Las máquinas de vapor que se deslizaban por los caminos de hierro
Carguero, frutero o de pasajeros todavía quedan las marcas en la memoria de varias generaciones que crecieron con el tren, vivieron a la vera de la vías, o simplemente tienen el recuerdo de haberlo visto pasar.
La línea férrea llegó primero a Villa Mercedes en el año 1875, en un primer tramo se pensó unir a Villa María, Rio IV con Villa Mercedes. Así se originó el ferrocarril Andino. Siete años después el tren pasa por primera vez por la Ciudad de San Luis. En 1885 las vías se extienden hasta Mendoza y San Juan. Con esto quedan unidas las tres provincias de cuyo con la Ciudad de Rosario, a través del empalme de Villa María. El objetivo era unir Buenos Aires con Mendoza.
Durante de la presidencia de Miguel Ángel Juárez Celman, las máquinas se privatizan. En 1887 el ferrocarril cambió su nombre por Gran Oeste Argentino.
La primera estación de trenes que tuvo la ciudad estaba ubicada en Ejército de Los Andes, frente a la ex Terminal de ómnibus, predio que hoy ocupa la Universidad Nacional de San Luis. El 15 de marzo de 1907 se inauguró el nuevo edificio: Ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, que se asentó en Lafinur y Avenida Illia. Conformada por columnas de hierro que la sostenían, su diseño se desprendía de la arquitectura utilitaria que los británicos impusieron en: naves de fábricas y mercados de todo el mundo.
“Llegamos al barrio en 1954 eran pocos los vecinos, tres o cuatro. Me acuerdo que pasaba el tren de pasajeros y los de carga”, recuerda Beatriz, quien hoy tiene 58 años, toda su vida vivió en el barrio Pueblo Nuevo, a solo una calle, de lo que fueron las vías del Ferrocarril General San Martín.
Gabriela tiene 31 años, ella al igual que Beatriz también se crió en el barrio, cuyas casas se encuentra a 15 cuadras del centro y cerca de las cuatro avenidas. “En realidad cuando pasaba el tren yo era bastante chica. Habré tenido 5 o 6 años. Transitaba por las vías y lo que separaba mi casa de las vías era un callejón y dos casas. Nosotros escuchábamos el sonido característico de la bocina, salíamos corriendo hasta la esquina cruzábamos y como suelen hacer los niños, a veces saludábamos alguna persona que fuera en el tren”.
Con un silbato se anunciaba la llegada de la máquina. A cada paso marcado por las cruces de San Andrés, las barreras se bajaban para darle paso al tren, que se deslizaba por el camino de hierro. Niños, hombres y mujeres salían a su encuentro. Algunos con pañuelos en alto, ofrecían un ritual de bienvenida a los pasajeros que se asomaban por las ventanillas.
El 17 de enero de 1946 uno de esos pasajeros fue Juan Domingo Perón, quien arribó a San Luis junto a su esposa Eva Duarte. En ese entonces el general daba sus primeros pasos como Presidente. “No voy a olvidar aquel día. El día que por estas vías pasaron Perón y Evita, desde los vagones repartían juguetes y ropa”, dice Odelia Giménez. Odelia hoy tiene 81 años. Es una mujer inquieta, a cada segundo ofrece un mate y se acomoda de manera imperceptible con las manos el pelo, un bastión que aún sobrevive al paso del tiempo, mientras trata de hilar sus memorias fijando sus grandes ojos verdes, en un punto fijo de la pared.
Hermela Gil de Páez, Memé, como le gusta que la llamen, nació en Santa Victoria, un pueblito de Córdoba. Desde muy chica supo lo que era viajar junto a su familia por trabajo. En 1942 su padre, Esteban Gil de Olmos llegó a San Luis, su ciudad natal. Ocupó el cargo de jefe de la Estación del Ferrocarril. Memé tenía solo 11 años cuando pisó suelo puntano. “Había que apurarse, en ese entonces, porque el tren no esperaba a nadie”.
Un par de fotos en la chimenea algunas en blanco y negro y otras en color muestran como en una línea de tiempo imaginaria la historia. Una vida marcada por la política y las aulas. Mientras busca recortes de un diario, Memé comenta que Perón y Evita recorrieron estas vías. “Había sido el terremoto de San Juan, ellos vinieron a colaborar traían alimento, ropa, entre otras cosas. Fue la primera vez que pasaron en tren por acá-, relata Memè-. No encuentro el artículo que decía: San Luis también recibió al líder del peronismo”.
“En ese tiempo formar parte del peronismo era como ser oveja negra. Nos decían ¡mirá las chicas son peronistas!”, recuerda Memé, un silencio invade la sala y con voz suave retoma la charla, con una idea que busca inmortalizar un legado: “Hay que mantener viva la llama del Peronismo”.
Las vías se extendieron más allá de las calles de tierras, que luego vieron sus pisos revestidos de asfalto. El progreso había llegado. Cada vez más autos circulaban por las calles, por eso fue preciso colocar semáforos que ordenaran el tránsito en cada una de las esquinas. Todo comenzó a tomar ritmo, los edificios alzaban sus brazos al cielo, el ruido, las bocinas. El país vivió transformaciones profundas, que marcaron su paso. Las máquinas de vapor no fueron ajenas. En 1948 en plena Década del `40 pasan a manos del estado. Fue durante la primera presidencia de Perón. Reaparece así el tren de pasajeros: El Cuyano, El Zonda y El Internacional. La línea se llamó Ferrocarril General San Martín.
“El tren de pasajeros recuerdo pasaba uno a las 11.30 y otro a la tarde, ese venía de Mendoza con destino a Buenos Aires”, dice Beatriz.
El carguero, también conocido como frigorífico o frutero. Corría por las vías con sus vagones repletos con frutas de Mendoza a Buenos Aires, otros iban cargados con sal, leña, arena, ripio y jaulas con vacas.
“Lo que más recuerdo es el carguero, que a veces uno no sabía qué era lo que lleva. Pero si veías, esos vagones que eran cerrados, metálicos con algún tipo de carga adentro. Y ese, según lo que yo recuerdo, es el que transitaba con más frecuencia que el tren de pasajeros”, dice Gabriela.
Después, a medida que fue pasando el tiempo y creciendo la Ciudad, las máquinas de vapor fueron desapareciendo. El último tren en San Luis dejó de pasar a hace 21 años.
La llegada de los 90` marcó el fortalecimiento de las políticas neoliberales. Se produjo el cese masivo del servicio ferroviario en casi todo el país y la privatización de lo trenes. En mayo de 1993, en plena presidencia de Carlos Saúl Menem, el estado comenzó a rematar las máquinas. Acción que enterró a los servicios de pasajeros y carga en varias regiones del país.
Fue una muerte lenta. Parte de su cuerpo, sus vías, quedaron extendidas oxidándose por varios años, solo los matorrales adornaban su paso.
Algunos esqueletos de lo que fueron en otros tiempos las máquinas de vapor, quedaron enclaustradas en las plazas. Con la esperanza de que alguien los recuerde y que la imagen devuelva un poco de aquella nostalgia.
“Yo recuerdo que en un tiempo esta zona (Sucre hasta Sarmiento) cuando pasaba el tren era un carril de una sola mano, que iba de este a oeste. Teníamos el cruce en calle Sucre, es decir la cruz de San Andrés. Y en ese tiempo el costado de las vías permanecía limpio, abierto y los pastos estaban cortos. A medida que dejó de pasar el tren esa zona se abandonó de a poco y los yuyos crecieron considerablemente. La gente empezó a sacar los durmientes y las autoridades ferroviarias correspondientes, también dejaron de cuidar todo ese espacio, es decir, los yuyos estaban muy altos. En las temporadas que había lluvias esa vegetación crecía y se convertía en una maleza muy alta. Para los vecinos no dejaba de ser un lugar que podía representar algún tipo de peligro, porque al haber malezas tan altas, había personas que aprovechaban para arrojar basuras, escombros y restos de animales muertos. También cabía la posibilidad de que alguien se escondiera en ese lugar. No era un lugar donde los niños pudieran arrimarse, siempre se trataba que estuvieran lejos de la zona de las vías”, recuerda Gabriela, su casa se encuentra a solo tres cuadras de ese cruce de calles.
En algún momento un grupo de vecinos hicieron una presentación por que les interesaba que esa zona se convirtiera en un espacio verde para los chicos, de hecho unos años atrás, los vecinos que viven de Sarmiento para el otro lado, o sea hacia el oeste, llegando hasta la calle Yapeyú. Hicieron de toda esa zona un espacio de recreación pusieron juegos, cortaron los pastos, instalaron los arcos para construir canchas.
“Los chicos se cruzaban y tenían un lugar seguro donde poder jugar a la pelota, los padres podían ver desde el frente de sus casas, que los niños estaban ahí. Dejó de ser un foco de basura, de infección, de suciedad. Y en algún momento cuando se gestó ese proyecto los vecinos de este lado- refiriéndose a la calle Sucre- dijeron: bueno acá también se podría hacer algo por el estilo. Pero eso exigía que los vecinos se pusieran de acuerdo. El proyecto nunca prosperó”, comenta Gabriela, quién fue testigo de todo ese proceso: el paso del tren, las vías abandonadas y la construcción de la Avenida Eva Perón.
El Corredor Vial (hoy bautizado con el nombre de la Avenida Eva Perón) se puso en marcha el 8 de febrero del 2011. Sobre Avenida Ejercito de los Andes y Sucre se desarrolló el acto, el clima de verano acompañó a los vecinos, que vieron la gestación de la autovía que atraviesa la ciudad.
Siete meses después, de colocar los cimientos de la obra. El 30 de septiembre del 2011 se inauguró la zona de intersección de Junín y Europa hasta la Rotonda del Puente Negro. Fueron 1,5 kilómetros.
“Yo fui al acto de presentación del corredor, éramos unos cuantos los vecinos que nos reunimos ese día. A mí me gusta ahora con la Avenida. Se ve más lindo el lugar, más moderno”, expresa Beatriz con una sonrisa que le traspasa toda la cara.
El 19 de febrero del 2013 se completó el tramo que comprende las calles Riobamba y España. Abarca unos 4.14 kilómetros, es decir 40 cuadras.
La punta del ovillo de la Avenida Eva Perón comenzó hace dos años. Hoy está dando sus últimos pasos. Que se traducen en tan solo tres kilómetros, que van desde la calle Riobamba hasta Terrazas del Portezuelo. Si uno atraviesa el camino rumbo al este se topa con el Puente Blanco. Un puente, que no solo resistió a un camión, que arrancó de raíz su techo, sino que también, a los vestigios del tiempo, esos que no dan tregua.
Hoy su fondo es atravesado por el corredor vial. Lo saben los obreros, que trabajan día tras día forjando esa parte del camino, un puñado de máquinas golpean con fuerza el suelo. Convirtiéndose en una especie de lámparas mágicas, que transforman la tierra en un asfalto donde todo se desliza.
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