MERLO
sábado, 19 septiembre de 2015 | 09:59

Una mañana en la Escuela Waldorf

“El Cuenco”, es la primera institución pedagógica oficializada en la provincia que propone un modelo alternativo basado en el juego, el arte, las manualidades y el contacto con la naturaleza. A un ritmo alejado de la tecnología, más de sesenta niños redescubren el mundo y sus emociones, junto a padres que también participan en la escuela, y maestras que acompañan durante años.

El Cuenco es la primera escuela Waldorf oficializada en San Luis.

El Cuenco es la primera escuela Waldorf oficializada en San Luis.

Dos maestras coloridamente abrigadas llevan de la mano a varios pequeños del jardín. Es viernes de caminata por la plaza de Rincón del Este. Cuesta arriba, despeinados por el viento, los niños están por entonar una canción frente a las Sierras de los Comechingones. A mitad de cuadra, sobre una calle de tierra, en un barrio rodeado de vegetación serrana, un cartel en una tranquera amarilla anuncia: El Cuenco, pedagogía antroposófica.

La primera Escuela Waldorf oficializada en la provincia es una casa de dos pisos con paredes rosas, tejas y un pequeño balcón en el frente. En su interior, la sensación de ‘salida de un cuento’ aumenta. Durante el recreo, unos niños de entre 10 y 12 años suben por la escalera de madera que conduce hasta su aula. Ninguno compite por ganarle a su compañero. Abajo, una tela separa al jardín. Las pantuflas de los pequeños están ordenadas en una repisa. Ese calzado los invita a sentirse como en su casa, ya que parte de la enseñanza son labores domésticas como cocinar o lavar. En el patio, dos maestras sentadas cerca de una huerta toman mate a mitad de la mañana. Los alumnos sin guardapolvos juegan en un sube y baja de madera, se hamacan o respiran rodeando los árboles pelados por el invierno, aún presente. Varios padres junto a los maestros, hace dos años, pusieron sus manos y sus sueños para construir este lugar. Por eso, cuando el pasado 13 de marzo fue aprobado el funcionamiento de la escuela, muchos se emocionaron.

“A mí me tocó empezar con ellos cuando habían terminado la primaria, era como que estaban redescubriendo el mundo, cantábamos, tocábamos la flauta.

A los diez años, para ellos fue como una liberación, venían con los cuadernos todos dibujados, sin rayas, podían traer el pelo suelto”, cuenta Cecilia Esteban, una docente chaqueña que vive hace ocho años en Merlo y se formó en la Escuela Waldorf de Buenos Aires. Cecilia tiene 15 años de enseñanza.

Esta pedagogía fue impulsada por el austríaco Rudolf Steiner quien en 1919 aplicó su enseñanza con los hijos de los obreros de la fábrica de cigarrillos Waldorf Astoria, en Alemania. Desde hace casi un siglo, básicamente, se educa con el arte, el juego y escuchando los ritmos de cada alumno.

Para Steiner, creador también de la agricultura biodinámica, el hombre es un ser trimembrado, es decir, tiene cuerpo, alma y espíritu. Así, bajo esta modalidad, la educación se subdivide por septenios (siete años) que acompañan la evolución de los niños. El primero se corresponde con el nivel inicial (0 a 7 años), el segundo septenio (7 a 14) con el primario, y el tercero (14 a 21) con el medio.

Pero hay más diferencias con el sistema educativo predominante. En estas escuelas la evaluación es diaria, no tienen boletines; se aprende a leer y escribir “cuando el organismo del niño está preparado”; la maestra acompaña a sus alumnos desde los seis hasta los doce años; los padres pueden enseñar su oficio; se fomenta una alimentación basada en frutas y cereales; y la institución es administrativamente independiente, funciona como una cooperativa entre padres y docentes. Incluso, antes de esta nota, la mayoría debió autorizar su publicación.

La primera Escuela Waldorf en Argentina se fundó hace 75 años en Buenos Aires, donde actualmente existen más de 20 instituciones similares. Hay escuelas también en Córdoba, Tucumán, Neuquén, Chubut, Mendoza, Santa Fe, entre otras provincias.

Las materias curriculares no se dividen por trimestre sino por épocas que duran cuatro semanas, como un ciclo lunar, y en “El Cuenco” se dictan entre las 8:30 y las 10:30.

“Poder trabajar solo en una materia por época permite hacer un proceso más profundo. Recordar, llegar al núcleo de la explicación, ejercitar y después dejar dormir. Se olvida, no es que todo el tiempo estamos recordando, y se retoma después lo que quedó en verdad en la próxima época”, explica Esteban.

_ ¿Cómo hacen para adaptarse a la universidad los niños que estudian bajo esta pedagogía?

_ En Buenos Aires acompañé a un ciclo desde primero hasta séptimo y hoy día esos chicos tienen más de veinte años, uno estudia Medicina, otra Nutrición, otros Cine y otros salieron a viajar por el mundo, O sea, son jóvenes que no quedaron adentro de una burbuja. En esta escuela los chicos se vinculan más con el mundo.

_ En parte también porque acá se aprende desde lo que se siente…

_ Sí. En general en el jardín se aprende a través del hacer, los movimientos y los sentidos inferiores. En la primaria trabajamos desde el sentir, el niño aprende desde aquello que le dio alegría o lo retrajo porque le dio miedo. En la secundaria se apela al pensar. El joven aprende aquello que puede llegar a ser un pensamiento propio, en diferentes niveles.

En las aulas no hay computadoras. “Todos los primeros años son trabajos más como los hacía el hombre en los comienzos: todo manual, hacemos nuestros propios cuadernos, la mamás les hacen las cartucheras. A medida que pasa el tiempo van apareciendo instrumentos de medición como la regla, el compás o el transportador. Las computadoras tal vez aparecen cuando los chicos en el secundario comienzan a ver modernidad y tecnología que, en realidad, es algo muy reciente. En su alma el niño vive el mundo con este desarrollo evolutivo. Igualmente, los chicos están atravesados por la tecnología pero no se le da tanto espacio. Justamente para descompensar tanta importancia que tiene además de que desvitaliza, los vuelve más inactivos, eso está estudiado por muchos psicólogos, y se ven niños que por lo general tienden a estar más pálidos. En la escuela los impulsamos a que estén en movimiento que hagan actividad, a que se conecten con los demás directamente”, indica la maestra.

A un ritmo alejado de la tecnología, los niños redescubren el mundo y sus emociones.

A un ritmo alejado de la tecnología, los niños redescubren el mundo y sus emociones.

Al “Cuenco” asisten en total, desde jardín hasta séptimo, 67 niños. El tema que se estudia en la clase principal -lengua, matemática, ciencias sociales o naturales- se refuerza desde lo artístico con talleres de pintura, inglés, huerta, labores, tejido, movimiento (educación física) o euritmia (danza terapéutica). En las aulas predominan los colores. En jardín, los juguetes de madera son sobrios o las muñecas de trapo sin rostro, para que los pequeños puedan desarrollar la creatividad o proyecten sus emociones.

“Estos chicos empezaron cuando tenían diez y ahora tienen entre 12 y 13 años. Buscamos que en este reencuentro con el mundo que tienen lo puedan reubicar en cuanto a la investigación. Que todas sus preguntas puedan tener un cause desde las propuestas que hace la escuela. Hay que estar todo el tiempo escuchándolos, hasta antes de los doce años la palabra del maestro es santa. Ahora me cuestionan cosas. Para que salga el maestro como figura central, empiezan a entrar en el aula otros profesores. Esta pedagogía hace un recorrido de lo que era el hombre en toda la humanidad. Antiguamente los sacerdotes eran los que tenían todo el conocimiento, desde la astronomía hasta la medicina. Con el tiempo eso se fue ramificando en especialidades”, detalla Esteban, mientras una profesora de Plástica esboza con los chicos un mural romano.

“Historia se da en dos época al año. Son relatos o narraciones. Porque es con lo que más los niños se vinculan, no con fechas, sucesos, sino con una escena. A fin de año hacemos obras que representan un episodio de la historia que contamos. Al final de cada época hacemos una muestra para los padres”, señala. “Tenemos media hora de trabajo en movimiento. Hacemos juegos, representaciones, poesías, trabalenguas, canciones. Llevar todo lo que uno quiere enseñar al cuerpo es muy pedagógico”, agrega durante la clase, donde los alumnos rodean a la profesora y comparten sus ideas en un contagioso clima de aprendizaje.

_ No se escuchan retos…

_ Se trata de traerlos a la atención y al trabajo desde el entusiasmo, no desde un reto, no de una autoridad impuesta sino desde una autoridad amada. Así los niños están interesados en lo que propone la maestra porque tienen un afecto hacia ella. En el secundario van a respetar al maestro no tanto por la persona sino porque aman eso que les está brindando, el conocimiento que les trae. Ese también es un gran cambio porque ya no es la autoridad amada sin cuestionar, empieza a haber una mirada más crítica y quieren que el maestro les traiga algo bueno, sustancioso y verdadero.

_ ¿Es importante que las familias trabajen con los valores de esta pedagogía?

_ Totalmente, porque los valores se plasman en la primera infancia. Es importante que la familia acompañe el trabajo de la escuela y que la escuela le dé lugar a cada familia con lo que es. La transformación de los valores vendrá más adelante cuando ellos se cuestionen eso que aprendieron. Es un trabajo arduo. Por eso, desde el jardín se trabaja teniendo conciencia de eso: el niño es una esponja de todas las actividades que tengan los adultos a su alrededor. Se trabaja no desde un concepto de lo que está bien o mal verbalizado, sino lo que atraviesa a la acción, el pensamiento y al sentimiento. Los valores que recibe el niño.

Los alumnos junto a la profesora de Plástica preparan un mural romano.

Los alumnos junto a la profesora de Plástica preparan un mural romano.

Toda la energía que está impregnando al maestro y al jardín, eso también el niño lo recibe. Por eso lo moral se transmite en el septenio, es decir en los primeros siete años, porque el niño está abierto al mundo.

_¿Cómo es esa formación moral en el maestro?

_ Es la autoeducación constante. Todos los jueves tenemos reuniones donde leemos sobre la pedagogía Waldorf para inspirarnos en esas ideas. Se trata mucho de la ejercitación en la vida de cada maestra. Pensamos en cómo llegamos a la escuela, porque sabemos que eso está como modelo para el niño pequeño. Y al final del día nos preguntamos cómo estuvieron los niños, cómo estuve yo, qué podría transformar para mañana.

El docente tiene que ser investigador, estar en constante formación y poner entusiasmo por lo que trae, no es simplemente repetir una planificación con algunas variaciones. Es la parte intelectual, la parte doméstica, de movimiento, dibujo, labores. Y en los primeros años es un maestro el que acompaña todo eso.

_¿Meditan o hacen yoga los maestros?

_Hacemos meditaciones. A la mañana cuando comenzamos decimos un poema inspirador y cantamos. En la vida personal cada uno hace después sus propios ejercicios. El que creó esta pedagogía dio mucho ejercicios para trabajar en este sentido.

Conjugando lo intelectual, emocional y manual, esta pedagogía reivindica el contacto con la tierra, en vez de los estímulos visuales. Los niños se identifican con los cambios de las estaciones, intervienen en el cultivo o aprenden a amasar. La imaginación despierta entonces los conocimientos que se afianzan pero no se memorizan. El educador puede apelar al baile o tejer un mandala para transmitir.

Por otro lado, además de las dificultades que atraviesan al sistema educativo actual, como pueden ser el bullying o los déficits de atención, parte del crecimiento de esta enseñanza alternativa también se debe a la difusión del documental “La educación prohibida” que tiene actualmente 11.376.143 reproducciones en Youtube. El video cuestiona duramente al sistema tradicional y propone cambios. En Alemania, Suiza u Holanda, estas escuelas tienen subvención estatal.

“Hay muchas familias que buscan este tipo de alternativas. Porque tal vez no encuentran respuestas en otros lugares. O su vivencia de lo que es la vida, el mundo o la educación se va alejando de lo que proponen las escuelas en general”, sostiene Esteban.

Para 2016, “El Cuenco” necesita otra aula para el secundario, otra para el próximo primer grado y otra sala más para el jardín. El municipio de Merlo les cedió un terreno pero no cuentan con recursos a fin de comenzar a construir. “Este edificio que alquilamos ya nos queda chico y para el año que viene tenemos listas de espera. Ya este año hubo un grupo de 20 niños se quedó afuera porque no teníamos otra sala para el jardín”, describe.

En cuanto a las cuotas refiere: “Hay aportes sugeridos pero también se va trabajando familia por familia. Se presenta un presupuesto y entre todos vemos cómo solventar la escuela. No se trata que la escuela sea excluyente por lo económico”. En este sentido, por ejemplo, la Escuela “El Trigal” en Villa de las Rosas, Córdoba, cuenta con un sistema de padrinos que hacen aportes individuales o grupales.

“Acá internamente no hay director. Somos todos maestros con mayor o menor experiencia. La figura del director es más para el afuera porque necesitamos tener un representante que firme. Pero internamente es un cuerpo colegiado donde todos nos ayudamos y cada uno es responsable de su propio trabajo”, aclara.

Al Cuenco asisten más de 60 alumnos.

Al Cuenco asisten más de 60 alumnos.

Rodeada por un entorno atrapante, en busca de la imperiosa armonía cotidiana, la primera Escuela Waldorf enarbola otro modelo. “Uno de los pilares de esta pedagogía es que concibe al hombre como un ser etérico con sus funciones vitales y visibles, más una entidad anímico – espiritual que compenetra a esa cuerpo físico y que es la personalidad, los propios sentimientos, la identidad”, expone Cecilia.

_ ¿Esta mirada tiene que ver con dogmas religiosos?

_ No hay dogmas. Cualquier niño de cualquier religión puede venir a la escuela. No hay educación religiosa, sí hay presencia de lo espiritual que atraviesa nuestra tarea. Cuando recibo un niño a la mañana sé que es una entidad anímico – espiritual. Estoy recibiendo a un ser en un momento de su evolución. Hay una mirada más abarcativa del mundo. No solamente un chico de 12 años que se llama así. Cuando tengo dificultades con un niño voy a tratar de conectarme con esa parte anímico – espiritual, para ver cómo podemos trascender esa dificultad que hay en su aprendizaje o en su conducta.

 

Nota y fotos: Matías Gómez.

Corrección: Mariano Pennisi.

Contenidista: Cecilia Sosa.