CULTURA

Literatura en la Puntanidad


La semana de la Puntanidad y el Sanluisismo invita a reflexionar acerca de la literatura, incluso actual. Once escritores revelaron sus secretos, sueños y desvelos.

Los escritores invitan a vivir la Puntanidad por medio de la literatura.
Los escritores invitan a vivir la Puntanidad por medio de la literatura.
Los escritores invitan a vivir la Puntanidad por medio de la literatura.

Ricardo Torres era vecino de Antonio Esteban Agüero en Merlo. “No hablaba de otra manera. Le preguntabas algo y te respondía en poesía”, revela Ricardo, lector de estrofas antes de conocerlo, recitador, hasta la actualidad, después de que el “Tono” lo eligió para cada guitarreada.

Fourcade en “Vida y pasión poética y prosística de Esteban Agüero” describe al adolescente que colaboraba para la revista Ideas como “de mirar profundo, palabra amable, y esa voz, que tenía, inolvidable, la reciedumbre (fuerza) del rebelde a quien jamás conforma la mediocridad del medio que comparte.” Ese descontento lo llevó a sacrificar su título, ya que ejerció brevemente la docencia en Carpintería y Merlo, para vivir luego en poesía.

“Alguien dijo, y yo concuerdo, que es la más alta voz eglógica (lírica) de la poesía puntana. En verdad, conmueve su alto vuelo”, asegura la doctora en Historia, Teresa Fernández, vicepresidenta de la Asociación Cultural “Antonio Esteban Agüero”. En el prólogo a “Antonio Esteban Agüero, corazón y destino de cigarra,” Fernández, tras señalar que el escritor serrano fue influido por García Lorca y César Vallejos, sostiene: “en la lírica ‘agüeriana’ hay identificación con la naturaleza, sencilla ternura y vibrante despliegue de metáforas”.

Torres sintetiza: “Todos querían ser poetas cuando lo conocían”.

Beba Di Genaro fue ungida desde su infancia como poeta por Antonio Esteban Agüero. En 2014, a los 77 años, en una de sus últimas entrevistas, Beba recomendó, a quienes comenzaran a escribir, devorar páginas. “Es la única manera de afinar el instrumento”, explicó. También sugirió de Rilke “Cartas a un joven poeta”, obra que Agüero le aconsejaba con ímpetu. “Una vez enojado me dijo si usted hubiera leído a Rilke no me hablaría de su primer marido, sino de las nubes, los pájaros”. Y tras estudiar gramática, sinonimias y expulsar metáforas hasta en los sueños, Beba propone desnudar el alma al poetizar. Es que luego de la palabra, la naturaleza y la libertad, su cuarto tema preferido es el sexo. Así, a medida que los dedos cedan, Di Genaro aseguró que la savia de ese naciente literato girará en torno a la palabra, o al decir de Agüero, sabrá “vivir en poesía”. En ese intuitivo punto las letras trascienden sentidos, juegan, huelen, parecen plásticas. Hay un no decir que nutre. “Cuando tenés esa palabra, tenés que trabajarla. Yo no soy un poeta, dice Agüero; soy un obrero que construye canto”, enseña la escritora que murió el año pasado. Simple suena, pero a cada renglón “la palabra se encorva y adversamente se nos niega”, tal cual manifiesta un poema Beba. Después viene el estilo. La poeta ha mimetizado tanto el algarrobado ritmo de su maestro que resulta complicado distinguir cuando canta uno u otro: “Canción para lavar la hoja: labio del viento/ cuna de rocío/ vientre de sombras/ abono de los trigos/ piel de los seres vegetales.”

Según María Haydee, ante la Puntanidad y el Sanluisismo, el reto de los escritores, nuevos y consagrados, es “rescatar los valores del pasado. Transmitir, mirando la realidad que nos circunda, algún pensamiento positivo, con ojos bien abiertos”.

_¿Qué necesita la sociedad para fomentar más Agüeros?

_Nada programado podrá crear otros Agüeros. Salvo difundir la poesía en general y estimular la lectura de obras de todos los géneros. Quizás serios talleres o grupos en barrios y escuelas reunidas en torno a un eje atractivo. Tal vez también los concursos para editar, aunque Agüero no creyera en ellos.

Clides, hermana de Polo Godoy Rojo comparte cómo era una de las voces señeras de la Puntanidad. “Hablabas con él y era una persona común, no demostraba tener tantas cosas en la cabeza, yo no sé de dónde sacaba tantas cosas que quizás ni las vivió. Era muy observador y andaba siempre con una libretita que aconsejaba llevar a cualquiera que quisiera volcarse a la escritura. ‘Si vos querés escribir -me decía- tenés que estar siempre con las antenitas paradas’”, recuerda Clides. Polo fue el mayor de los trece.

“No sé cuál autor leería más porque tenía miedo de que tomara ese estilo, trataba de no ‘contaminarse’ digamos porque quería tener su estilo propio”, lo describe. “Siento una gran admiración por él, por escribir tantas y tantas cosas. Y ha dejado muchísimas inéditas”, agrega. Entre cuentos, poesías, novelas, relatos para niños, obras de teatro, el autor suma 28 publicaciones.

“Me motiva escribir más que nada la eterna búsqueda del hombre y su destino, la búsqueda de la belleza, el amor, la verdad, la justicia y la libertad, búsqueda de Dios para iluminarme e iluminar, en un intento porque el mundo sea una constelación de almas iluminadas”, lee Clides, grave, de su hermano.

“Siempre buscó y le cantó a la luz. Podemos decir que toda su vida fue una preparación para ese largo viaje hacia la luz a la que siempre le cantó”, indica luego.

Aquel fervor literario también cautivó a su hermana. “Yo nunca le mostraba las cosas que escribía porque al hermano mayor le teníamos mucho respeto. Hasta que un día se las mostré y me aconsejó que leyera”, sostiene. Clides cuenta también que cuando Polo presentó una obra para una editorial de Buenos Aires le dijeron que no servía y que se dedicara a otra cosa. “Por eso él decía que siempre hay que insistir”, subraya. “Aunque fuera de noche, si Polo se acordaba de algo, se levantaba a escribir, según cuenta la esposa. Es, como dice Romero Borri, ‘el que tiene la pasión de escribir duerme con un solo ojo’”, añade.

“Escribir me ayuda porque te transportás a otro mundo”, afirma Clides.

Una de las tantas semillas literarias de la Puntanidad es “El Viaje del Poema”. Editada mediante San Luis Libro, la obra de Gustavo Romero Borri consta de 2 tomos que reúnen a 95 poetas, desde los inicios de la cultura escrita en la provincia hasta 1950.

“El libro pretende despertar en el lector el viaje del poema en el tiempo, poema como esencia constituyente de la cultura. El poema no es un discurso, no es la historia, ni la geografía, es la interrupción del discurso. Cuando dejamos de hablar, aparece la voz poética y esa voz está rodeada de silencio. Y estos hombres y mujeres que tuvieron la necesidad de poner en palabras su intimidad, en una provincia que muy poco los reconoció como tales, me pareció conmovedor poder rescatarlos y ponerlos todos juntos en un lugar”, señala Borri.

Élida Vallejos nació en El Pedernal, tiene 83 años, 6 hijos, 18 nietos, 18 bisnietos, terminó el secundario a los 55 y escribe desde la infancia. El amor a la naturaleza y los sueños son la savia de su sabia vocación literaria.

_¿La vida tiene poesía?

_Todo lo que miramos es poesía, esa puerta, este cuadro.

_¿Pero qué distingue a la mirada del poeta de alguien que tal vez mira el mismo objeto?

_El poeta le da otro matiz.

_¿Y cómo describiría esa mirada poética?

_Es un mirar desde el corazón, desde adentro de nosotros mismos. Porque todos nosotros estamos volcados hacia los objetos para hacerlos poesía. Lo llevan a uno a mirar las cosas de otra manera. El poeta tiene un mirar total, de todos los ángulos, con unos ojos que miran lo más bonito que hay.

“Armar el pájaro su nido/ perlar la flor el rocío/ colmar el alma de dicha,/¡Eso es poesía!”, escribe.

_¿Y para qué sirve todo esto?

_Para transmitirlo, para alargar la vida nuestra, porque es tan lindo vivir, sacar lo más triste y quedarse con lo más llamativo, lo que puede llenar el corazón.

_Pero, a veces, escribir no implica también acampar en ese dolor, para ver si puede salir algo mejor, como parte de un proceso. Es decir, ¿o sólo usted escribe cuando está bien de ánimo?

_No, no, se escribe en todo momento. Y uno cuando está triste escribe triste. Pero la poesía también es irreal, porque hay sueños que no se cumplen o no se pone énfasis para que se cumplan.

_¿Cree que la palabra poética tiene el poder para crear sueños?

_Si señor, y para llevarlos a la realidad también.

_¿Qué sueños se le han cumplido con la poesía?

_Todos. Amigos, viajes, los hijos que salieron buena gente.

Nunca enumera sus premios en otras ciudades o el primer puesto en el concurso Jaquematepress. Al final de la nota, humildemente, pide que escriba poco sobre su historia.

_¿Considera que actualmente la poesía tiene un espacio en la sociedad?

_Sí, recién empieza a tomarse en cuenta. Porque antes quedaban herrumbrados por ahí los libros de los grandes poetas. Y de repente se empezó a tomar conciencia de lo que significa escribir poesía. Ahora admiramos a los poetas anteriores, han aflorado.

_¿Por qué esta toma de conciencia o revalorización ahora?

-Porque se desvalorizaron otras cosas. La televisión, en primer lugar, o algunas noticias nocivas para los chicos.

_Es decir, que para usted la poesía surge como una respuesta a esa violencia…

_Claro. Es una bonita respuesta para todas las cosas negativas. La cultura tiene que volver a ser real, no perniciosa como la que tenemos ahora.

_¿Por dónde pasa la raíz de nuestra cultura?

_Por la lectura de buenos libros. Enseñarles a las criaturas desde pequeñas a leer, para que se formen bien.

En 2011, Roberto Sabbatini fue el único participante local que recibió un mención en el “Concurso Nacional de Cuento y Ensayo”, organizado por el Gobierno de la provincia. Su obra “Anillos de humo”, entre 200 participantes, fue evaluada por las prestigiosas narradoras argentinas Angélica Gorodischer, Ana María Shua y Alicia Steimberg.

_Usted es un especialista en los finales, ¿le molesta que le anticipen el final de una obra?

_Sé que nunca la cuentan cómo es. Cada uno ve las cosas como quiere. No me molesta, miro el desarrollo. Con mis cuentos no sé, porque nunca he presenciado que alguien los cuente, aparte de la presentación cuando gané el concurso.

_En algunos de sus cuentos se nota la moraleja, pero en otros ¿qué busca insinuar?

_Hay mucha metafísica espiritual. En el fondo siempre quiero transmitir una enseñanza.

_Los portadores de la sabiduría son únicamente animales, extranjeros o extraterrestres, ¿por qué no el hombre de la ciudad?, ¿esto tiene que ver con su pasado rural?

_ (Ríe) En general muchos intelectuales cacarean con sus conocimientos pero no tienen sabiduría. Es sólo un juego de dimensiones.

_¿Se traba pensando la palabra justa?

_No, porque uso un lenguaje simple, para que lo entienda todo el mundo. Un léxico muy elaborado es una forma de presumir que se ha leído mucho.

_ ¿Cuánto ha cambiado su escritura desde que publicó “Anillos de humo” hasta hoy?

_No sé, no tengo idea. No me puse a valorar. Es que no estoy buscado lograr un efecto, sino algo que valga la pena, distinto e interesante.

Desde que abrió un diccionario durante su adolescencia, Mariano Pennisi quiso consagrarse a la literatura. Tuvo varios intentos en Capital Federal. A raíz de un concurso en 2013, San Luis Libro editará sus cuentos “Sobre un pan de amor escribí con miel”.

Durante el espacio, indispensable que defiende para crear, además de malabarear con personajes ficticios, Mariano inventa microhistorias sobre las personas que cruza por las calles puntanas. Es uno de los tantos juegos que impregna de arte la rutina. Y filosofa: “Todos tenemos esa habilidad, pero muchas personas deciden apagarla”.

Mariano añade que jamás esperaba una entrevista por obtener el premio. De nuevo convoca a sus padres con brillo en los ojos. Al intentar definir su estilo literario, titubea, encoje los hombros.

“Cada cierto tiempo, la delgada franja que separa al amor del odio se rompe, conjugando a éstos con un fin común, fusionándolos en pos de salvar un corazón de las pesadas cadenas de la mediocridad”, cierra el cuento “La muchacha de las esmeraldas”, a publicarse en San Luis Libro, y que Pennisi garabateó durante un fin de semana, en un rapto. Varias sombras sobrevuelan los reglones. Su primo Maximiliano lo ha estudiado: “Creo que hay dos elementos que definen el estilo literario de Mariano. Por un lado, en lo formal, es visible su gusto por un lenguaje barroco, expansivo, con una predilección por los arcaísmos y el vocablo culto. Por otra parte, me parece que casi todos sus textos reflejan una preocupación por los sentimientos propios del ser humano: el amor (el no correspondido sobre todo), la soledad, la alienación, la culpa, la fe, entre otros. Diría que su mayor influencia, al menos en los escritos de su primera época, son los cuentos de Edgar Allan Poe y de Lovecraft, y la vertiente gótica en general. Por supuesto, lo más importante, es la base autobiográfica que está detrás de muchos de sus relatos.”
En 2013, Daniel Salto obtuvo el tercer puesto en el concurso “San Luis te publica tu primer libro”, por el policial “El Cadáver de Mackenna”. Actualmente, a los 54 años, cursa el secundario junto a su mujer y escribe su quinta novela. Lo llaman el “poeta mecánico” y pone el acento en la fantasía, la ciencia y lo social.

“¿Ustedes quieren saber para quién escribo? Escribo para los que sueñan, ¡y me incluyo! Para los que dejaron de amar, para los que nunca amaron, para los que necesitan de ese amor, ¿Y saben por qué? Porque hay nuevos continentes esperando florecer de entre los mares cuando estos que tanto laceramos se sumerjan, cuando este globo cambie los polos y los glaciares congelen nuestras almas. Porque tal vez un día la luna se escape de la atracción terrestre, disfrazándose al espacio y al clima. Será un caos que arrasará todo sentimiento. Quizás una lluvia de rocas estelares nos envuelvan con nubes tóxicas que borrarán hasta los besos del subconsciente”, dice Daniel Salto en su texto titulado “Antes que florezcan los mares”, escrito hace 15 años.

Al autor se le nota la marca que deja el autodescubrimiento: párpados bajos, empujados por un brillo musical que sólo salta verde cuando hay eco en otra cara.

Basta con hacer silencio y tener paciencia para verlo. Salto, lentamente, desliza sus palabras hasta que lleguen al corazón de un asunto. Y aunque no es un lector riguroso, este escritor con aire a Paulo Coelho, y estudiante del Plan de Inclusión Educativa, va por su quinta novela.

Hay una manera de conversar, o gritar, ante un mundo implosivo, amenazante, enfermizo. El artista se esfuerza por torcer más lo insólito dentro de ese diálogo que responde a una afirmación.

“Para finalizar -continúa el fragmento- les digo: Escribo con la esperanza de que antes que esto suceda, el amor haya hecho estragos en el odio humano. En síntesis: escribo para el AMOR. Palabra con dos vocablos y dos consonantes que conjugan el verbo amar. Son sinónimo de todo y sus letras unidas tienen sustantivos propios y comunes, su antónimo es nada y el mejor adjetivo está en nosotros”.

_No tengo rutina. Escribo según lo que salga en el momento. Nunca tengo un final. A medida que voy escribiendo me van saliendo las cosas, no tengo una forma de escribir pautada. No sé lo que va a pasar en la página siguiente.

_¿Pero cómo sabe que lo que escribe le sirve para un libro?

_Porque escribo, sigo y sigo, y se me hacen novelas y ya voy por la quinta que se llama “Nébula”.

Después, Salto piensa mientras toma su mate rojo de Independiente y sostiene: “La literatura me dio aplausos y regocijo del alma, encontrar gente que se enamora de lo que escribo y me pide que siga escribiendo. Si algún día me da otra cosa, se la dejaré a mis hijos”.

Por su novela “(A) Normal”, Manuel Rossi ganó el concurso “San Luis te publica tu primer libro”, en la categoría menor de 18 años. Lo que empezó como un juego entre amigos, con el desafío de escribir 50.000 palabras en 30 días, desembocó en un thriller psicológico.

_¿Te molesta el lirismo?

_No, pero si vas a usar algo realista no podés decir las rosas son rojas, tenés que usar algo más terrestre y directo. Yo uso muchas malas palabras pero a mí me gustan. Como decía Fontanarrosa no hay malas palabras, depende de la intención con la que vos cargués. Si querés hacer un diálogo verosímil tenés que hablar como la gente. Cuando hay textos que hablan en español neutro se rompe mucho la ficción del libro.

_Sin embargo, también leés a autores liristas como Borges

_Es genial. A él no podés criticarle nada. Lo hace tan bien que no molesta. El problema es cuando sí molesta.

Además de misterio y sangre, en los textos de Manuel hay cierta comicidad fogueada por libros de Quino e Isaac Asimov para engranar un mensaje que escapa del tono encorsetado.

_¿Por qué creés que los jurados eligieron tu novela?

_Porque tiene un mensaje bastante fijo que se puede leer en las distintas partes: No hay quien sea anormal o normal. Depende mucho de la forma de vida de cada uno. Al final lo digo, los personajes parecen hablar pero soy yo el que está hablando.

Manuel asegura que empezó a escribir antes de leer en serio. “Siento que todavía es lo mismo porque no leo mucho. Una persona que sabe de literatura seguro se va a dar cuenta que lo que escribo es muy simple. Me falta cancha”, dice.

_Y sin haber leído mucho ganaste el concurso…

_¿Qué loco no? Para el concurso le puse mucho empeño. Tenía muchas esperanzas.

Afuera de las páginas, mientras contesta su primera entrevista, Manuel tamborilea los dedos como todo adolescente apresurado por aventurarse al mundo.

En 2014, Celeste Domínguez obtuvo el primer puesto en el concurso “San Luis Libro te publica tu primer libro” por la obra “El Planeta Inmóvil”. Domínguez (37) es diseñadora gráfica.

_¿Realmente los colores transmiten más que las palabras?

_Sí, totalmente. Una imagen transmite más que las palabras.

_Pero por algo usted escribe, si el color puede transmitir, ¿por qué buscar las palabras entonces?

_Hago visualizar al lector con el resto de las palabras que no son colores. Son siluetas, los personajes están insinuados y trato de pintar una escena.

_Estos vacíos en la página, ¿qué espacio ocupan en su vida?

_Vivo y sufro mucho el vacío. Creo que en algún momento lo he querido llenar con cosas, con actividades y demás. Porque el vacío y la soledad son como lo peor que tiene que resistir el ser humano cuando es consciente de eso, hablando existencialmente.

Pero aprendí a capitalizar a veces ese sufrimiento existencial. Como por ejemplo escribir “Arcadia” cuando estaba en un momento terrible de mi vida, porque vivía la muerte del amor como tal.

_¿Usted, en vez de artista, se define más como estoica ante el vacío?

_No sé, me parece que a mí el arte me hace estoica, fuerte. Que cuando te sentís muy humana tenés de qué agarrarte y decir ‘vale la pena vivir, no importan las angustias o las pérdidas’.

_¿Dónde se origina la poesía?

_En el sufrimiento, indefectiblemente.

_Si usted no hubiera sufrido ese desarraigo, ¿es probable que “Arcadia” no hubiese alumbrado?

_Creo que ningún poeta que no haya sufrido no hubiera sido poeta.

_¿Y la belleza?

_Nace del sufrimiento. Como en “Arcadia”, que siento que debe transmitir belleza sino mato a un lector.

_Polo Godoy Rojo hablaba de una ardida sed sin respuesta al momento de escribir, ¿usted siente esa sed cuando escribe?

_Siento más una pulsión innata. Hay algo que yo sé, pero no sé qué es, que va a salir escrito algún día.

_Con todo lo escrito, ¿cree que todavía no sale?

_Ojalá que nunca me dé cuenta si algún día salió porque, si no, ¿qué hago después? Ojalá que nunca lo pueda ver, que lo siga buscando aunque haya estado ahí (risas).

Viviana Bonfiglioli coordina el taller literario “Silenciosos Incurables” en el centro de la ciudad, al que asisten personas de diferentes edades y lecturas. Desde 2002 comparte, nutre e inspira. Abrir la puerta de su taller es dejar que los sentidos se llenen de magia y se aventuren. Allí, entre creativos ejercicios, cada escritor incipiente se abraza con su propia voz, quizás soterrada por compromisos y prisas. Viviana ha ganado varios concursos, ha sido jurado en certámenes literarios y uno de sus cuentos está en la obra “Cuyo en Letras”, editada en San Luis Libro. Bonfiglioli publicó la “Estrategia del humo” y pinta.

“Como si la vida pasara por otra calle, en una caravana que deja llegar sus sonidos, bocinas y algarabía. Mientras en esta calle oscura, un grillo acentuara otra noche deshabitada. Como si fuera más sencillo creer en los escenarios que se enarbolan cuando cerramos los ojos. Como si la vida fuera ese sueño que nos pasa por el cuerpo pero que la memoria rara vez atesora. Como si pudieran evitarlo, los Silenciosos sueñan”, presenta Viviana a sus alumnos en una ensoñadora revista que edita bimensualmente.

Jorge Sallenave describe el panorama literario actual. “San Luis ha tenido muy buenos escritores. Pero por motivos que ignoro no han sido muy difundidos”, sostiene quien admira el estilo y la pulcritud de Víctor Saá. Otra de sus preferencias es María Delia Gatica de Montiveros. “Es medio sacrílego de mi parte decir que algunas cosas de Antonio Esteban Agüero no me gustan. Como no me gusta todo Cervantes. No todo Dostoievski”, desgrana.

“Sallenave es un adherente al realismo a secas, un realismo clásico que no le impide, en muchas de sus obras, aventurarse a la ficción casi al borde del irrealismo”, lo describe el escritor Pedro Bazán. “Es por definición una persona curiosa, cuya pasión por la lectura es tan o más trascendente que la pasión que le profesa a la escritura. Obsesivo (demasiado diría yo) por la corrección, es capaz de escribir 700 páginas para “rescatar” 100. Cuando se agota de esas correcciones interminables decide publicar. Como lector me han sorprendido dos novelas por sobre el resto: ‘La Quinta’ -reimpresa dos veces- y ‘El Club de las Acacias’, donde está presente su talento por encima de todas las historias y un círculo que cierra perfecto, como anhelamos los que escribimos narrativa”.

Sallenave asegura que es lento para garabatear a mano. “Primero porque no soy un escritor al cual le surgen las cosas. Y, segundo, para que a uno lo lean como me leen a mí hay que tratar de ser absolutamente claro con la gente”.

“En el año 1998 -continúa Bazán- le llevé (con vergüenza y respeto) una serie de cuentos. Al día siguiente fue a buscarme a mi trabajo para decirme que yo tenía talento y que debía dedicarme a escribir. A la distancia, creo que alguna vez he honrado sus predicciones, la mayor parte del tiempo, no. En el año 1999 yo publiqué mi ópera prima ‘Trece segundos sin otoño’, que tuvo una linda y prolífica repercusión en San Luis. Lo que muy pocos saben es que Jorge Sallenave pagó de su bolsillo aquella edición, en un gesto que lo distingue del resto de los escritores y que para mí significa, hasta el día de hoy, mucho más que un padrinazgo literario. Se podrá perdonar entonces la emoción que me produce recordarlo.”

Luego de cada paréntesis asoma otro Sallenave, dividido, como todo artista, entre el cronómetro y la inmortalidad. “Salinger, Hemingway, Faulkner y otros excelentes novelistas me producen a mí una especie de complejo porque sé que nunca voy a poder escribir como ellos”, revela. ¿Y poesía? “Soy muy malo haciendo poemas. Un solo libro tengo que se llama ‘Irregulares e Ingenuos’”. Mientras suelta el humo del tabaco por arriba de su hombro resume: “Mi problema son las cosas que no conozco”.

Durante su juventud, la revista “Más allá”, donde escribía Albert Einstein, le “hacía fuegos artificiales”. El mismo brillo ahora escapa por los ojos del escritor cuando dice que desea tener un diccionario, lujoso, de 123 volúmenes. “Abrí cualquier tomo y vas a ver cómo te quedás enganchado hasta la médula, porque las cosas más simples tiene toda una historia”, comparte.

_¿Por qué siempre quiso ser escritor?

_Va a sonar mística la respuesta pero así estaba destinado. No tengo otra explicación. Alguien decidió que me iba a gustar escribir. Y así fue.

_¿Qué espera crear con su escritura en el futuro?

_Voy a seguir escribiendo, pero no crear, voy a seguir entreteniendo a la gente contando historias.

Con qué entra en vecindad la literatura puntana actual, quizás esta puede ser la pregunta para iniciar una, afortunadamente interminable, reflexión sobre la Puntanidad.

La propia ciudad se vuelve literatura mientras circula por la modernidad basada en códigos y contraseñas. Aunque hay intentos por fundar otras orillas, resistir entre las fisuras y tender puentes, cada letra publicada porta ese espacio común, ambiguo o fragmentado, pero en la comunidad. Pensarlo desde adentro es liberar. Así, los textos urbanizan. Son lances tanto para viajantes como para nativos. Y la ciudad se ficcionaliza, incluso, a contrapelo de la tecnología.

Un escritor es porque insiste. En todos los entrevistados se notó el mismo brillo orgulloso: haberse rendido ante una de las vocaciones menos redituables con tal de soñar.

Nota: Matías Gómez.

Fotos: Archivo ANSL.

Corrección: Berenice Tello.

Contenidista: Emilce Martínez.


Agencia de Noticias San Luis

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