Regreso a las Islas
El combatiente audaz
Néstor Laveglia (56) estuvo como casco azul en Croacia. Por enamorarse de la mujer de un mayor retirado le quitaron el rango de sargento. En Malvinas, fue el único soldado que, luego de la rendición, siguió escondiendo el arma en un transatlántico británico. Este jueves retorna junto a 19 veteranos de San Luis.
Al puntano adoptivo Laveglia casi lo borran de todos los mapas. El 13 de junio del ‘82, cuando los ingleses capturaban las armas de 45 argentinos que les dispararon durante 80 nieblas, el cabo primero Laveglia, de 22 años, escondió su pistola nueve milímetros cargada en la entrepierna, sin decirle a sus compañeros. La llevó oculta a bordo del transatlántico británico Norland y, segundos antes de que lo desnudaran para la supervisión, fingió estar descompuesto para dejarla en un contenedor hasta el desembarco en Puerto Madryn. Allí la tomó y enarboló como un trofeo. Habían perdido, pero él aún daba combate.
Ya sobre el continente, Néstor recuerda: “Me mandan a llamar, entonces yo pensé, bueno, voy a quedar en el libro histórico de la unidad. Pues no fue así, me pusieron 15 días de arresto por haber atentado contra mi vida.”
Hasta hace poco Laveglia creía que nadie había visto su hazaña. Lo sorprendió el ex combatiente Sergio Italo Dell´Orsi, con el libro “De Deán Funes a las Malvinas”. “A pesar de las requisas que nos iban realizando mientras nos iban llevando a niveles más abajo alguien sin mucho trabajo un arma estaba pasando”, comienza el poema atesorado por ambos amigos veteranos.
45 almas pelearon en Malvinas bajo las órdenes de Laveglia y comieron butardas para sobrevivir. Néstor se recibió de albañil en el fango malvinense. “Cavábamos nuestros propios pozos. Eran del ancho de los hombros y del largo de las piernas. Le hacíamos unos huequitos donde poníamos los cargadores o el botiquín. Allá, a los 50 cm salía el agua, así que vivíamos sacándola con un jarrito de aluminio”.
“Cuando partí a Malvinas me despidió una banda militar y el pueblo de Comodoro Rivadavia. Cuando regresé me trajeron oculto, en silencio y nos hicieron responsables de haber perdido una guerra”, apunta. Además se trajo principio de congelamiento en su pierna derecha.
La segunda guerra
En otoño del ‘93 lo enviaron a Croacia como casco azul del tercer batallón del Ejército Argentino. Unido a un puñado de suboficiales, llevó la paz a Krajinas, uno de los puntos neurálgicos del conflicto, desarmó milicias serbias, y ocupó la zona con tropas nigerianas a orillas de río Sava. En seis meses allá, Néstor vio por las calles a niños con K47, lásers rojos de francotiradores rastrillando entre los escombros y paredes de hospitales manchadas de sangre. Dos meses antes de partir apareció Yako: un croata rubio de ocho años. Ni bien salía de la escuela, el niño corría al edificio de control de la Organización de Naciones Unidas donde vigilaba Laveglia. Él le daba de comer y le enseñaba castellano.
Yako le contaba que su baka (abuela) había muerto y que su kucha (casa) estaba destruida. Vivía con su hermano de 16 años, quien se alistó en el regimiento local. Quedaron huérfanos. Por la noche, Néstor y una patrulla llevaban a Yako hasta su casa en ruinas. “No estaba permitido que lo acompañáramos, pero los vecinos nos conocían”, asegura. “Los croatas limpiaban con todo lo que encontraban, pero los serbios cuando se retiraban también repartían balas por todos lados”, describe Néstor. “El momento más triste de mi vida fue la despedida de Yako”, hace una pausa. “No quería verlo para no herirlo”, cuenta con los ojos vidriosos. “Le dije: ‘Yako, Néstor, Argentina’. Se agarró la cabeza con las dos manos y se puso a llorar mientras me decía ‘¡Oh Néstor!, Yako, ¿qué va a ser de Yako?”. Le dejó un papelito con la dirección, escrita por él. “Una vez mandé una carta, pero nunca me contestaron. Cada tanto me pregunto si estará vivo o si se habrá convertido en un sanguinario más. Hay muchos horrores que quiero borrar de mi cabeza, pero en la profundidad todavía veo sus ojitos verdes”.
El amor prohibido
La mujer de Laveglia, María Inés Mullhall, lo encontró por primera vez en el medio de una calle, congelado frente al capot azul. “Casi me atropella con su Renault 12”, dice el veterano sonriente. “Esta rubia me está matando, pensé”. Luego, en circunstancias más pacíficas, se conocieron a través de un amigo en una empresa de seguridad, apenas asomaba 1992 por Comodoro Rivadavia. Ella fue a visitarlo a Croacia. Él la quería – y quiere, dice- más que a su propio honor.
Al regresar de la guerra, en el Regimiento le exigieron que abandone a María Inés, ex esposa de un mayor retirado. El Código de Justicia Militar impedía el casamiento entre militares de distinto rango. Néstor, enamorado, persistió hasta casarse en España, donde además trabajó en una compañía de energía renovable.
“Un soldado no muere en el campo de combate, muere en el olvido de su pueblo”
“Siempre he dicho que un soldado no muere en el campo de combate, muere en el olvido de su pueblo. 32 años de niebla sobre mi historia. Hoy afortunadamente el Gobierno de San Luis, el gobernador Claudio Poggi, me da la posibilidad de abrir esa puerta que hace 32 años cerré”, sostiene.
Laveglia nació en San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires. Es albañil, pintor y ex vendedor de huertas solares. Porta canas que delatan 56 abriles y, junto a María Inés, sanluiseña, ama de casa, tres años menor que él, son padres de Santiago y Nicolás.
En el patio flamea una bandera nacional. Néstor levantó cada uno de los ladrillos de su hogar durante tres años. Afuera, el nombre de la calle que eligió él mismo, con el lugar que cambió su vida: Islas Malvinas.
_ Hace dos años atrás, mientras construía solo su casa en El Volcán, con el sueldo de pensionado, decía que muchas noches andaba boyando por la casa, ¿este viaje que cambiará?
_ Sigo mirando la noche y sigo buscando algo más allá de lo que ustedes pueden ver. Cuando ustedes duermen yo transito el silencio. Ese silencio que te trae a tu cabeza compañeros, tumbas blancas, gritos, llantos, un poco de alegría, en una guerra hay un poco de alegría.
Sigo igual. A lo mejor ahora pueda trazar una línea divisoria entre Néstor Oscar Laveglia de 1982 y Néstor Oscar Laveglia del 6 de abril de 2014. A lo mejor esta línea blanca me va a dar una paz interior.
En Malvinas, el ex combatiente lideró sobre el punto Howard. Cuando rememora aquel glacial pedazo de tierra dice que no sabe si la emoción o la adrenalina pura comienzan a florecer. 32 años golpean otra vez. Y arrastran pólvora.
_ ¿Tiene la oportunidad de volver a esa zona?
_ Ya sé lo que es una guerra. Quiero revivir el episodio del reencuentro. Y servir de alguna manera de apoyo espiritual para los que van. De los que vamos, no todos estuvieron en Malvinas, pero esa gente también tiene la oportunidad de saber porqué estaban embarcados y porqué combatíamos. Este viaje a Malvinas te da el entendimiento más allá de todas las diferencias que puedan existir entre un arma y otra. Ahora es un punto de pacificación, un punto de unión, que tenemos que tratar nosotros de llevar adelante.
_ Habla de paz interior, apoyo espiritual, da la sensación que hora lleva adelante otro tipo de combate.
_ Sí, ahora llevo el combate interior. Para mí la paz no significa olvidar. La paz para mi significa reencontrarse con un pasado.
_ ¿Cómo cree que los tendría que acompañar el pueblo de San Luis en este regreso?
_ No creo que me tenga que acompañar porque ya lo está demostrando. El pueblo de San Luis está a la altura de los acontecimientos. Pero lo más importante no es la despedida, sino el recibimiento. Ahí es donde marcamos la diferencia de 32 años. El pueblo de San Luis se va volcar masivamente a las calles y va a dar un ejemplo de patriotismo a todo el resto del país.
Desde que adoptó San Luis, la voz de Laveglia es conocida por reclamar reconocimiento, fundamentalmente social, para los veteranos. “Este Gobierno me ha hecho un surco en el corazón. Mi vida cambió de la noche a la mañana”, reflexiona.
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Video: Néstor Laveglia, el combatiente audaz
Nota: Matías Gómez – Parte de la biografía fue publicada por el autor en diario Todo un País.
Fotos: Luciano Grangetto
Video: Gabriel Pasquali
Edición: Fernando Testi