cementerio como el de Cochequingán cuyas tierras, además de ser del Estado, deberían ser un lugar venerado por la historia, por lo que representan y porque en ese lugar están restos humanos que pertenecieron a los pioneros que dieron su vida por el progreso de la provincia y del país.
María Ortega
La ranquel pertenecía a la tribu de Cochequingán. Conforme expone el historiador, tendría entre 20 y 22 años cuando fue entregada al joven estanciero Silvano Gatica alrededor de 1855. No pasó mucho tiempo para que Silvano la hiciera su mujer. Aunque se le prohibió hablar en mapudungún (lengua de la cual deriva el ranquel), sus características delataban su origen: rostro redondo, ojos grandes, pómulos notables, cabello negro, lacio que caía en dos trenzas unidas en la espalda.
María Ortega servía fielmente en la estancia de los Gatica en Saladillo. Allí aprendió a coser a la manera de los blancos y a confeccionar prendas de vestir para su patrón y peonada. Nada le faltaba para su supervivencia. Sufrió su esclavitud con honor y sin quejas, según dijo una de sus nietas, llamada Juana Gatica, quien es hija de Octaviano Gatica.
Con el tiempo, María averiguó sobre su tribu. “Supo que la mayor parte del día las mujeres estaban solas en sus ranchos mientras los hombres trabajaban en los campos y en el mantenimiento del ferrocarril que en 1875 había llegado a Villa Mercedes. Además, muchos hombres estaban ya formando el Batallón Ranquel, especialmente los del cacique Simón y los de Villareal”, señala Gatica quien también detalla un parto ranquel. “Una machi (curandera) mayor, de largas trenzas unidas en la espalda y dos ullcha (mujeres jóvenes) llegaron para atender a María. La machi dio las órdenes en mapudungún”, inicia el relato. El historiador cuenta que la parturienta dio a luz de rodillas, en el suelo, sentada sobre sus talones con sus piernas abiertas. Después la machi, dentro de un círculo dibujado en la tierra, se arrodilló mirando hacia el cuarto cuadrante. “En una mano tenía a la niña mientras que con la otra tomó de la ceniza mezclada con tierra que estaba dentro del círculo y frotó el pecho y espalda de la criatura. Luego se levantó y sosteniéndola con las dos manos la elevó hacia el cielo haciendo una rogativa y agradecimiento a Ngenechen, el creador de todas las cosas”, apunta Gatica. La ceremonia concluyó con una ofrenda a la Pacha Mama. Se enterró la placenta en paño, agua hirviendo y cerámica. “Años más tarde, en 1935, mi abuela Avelina López le enseñó esta técnica a mi padre. Éste la puso en práctica al verse obligado a atender a su esposa y recibir a uno de sus hijos, solos, en el campo en 1939”, revela el investigador, que disertó para las novenas jornadas de Historia organizadas el mes pasado en Merlo.
Gatica aporta otra particularidad de los ranqueles. “Cada vez que se sentía abatida, María salía con un cubo de maíz para llamar a las gallinas, pues sabía que también vendrían las bandadas de palomas torcazas con las cuales hablaba en lengua mapuche. La cosmogonía en que la habían educado cuando niña, le aseguraba que sus antepasados fallecidos regresaban en forma de palomas torcazas. Creía fielmente que sus parientes muertos a veces se acercaban cuando los llamaba. Les contaba su dolor; les pedía que de alguna manera la llevasen de regreso a su tierra”, refiere. El retorno se apresuró cuando ella se entera que el ejército “limpiará” a su pueblo. No obstante, como también aclara el historiador, hacia el primer cuarto del siglo XIX, la relación entre ranqueles y pobladores no solo fue de agresión también hubo momentos en que los nativos trabajaban en los campos de los estancieros, y éstos comerciaban en las tolderías.
Así, María planeó el regreso a su tribu junto a sus cinco hijos y un amigo de Silvano. Llevaron además mucho ganado de la estancia.
La tribu de Cochequinchán
No se tiene mucha información histórica de esta tribu -comenta Gatica- solo Estanislao Zeballos la indica en uno de los mapas de su obra “Viaje al País de los Araucanos”. Según Zeballos esta palabra significa “Médanos con agua dulce” o “pequeñas lagunas entre médanos”. Zeballos fue un jurista, político, periodista, catedrático, historiador, etnógrafo, geógrafo, legislador y novelista argentino que ocupó tres veces el cargo de ministro de Relaciones Exteriores.
“En su época la tribu era nómade, se movilizaba dentro de esa zona a los campos que tenía mejores pastos. Siempre alrededor de una laguna más grande a pocos kilómetros más al sur que le llaman con el mismo nombre. La tribu practicaba el cultivo de maíz, zapallos, sandías, papas y cebada, principalmente y tenían poco ganado, especialmente caballos”, afirma el investigador.
“Al sur de la provincia de San Luis, a unos 10 km de la localidad de Unión, junto a la Ruta N° 3 que lleva hacia la localidad de Martín de Loyola se encontraba una tribu cuyo jefe de familia se llamaba Cochequinchán, según indicaban mis abuelos. La región es un suelo de polvo medanoso que forma importantes elevaciones sobre el terreno y entre ellos se acumula el agua de lluvia formando lagunas de poca extensión. Este suelo blando es óptimo para el cultivo y cuando los pastos crecen fijan los médanos e impiden que cambien de lugar.
Según la tradición vivía allí esta tribu ranquelina que contaba con pocos pobladores, tenían varios animales y vivían de sus cultivos, que intercambiaban con las tribus de Cabral, el Platero, con la de Bagual, y con Leuvucó adonde se encontraba el capitán general de los pueblos ranqueles, Mariano Rosas, de quien era dependiente. Estas progresivas tribus fueron atacadas en varias ocasiones por las fuerzas militares de San Luis y de Mendoza”, asegura Gatica quien subraya que sus abuelos mencionaban la tribu “Cochequinchán” pero al lugar le llamaban “Cochequingán”.
“Aunque numerosos caciques estaban considerando la posibilidad de pasar a la civilización de los blancos, la Conquista del Desierto destruyó las poblaciones ranqueles del sur, “‘limpiando’ así la zona que quedó lista para que las autoridades puntanas y cordobesas tomaran posesión de esas tierras ahora desiertas. Varios de los hombres ranqueles y mujeres mayores fueron llevados a Tucumán para trabajar en la zafra azucarera mientras que las mujeres jóvenes y niños, separados de sus familias, fueron ‘entregados’ en un remate público entre las familias pudientes de Buenos Aires, cambiándoles su nombre ranquel por nombres cristianos, destruyendo de esa manera su verdadera identidad”, recrudece el historiador.
En 1880 el Gobierno de Toribio Domingo Mendoza animó a las familias puntanas para tomar posesión de los campos “conquistados” o prácticamente usurpados a los ranqueles, más precisamente los del sur del Río V, los de Ramón Cabral, el Platero, los de Villareal y los de los Tapayo, con la promesa de darles títulos de posesión.
Entre los pobladores, conforme aporta Gatica, circulaba un mito de que en aquellas australes tierras fértiles los caballos se reproducían con rapidez.
El reencuentro con Cochequinchán
Junto a un amigo de Silvano, María con sus hijos Agapito de 20 años, Buenaventura de 18, Octaviano de 16, Gumersindo de 11 y Alejandra de 3 tardó tres meses en viajar desde Saladillo hasta su tribu. “Pasaron por El Divisadero, por Paso de los Gauchos y siguieron al sur. Recorrieron las cercanías del Río Chadi-Leufú o Salado, hasta La Maroma adonde descansaron casi un mes aprovechando los ricos pastizales y continuaron a paso del ganado hasta alcanzar los médanos y lagunas que ella reconoció. El verde de esos médanos era indescriptible, cada tanto había pequeñas lagunas de agua clara y dulce. -¡Cochequinchan!- exclamó. Eran los primeros días de enero de1883”, narra Gatica. Otros pioneros venían junto y detrás de ellos. Había regresado a su tierra, pero la tribu ya no estaba.
Lentamente, comenzaron a poblar las tierras, antes pertenecientes a los ranqueles. “La riqueza ganadera de estas familias se multiplicó rápidamente. Eran innumerables los animales que criaron. Las mujeres se encargaban de hacer el queso y los plumeros. En 1888 decidieron ir a vender todos sus productos a Villa Mercedes, 40 leguas al norte. Desde entonces, cada dos o tres años, se llevaban animales, cueros, cerda, lana, granos y quesos a la ciudad de Villa Mercedes, recorriendo más de doscientos kilómetros, abriendo caminos por zonas inhóspitas. Se reunían varias familias para realizar la excursión. Los viajes duraban varias semanas”, refiere Gatica. Aun no se sabe cuándo exactamente murió María Ortega en Cochequingán.
“A fines de la década del ochenta, bajo el Gobierno de Mauricio Orellano, se comenzó a pensar en el porvenir de la región sur de la provincia, a abrir caminos y a fundar pueblos por ley del 23 de agosto de 1888. Esta decisión ayudó a poblar el sur puntano. En mayo de 1895, el empadronador Severo Albornoz registró en Cochequingán y sus alrededores 876 habitantes, Integrados entre 141 familias que habitaban 136 casas y 12 se estaban construyendo. En cuanto a oficios y profesiones se declara: propietarios, 22; estancieros, 103; comerciantes, 7; jornaleros, 95; zapatero, 1; peones/as 18; sirvientas, 12; cocinera, 2; lavandera, 48; costureras, 54; prostitutas, 5”, expone.
“Si bien algunos adultos no declaran profesiones podemos calcular que en esa población había cerca de 500 menores. ¡Buen futuro para un incipiente pueblo! En 1896 el Gobierno de Lindor Quiroga mandó fundar un pueblo en ese lugar. Años más tarde, el 6 de noviembre de 1909 se presentó Carlos Wüst expresando que “ha formado un pueblo en el lugar denominado Cochequingán y solicita una escuela y autoridades, para lo cual dona varios solares para ese fin y manzanas para la caballada de policía”.
Sin embargo, hoy, de Cochequingán quedan solo las ruinas de una escuela y restos de alguna casa usada como oficina pública. ¿Qué sucedió?
“En 1895, después de 10 años numerosos pobladores fueron a Villa Mercedes a reclamar su título de propiedad. El Gobierno envió a un juez de paz, hermano de Silvano, para hacer las mensuras en esas tierras y regresó con la noticia que muchas de las tierras tomadas ya tenían dueño: los Wüst, Anchorena, Tornquist, Santamarina, etc. Numerosos ‘estancieros’ del sur llegaron a Villa Mercedes e hicieron una interesante manifestación en sus calles pidiendo los títulos de propiedad. Muy pocos lo lograron”, sostiene Gatica quien dice que grandes extensiones del sur estaban ocupadas por empresarios y hacendados de Buenos Aires que cobraban sus aportes al ejército con tierras y compraban en los remates que se realizaban en Bs. As. “Por lo que encontramos a los Anchorena, a Polledo, a Alvear, Madariaga y a la empresa Wüst Hnos., entre otros, que tenían sus sedes en la capital. Las tierras arrebatadas a las tribus originarias, fueron ocupadas por estos nuevos propietarios impulsados desde Buenos Aires por la recientemente creada Sociedad Rural Argentina”, explica.
El ferrocarril no favoreció a Cochequingán. La estación más cercana, Unión, distaba a unos 10 km. “Cuando el tren llegó, numerosas familias emigraron a las estaciones más cercanas fortaleciendo los pequeños poblados que hacía pocos años, familias e hijos de Cochequingán habían fundado: Fortuna (1905), Bagual (1907) y Nueva Galia (1907). Esto ocasionó la decadencia del pueblo. Para 1930 eran muy pocas las familias que aún residían allí. El Registro Civil se cerró a fines de la década del 30 y la escuela funcionó hasta 1963. Hoy solo encontramos restos de la escuela, algunas ruinas y algún árbol de la plaza. Dentro de la Estancia ‘La Estrella’, que Arnoldo Schulze compró en 1897, quedan rastros del cementerio”, señala Gatica quien cuenta además con un listado de las familias que llegaron a Cochequingán y que dejaron sus huellas en algunos libros parroquiales, el Registro Civil, y en el censo de 1895. Asimismo, presenta algunos árboles genealógicos de los pioneros pobladores.
_ ¿Por qué cree que es importante conocer este episodio de la historia?
_ La historia social tanto como la historia de familias y los relatos de vida son importantes para conocer los acontecimientos y el contexto en que se desarrollaron los hechos. Comúnmente se nos ha educado en una historia fría, política y guerrera, sin tener en cuenta que sus protagonistas tuvieron familias, sentimientos y otras preocupaciones, otras influencias e intereses que los llevó a actuar como lo hicieron. Debemos conocerlos, no para juzgarlos, sino para comprender mejor los aciertos y errores que los llevaron a actuar como lo hicieron. La actualidad es producto del pasado, pero si conocemos los errores y virtudes de esos hombres y mujeres que nos precedieron, podemos aprender mucho de ellos y proyectar mejor lo que queremos dejarles a las generaciones venideras.
Nota: Matías Gómez.
Foto: Norberto Mollo / Gentileza.
Corrección: Mariano Pennisi.
Contenidista: Emanuel Lorenzoni.