LITERATURA PUNTANA
sábado, 25 junio de 2016 | 14:15

La poetisa de las glicinas

Hace 51 años, Sara Goldstein de Tapiola encontró en San Luis el clima propicio para que germinaran cuatro poemarios llenos de naturaleza y cantos para niños. Su multifacético estilo ha sido premiado a nivel provincial y nacional.

Acostumbrados al piano, los dedos de Sara Goldstein de Tapiola también desparramaron música pero entintada en su poemario “Certidumbre del canto”.

Acostumbrados al piano, los dedos de Sara Goldstein de Tapiola también desparramaron música pero entintada en su poemario “Certidumbre del canto”.

Acostumbrados al piano, los dedos de Sara Goldstein de Tapiola también desparramaron música pero entintada en su poemario “Certidumbre del canto”. “Hay que decir primavera/ pero no en primavera”, con ese desafío se lanza a ungir la naturaleza y convoca a los niños.

“Saluden al poeta ahora,/ ahora que camina bajo los árboles,/ ahora que el pájaro come en su mano,/ ahora que habla de los grillos,/ ahora que sale a cazar azucenas,/ ahora que su pluma registra la salida del alba”, expresa. Estrofas más adelante ahonda: “Para hacer un poema/ se necesita una oscuridad completa,/ o una claridad que baile sobre las cosas/ sin despertarlas”.

Y su original visión se filtra entre la prosa dedicada a San Francisco del Monte de Oro. “Adiós, sombría altura de las palmeras, sus miles de fibritas abriéndose hacia la boca sedienta del cielo. Adiós, helechos, axilas que la naturaleza recortó entre los brazos de los valles para que delicadamente la luz encerrara sus lágrimas y la escarcha prendiera su corona austral”, describe.

En su hogar durante la invernal mañana del lunes, los ojos celestes de Sara bailan cuando habla de poesía. O más bien, la poesía la hace hablar cuando escapan de su lúcida memoria de 85 años, versos de Alejandra Pizarnik, su autora preferida.

Se nota que Sara ha bruñido cada título con artesanal paciencia. “El lenguaje es el primer juguete del niño. Yo hacía rimas y me faltaban palabras y ponía un disparate. Y hay gente que no escucha a los niños pero en mi caso sí, se reían o los festejaban, entonces empecé a darme cuerda. Mi mamá tenía la costumbre de hacernos hacer una copia de la lectura todos los días, a mi hermana y a mí, nos contaba cuentos y sobre todo canciones”, indica la poetisa que se contactó con la literatura desde los cuatro años.

El enamoramiento -como a la mayoría de los líricos- la volcó al papel durante la adolescencia. “Tengo un poema de esa época que dice: ‘Me quedo transparente mirando las glicinas, azulada mi frente de soñar golondrinas'”, comparte. “Las glicinas son hadas/ que salen a bañarse en el aire./ Visten túnicas tenues/ de antigua luz morada./ Si miras hacia arriba/ te dibujarán sueños/ en el espejo de los ojos”, escribió después para los niños.

_ ¿Por qué las glicinas son una metáfora recurrente en usted?

_ No me puedo apartar de esa imagen. Me gusta porque en mi barrio había muchas pérgolas de glicinas. Es la única explicación que puedo dar.

Goldstein nació en el barrio porteño de Villa Crespo. Durante su infancia poblaron sus sueños Pablo Neruda, García Lorca y Alfonsina Storni. También los concursos literarios la impulsaron para confiar en su vocación a la cual considera espiritual y ennoblecedora.

“El escritor no puede vivir en el aire. Si se lo conoce es porque él mismo se ha tomado en serio. Yo iba a la Biblioteca Teosófica en Buenos Aires y ahí había unos personajes muy curiosos. Uno era un astrólogo muy humilde que me preguntó mi fecha de nacimiento y me hizo una carta natal con la que quedé maravillada. Y después otro señor muy sencillo que escribía para la revista de la biblioteca; le pedí una opinión sincera sobre mi primera obra y nos hicimos amigos”, dice y en el prólogo de la reedición de “Certidumbre del canto” completa ese capítulo: “Quisiera dejar testimonio de mi afecto a alguien que ya no vive, un humilde sastre de Boedo, poeta en sus ratos libres, y sin quien tal vez yo no hubiera tenido la constancia para transitar la vía poética. Me refiero a Vicente P. Giorno que siempre me decía: ‘Hay que hacer la obra’. He tratado de hacerla”.

Hace 51 años, Sara Goldstein de Tapiola encontró en San Luis el clima propicio para que germinaran cuatro poemarios llenos de naturaleza y cantos para niños.

Hace 51 años, Sara Goldstein de Tapiola encontró en San Luis el clima propicio para que germinaran cuatro poemarios llenos de naturaleza y cantos para niños.

Debido al asma, Sara se mudó a Mendoza donde participó con mayor énfasis por la cultura. “Ahí había concursos y se buscan los poetas unos a otros”, cuenta. En 1965 se radicó en San Luis. Conoció al profesor Hugo Fourcade, a Dora Ochoa de Masramón y a Polo Godoy Rojo. “Dora también descubrió mis valores y habló de eso. Era muy sencilla. Y Polo me decía que no me alejara de la máquina de escribir”, señala agradecida.

“El tiempo de los grillos”, “Las piedras del jardín”, y “Cantos de amor para la rosa”, publicado en 2014, conforma el resto de la obra de Sara.

“Las piedras del jardín” es su único libro para niños. Integra además una antología editada por San Luis Libro en la que figuran Polo, Dora y María Esther Guevara. “Se le puede hablar -al público infanto juvenil- en forma ‘metafórica’. Se le puede cantar sin necesidad de explicaciones aleccionadoras. Se empieza a manifestar un ‘sobreentendimiento’ por parte de estos ‘nuevos’ lectores, pues forma parte de la cultura lectora”, prologa Laura Burke acerca de Goldstein.

Aquí aparece otro manantial de la pluma de Sara. Por momentos la inquieta fantasía cede ante descripciones que se cuadran como en un jardín japonés. Rondan la belleza y el misterio. “El amor lustraba mandarinas,/ besaba las caritas de los niños más sucios,/ no le tenía miedo a nada./ El odio no sabía besar,/ sólo tenía uñas,/ vociferaba a su propia imagen/ en el espejo./ El amor se quitó/ su vestido de sangre/ y lo dio a un niño./ El amor hizo llorar al odio.”, poetiza.

Goldstein cuenta cómo llegó el chispazo para ese libro. “Estaba en mi habitación y me puse a mirar la calle a través de la cortina y se veía como un paisaje surrealista y me sentí súper inspirada”.

_ ¿Por qué buscó en los niños su voz poética?

_ Nunca me lo cuestioné. Sería para el concurso tal vez.

_ ¿En todo poeta vive un niño?

_ Posiblemente. El niño no está condicionado, siente, expresa cómo ve las cosas y el mundo. Él no se convence de que el mundo debe ser como dicen los mayores. Lo acepta pero en el fondo sale a florecer todo un mundo distinto. El poeta es el ser que no quiere que muera el niño que llevamos dentro y lo hace continuamente con su poesía, aún cuando no escriba para niños.

El multifacético estilo de Sara ha sido premiado a nivel provincial y nacional.

El multifacético estilo de Sara ha sido premiado a nivel provincial y nacional.

Goldestein de Tapiola ha sido premiada a nivel provincial y nacional. Mientras repartía sus horas entre la crianza de sus dos hijas, la enseñanza de piano a particulares y los talleres literarios, su marido, Luis María Tapiola, era su secretario. “En un pañuelo juntábamos las cosas que escribía. La inspiración era muy repentina. Si había un paquete de yerba, lo cortaba y ahí escribía, y después todos esos papelitos conformaban mi obra”, repasa sonriente.

Con el paso del tiempo, Sara ha podido sistematizar su estilo. “Para las metáforas pienso en Neruda, por su brillo y riqueza. Para lo emotivo me gusta Lugones, esta clasificación es a vuelo de pájaro, pero me doy cuenta que es así”, explica.

“Tal vez lo mejor de mí me lo ha dado la poesía. Me siento más capaz de poner en palabras todos mis sentimientos. Para mí las palabras tienen colores y la poesía me ha dado la capacidad para ver el mundo con optimismo”, señala la autora que este 11 de julio cumple 86 años.

_ ¿Aun leyendo a poetas trágicos? Qué paradoja.

_ Sí. Me han dicho que soy muy paradójica para escribir, pero no sé.

En esta soledosa tierra, Sara se deslumbró con dos vates: “César Rosales era muy profundo, tenía una propensión hacia la melancolía. En cambio Agüero era celebrante. Rosales es más analítico, erudito, sin dejar de ser poeta”.

_ ¿Y cómo describiría su poesía?

_ Mi poesía es medio multifacética. Por ahí es celebrante, por ahí melancólica. Hablo de la alegría de vivir y también de la muerte. Pero prefiero que los demás la definan.

_ ¿La memoria es una condición para ser poeta?

_ Ayuda. Si me fascina un poema me lo estudio y lo vuelvo a leer hasta que me queda.

Acompañada por su nieta y un pequeño gato en una esquina del barrio AMEP, sobre la calle del poeta Leopoldo Marechal, con la mirada lejana por transportarse al universo poético durante algunos minutos en su silla de ruedas, el rostro de Sara se ilumina cuando se le consulta por qué escribir: “Es una felicidad, es un juego del espíritu. Es lo mismo que preguntarle a un niño por qué juega a la rayuela”.

Para la próxima entrevista, la poetisa promete repasar a su querido Bach para compartir una sinfonía. Mientras tanto, en sus cuatro poemarios, eternas las glicinas afloran musicalmente en cualquier estación.

 

Nota y fotos: Matías Gómez.

Corrección: Mariano Pennisi.