IX JORNADAS DE HISTORIA

Ramón Cabral, el cacique platero


La profesora de Historia, Adriana Annecchini, presenta a uno de los líderes de la cultura ranquel que vivió en Anchorena y donde estima todavía podrían permanecer enterradas algunas preciadas artesanías.

La profesora de Historia Adriana Annecchini disertó en las novenas Jornadas de Historia realizadas en Merlo.
La profesora de Historia Adriana Annecchini disertó en las novenas Jornadas de Historia realizadas en Merlo.
La profesora de Historia Adriana Annecchini disertó en las novenas Jornadas de Historia realizadas en Merlo.

“Ramón Cabral, en 1865, heredó de su padre el gobierno de las tribus de Carrilobo, (tres leguas al norte de Leuvucó), en las cercanías de lo que hoy es Anchorena. Su estirpe pertenece a uno de los principales linajes ranqueles, se la conocía como los ‘nahuel’ (tigre), o también se los identificaba como rancülches del norte. Fue contemporáneo a Mariano Rosas (Panguitruz Gnerr), del linaje de los zorros, jefe de la Confederación ranquel, con centro en Leuvucó, quien asumió esta jefatura, como lanza mayor de todas las tribus, en 1858, dos años después de haberse fundado el Fuerte Constitucional, sobre el que luego se fundará la ciudad de Villa Mercedes”, explica la profesora de Historia, Adriana Annecchini, quien agrega que a Rosas lo seguían en jerarquía: Mari-Có Gualá, conocido como Baigorrita, y Nahuel, conocido como Ramón Platero, el primer jefe de las tribus de Poitahué y el segundo con sus tribus en Carrilobo. Estos fueron los jefes que lo asesoraron y que firmaron junto a él, el Tratado de Paz con el Gobierno nacional, representado por el coronel Mansilla.

La profesora nació en Anchorena y fue directora del colegio secundario de Arizona. Pronto, San Luis Libro editará su obra titulada “Historias de Anchorena”. La investigación comenzó en 2012 y calcula que más de 3 mil personas vivían en aquellas tolderías, caracterizadas por su limpieza, ya que estaban construidas con barro cocido, techos de cuero de potro cosidos con tientos de avestruz y en el frente tenían una enramada de chala y paja. Los toldos contenían también camas de cuero de ovejas y, alrededor, aparte de maíz, zapallos y sandías, sembraban quinua, por su resistencia a las altas o bajas temperaturas. “Llamó la atención de los blancos el arado que utilizaban, fabricado exclusivamente de madera, el timón lo hacían de algarrobo y la cabeza, que se introducía en la tierra, de chañar tostado al fuego y engrasado, lo que lo hacía duro. Cerca de los toldos tenían numerosos corrales cercados con palos, para la cría de vacas, yeguas, caballos y ovejas que formaban el grueso de los rebaños, en menor cantidad: cerdos, chivas y aves de corral. No se puede dejar de mencionar junto a estos la gran cantidad de perros. El cuidado de los animales generalmente estaba a cargo de los niños y las mujeres. Cabral fue un importante hacendado, se dio el lujo de clasificar su ganado por el color del pelo”, cuenta la historiadora que impulsa además un proyecto para que Anchorena tenga un museo audiovisual.

El cacique platero

Annecchini señala que cuando el coronel Lucio V. Mansilla pasó hacia Leuvucó, en el año 1870, ubicó las tolderías de Ramón entre la laguna La Verde y  los montes de Aillancó, que corresponden aproximadamente a la zona que hoy ocupa  Anchorena. A Cabral lo describió así: “(…) Es alto, fornido, tiene ojos pardos, cabello algo rubio, ancha la frente y habla muy ligero, (…) era un hombre perfectamente aseado, viste como un paisano rico, inteligente, despierto y activo en la República (…)  es un cacique respetado y seguido por su gente, al ser hijo de cristiana no mostraba mayor hostilidad hacia los blancos, tiene muchos en sus tolderías y alrededor de éstas.(…) Era bravo en la pelea, diestro en todos los ejercicios ecuestres, entendido en todo género de tareas rurales (…)”.

Pero no sólo la radical presencia y las costumbres del cacique cautivaban. “Llamó la atención en el medio desierto, la fragua de su platería, organizada dentro de un galpón de madera y paja, realizada con la panza seca de una vaca, cuyos picos estaban hechos con el caño de una carabina recortada, el yunque de hierro apoyado sobre una mesa de madera, todo realizado e ideado por Ramón. Fundía la plata, la purificaba en el crisol, la ligaba, la batía a martillo dándole la forma que quería y la cincelaba. Aquí se fabricaban todos los objetos de plata imaginados: pectorales, estribos, espuelas, rastras, pulseras, prendedores, sortijas, yesqueros, entre otros. Es muy probable que haya todavía parte de estas piezas enterradas, ya que los enterratorios están a más de tres metros de profundidad. Contaban antiguos pobladores de Anchorena, que hasta llegaba a emborrachar a algunos indios que vivían en el pueblo para sacarles información del lugar donde habían enterrado la plata, pero nunca lograron descubrirlo”, apunta la historiadora, quien expuso más detalles de la vida del cacique durante las IX Jornadas de Historia, realizadas el viernes y sábado pasado, en Merlo.

Respecto a las joyas enterradas, la profesora, en base a testimonios del lugar, confirma que algunos nietos de pobladores heredaron orfebrería labrada por Cabral.

Por la Conquista del Desierto, según describe Annecchini, el líder será desterrado y trasladado hasta La Pampa donde morirá el 1º de mayo de 1890.

Entre las pinceladas que rescata con su investigación, la historiadora cuenta que el cacique tuvo varias esposas, entre ellas, se dice que su preferida era Fermina Zárate, una cristiana; otra faz curiosa recolectada sostiene que los lunarcitos negros eran el adorno favorito de las mujeres ranqueles, quienes utilizaban una especie de barro de color plomizo, bastante compacto como para cortarlo en panes o en forma de bollos, y secarlos al sol. Se sacaba de orillas de algunas lagunas.

Acerca de la orfebrería, Annecchini afirma que para los ranqueles significaba admiración y respeto. “Los diseños no tenían que ver con la estética, no eran simples adornos, sino representaciones simbólicas, relacionadas con su cosmovisión, creían que liberaban al que las usaban de espíritus o personajes malignos, o por ejemplo, la vincha que usaban en su cabeza servía para mantener sus ideas, en los adornos que lucían en el pecho se observa una figura que marca la dinastía a la que pertenecen, en el caso estudiado un nahuel o jaguar”, asegura.

Nota: Matías Gómez.

Foto: Gentileza.

Corrección: Berenice Tello.


Agencia de Noticias San Luis

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