Literatura puntana
“Solo los optimistas lucharon cuando la provincia apenas era una mera referencia en el mapa”
A punto de publicar “Historias de San Luis: de gentes y leyendas”, mediante San Luis Libro, a los 70 años, Jorge Osvaldo Sallenave desgrana la esencia de la puntanidad.
Mira por la ventana resplandeciente del hotel. Levanta la barbilla setentona. En suspenso, ha dejado el final de un cuento, con los otros cuatro también hará lo mismo, mientras el pulso tembloroso le lleve cigarrillos hasta su sonrisa triunfal. “El tiempo real es una sucesión de gesticulaciones cualitativas”, podría resumir esta escena matutina una frase de Leopoldo Marechal, en “El banquete de Severo Arcángelo”, el libro que Jorge Sallenave saborea tanto como las historias de puntanos anónimos o inmortales. Y hay resonancia en el aire. Porque el escritor, que publicó más de 20 obras, que demoró 20 años en alumbrar “El Club de las Acacias”, y que destruyó las 700 hojas de “Ausente con presunción de fallecimiento”, pausa a pausa, ceremonioso, pliega el velo de los personajes, basados en la realidad, que estarán dentro su nueva trama, editada mediante San Luis Libro.
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Un día después de la semana de la puntanidad, el 26, a las 19:00, en la Casa de Las Culturas, “más que alegre” por el logro, Sallenave publicará “Historias de San Luis: de gentes y leyendas”,relatos inspirados en mitos, leyendas, autobiografías y villas deportivas de San Luis.
“La hendija”, el primer título, sucede en Virorco, cerca del Río de Las Águilas. “Cuando usted llega al filo de la montaña se abre un mundo desconocido”, le advierte un casero rural a un visitante acerca del portal que funciona desde la medianoche. “Ahí ponemos puntos suspensivos”, frena Sallenave para pasar a la siguiente ficción: “El aprendiz”. Una curandera, que vive en un rancho de la ruta del Peregrino, camino a La Carolina, le anuncia a un joven que en poco tiempo dirigirá una farmacia porque la dueña fallecerá. “Esa es la explicación, hasta ahí llegamos”, susurra, entre el humo del cigarro, con un guiño Sallenave.
“Vecinos de cuadra”, es el tercer episodio. El narrador anuncia que cada manzana debe tener un escritor para contar la historia de sus lindantes. “Como soy yo el que escribo, me transformo en dictador y establezco que en 30 años voy a hablar de los vecinos”, dice Sallenave, para enmascarar más a su alter ego. Escueto también explica que hay párrafos referidos a “Tiendas Los Dos” y al comercio de Rosendo Hernández, donde “prácticamente regalaba” motos y rastrojeros.
Luego, en “Años de vacas gordas”, Sallenave retrocede cinco décadas, hasta las doradas temporadas del Club Gimnasia y Esgrima. “Tenían dirigentes que vivían en la institución. 6700 socios y siete profesores de distintas aéreas deportivas”, explica.
El último cuento honra al primer puntano ganador del lanzamiento nacional de disco: Francisco, padre del escritor. “El campeón”, lo tituló Jorge Osvaldo.
Puntanidad y Sanluisismo
Hace 15 años, Jesús Liberato Tobares, en su libro “La puntanidad”, detalló el perfil del puntano histórico: Amor a la tierra, religiosidad profunda, vocación docente, hospitalidad y sentido de libertad. Si bien Sallenave encuadra sus cuentos entre la década del 50’ y el 60’ algunas de esas características, -ficcionalizadas, pero tomadas de hechos históricos- permanecen. “En general, durante la época que yo toco, el puntano era un tipo muy solidario, quizás demasiado tímido en algunas cosas. Respetuoso por demás, confiado, y desinteresado”, describe el escritor, acerca de lo que considera “la esencia del puntano”. “Además, en gran medida, es un tipo culto. Busca siempre tener conocimientos”.
Varias de las novelas de Sallenave se gestaron antes como investigaciones, arqueologías en el pasado amasado por El Chorrillero. “San Luis era una de las provincias menos pobladas del país. Un grupo de personas la mantuvo para que hoy la tengamos nosotros y fueron dejando huellas. Eran de muy buena madera. La madera como símbolo de lo útil, de lo incansable de su proyección futura. Esa gente fue forjando el carácter nuestro”.
El escritor además señala que hubo un giro de 360º cuando, por diversas acciones políticas, San Luis dejó de considerarse como un lugar de paso, para convertirse en un destino. “El entorno tenía mucho que ver, los criollos también. Habían sido personas sumamente pacíficas, pese a que los españoles les hicieron mucho daño. Y los inmigrantes, especialmente italianos y españoles, eran hombres de mucho trabajo, sin gran futuro, porque habían elegido una de las provincias más pobres que existían en el país, allá por el 1900.”
A los 18 años, mientras estudiaba Abogacía en Capital Federal, Sallenave escribía historietas policiales. Pronto, transmitió en las radios Municipal de Buenos Aires, Rivadavia, Excelsor y El Mundo. También puso la pluma en Primera Plana, La Hipotenusa y para importantes editoriales. Fue guionista de programas televisivos y de Columba, el sello más grande historietas. De columnista ofició también. Incluso, junto a la bohemia cultural porteña, debatió en el subsuelo del Teatro Colón. Compañero radial del puntano Eduardo Belgrano Rawson, Sallenave conoció a Borges, Leopoldo Marechal, Ernesto Sábato, Les Luthiers, Geraldine Chaplin y al español premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, de quien por presentarlo como simple aprendió en seseo: “¿Yo soy estúpido? Porque simpleza es estupidez”.
– Según su trayectoria, principalmente en las historietas y, por ejemplo, con “Pensión Virgen Negra”, donde emplea el género picaresco, ¿en qué consiste el humor de San Luis? ¿de qué se ríe un puntano?
– No somos un pueblo muy alegre. El puntano adora mucho la tonada, que es hermosa. Hay dos cosas que deberíamos mejorar. Una es poder reírse como hace el cordobés o el brasilero. Deberíamos tratar de darle una sonrisa a la vida. Y la otra cosa, que debe estar unida a la timidez que deberíamos trabajar, es con la solemnidad. Y eso quizás lo frene al puntano para reírse de sí mismo.
Aunque el autor sentencia: “Solo los optimistas pudieron seguir luchando cuando la provincia apenas era una mera referencia en el mapa.”
Literatura puntana
“San Luis ha tenido muy buenos escritores. Pero por motivos que ignoro no han sido muy difundidos”, sostiene Sallenave, que admira el estilo y la pulcritud de Víctor Saá. Otra de sus preferencias es María Delia Gatica de Montiveros. “Es medio sacrílego de mi parte decir que algunas cosas de Antonio Esteban Agüero no me gustan. Como no me gusta todo Cervantes. No todo Dostoievski”.
El escritor de los puntanos
“Sallenave es un adherente al realismo a secas, un realismo clásico que no le impide, en muchas de sus obras, aventurarse a la ficción casi al borde del irrealismo”, lo describe el escritor Pedro Bazán. “Es por definición una persona curiosa, cuya pasión por la lectura es tan o más trascendente que la pasión que le profesa a la escritura. Obsesivo (demasiado diría yo) por la corrección, es capaz de escribir 700 páginas para “rescatar” 100. Cuando se agota de esas correcciones interminables decide publicar. Como lector me han sorprendido dos novelas por sobre el resto: La Quinta -reimpresa dos veces- y El Club de las Acacias, donde está presente su talento por encima de todas las historias y un círculo que cierra perfecto, como anhelamos los que escribimos narrativa”.
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Sallenave asegura que es lento para garabatear a mano. “Primero porque no soy un escritor al cual le surgen las cosas. Y, segundo, para que a uno lo lean como me leen a mí hay que tratar de ser absolutamente claro con la gente”.
“En el año 1998- continúa Bazán- le llevé (con vergüenza y respeto) una serie de cuentos. Al día siguiente fue a buscarme a mi trabajo para decirme que yo tenía talento y que debía dedicarme a escribir. A la distancia, creo que alguna vez he honrado sus predicciones, la mayor parte del tiempo, no. En el año 1999 yo publiqué mi ópera prima “Trece segundos sin otoño”, que tuvo una linda y prolífica repercusión en San Luis. Lo que muy pocos saben es que Jorge Sallenave pagó de su bolsillo aquella edición, en un gesto que lo distingue del resto de los escritores y que para mí significa, hasta el día de hoy, mucho más que un padrinazgo literario. Se podrá perdonar entonces la emoción que me produce recordarlo.”
Luego de cada paréntesis asoma otro Sallenave, dividido, como todo artista, entre el cronómetro y la inmortalidad. “Salinger, Hemingway, Faulkner, y otros excelentes novelistas me producen a mí una especie de complejo porque sé que nunca voy a poder escribir como ellos”, revela. ¿Y poesía? “Soy muy malo haciendo poemas. Un solo libro tengo que se llama Irregulares e Ingenuos”. Mientras suelta el humo del tabaco por arriba de su hombro resume: “Mi problema son las cosas que no conozco”.
Durante su juventud, la revista “Más allá”, donde escribía Albert Einstein, le “hacía fuegos artificiales”. El mismo brillo ahora escapa por los ojos del escritor cuando dice que desea tener un diccionario, lujoso, de 123 volúmenes. “Abrí cualquier tomo y vas a ver cómo te quedás enganchado hasta la médula, porque las cosas más simples tiene toda una historia”, comparte.
– ¿Por qué siempre quiso ser escritor?
– Va a sonar mística la respuesta pero así estaba destinado. No tengo otra explicación. Alguien decidió que me iba a gustar escribir. Y así fue.
– ¿Qué espera crear con su escritura en el futuro?
– Voy a seguir escribiendo, pero no crear, voy a seguir entreteniendo a la gente contando historias.
Nota: Matías Gómez
Fotos: Marcelo Lacerda
Video: Sergio Nieto